El Encargado De Los Juegos. Jack Benton
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—Le voy a llevar allí. Órdenes del patrón. Mejor empezar por el principio, ¿no?
5
Capítulo Cinco
—No hay por aquí muchas curvas cerradas como Gunhill Hollow —dijo Croad, agitando la mano hacia la carretera que caía abruptamente fuera de la vista tras el cambio de rasante de la colina mientras los árboles se cerraban sobre ella como manos protectoras—. Quiero decir, no puedes esperar que haya una curva así si te has perdido y conduces por aquí por primera vez. —Croad sonrió, mostrando unos dientes salientes y negros—. Usted tendría cuidado, ¿verdad?
—Por supuesto —respondió Slim, inseguro de si lo tendría o no después de un trago o dos.
Caminaron entre los árboles, con sus sombras recortadas sobre ellos, la temperatura bajando rápidamente y el aire seco del sol de la tarde convirtiéndose en húmedo y brumoso contra la piel de Slim.
La carretera se estrechaba y caía en una fuerte pendiente, con su superficie llena de agujeros y desigual, con parches de guijarros de asfalto quebrado crujiendo mientras se movían bajo los pies. Slim tuvo la incómoda sensación de que estaba caminando sobre la cara cubierta de granos de acné de un gigante hace tiempo muerto y enterrado.
Croad se detuvo donde la carretera se volvía abruptamente sobre sí misma, en una fuerte pendiente descendente hacia el verde musgoso del valle. Se colocó al borde y se inclinó, con las manos rodeando sus ojos.
—Sí, sigue ahí.
—¿El qué?
—El viejo Ford. La furgoneta de Sharp.
Slim se acercó.
—¿El coche sigue ahí?
—Lo que queda. Sharp llegó a la curva a gran velocidad. Evitó los árboles más grandes y se estrelló a un par de cientos de metros más abajo en el bosque. Trataron de sacarlo con una grúa, pero oí que el cable se soltó dos veces y a la tercera no pudieron moverlo. La policía lo revisó en busca de pruebas, hicieron su trabajo en el sitio y luego lo dejaron al alcance de todos.
Slim miró hacia abajo en la oscuridad de los árboles.
—No veo nada.
—No queda nada más que un chasis oxidado cubierto de zarzas, pero ahí sigue. Vamos, se lo enseñaré.
Croad salió de la carretera, bajando inmediatamente por la ladera de la colina. Tras dar un par de pasos, quedó por debajo de su altura. El entrenamiento militar de Slim se puso en marcha y se agachó, revisando el sotobosque en busca de algo que estuviera fuera de lugar, algo sintético o alterado por el hombre.
Una carcajada le hizo mirar arriba.
—¿Quién se cree que es, Schwarzenegger? No hay nada de lo que preocuparse por aquí. Esto no es Vietnam, soldado.
Slim se preguntó cuánto sabia Croad de su pasado, pero lo dejó pasar, sonriendo:
—Me gustaban los bosques cuando era niño —dijo, algo que en su momento fue cierto, pero que había cambiado desde entonces. Tampoco le gustaban los espacios abiertos, pero al menos tenías más oportunidades de ver a tu enemigo.
—Como a todos —dijo Croad, dándose la vuelta y alejándose—. No hay nada de lo que preocuparse, salvo unos pocos fantasmas. Dejaron el coche, pero se llevaron el cadáver de Den.
Slim se apresuró a ir tras Croad, alcanzándolo cuando el hombre mayor se paró en una maraña de maleza que sugería que había algo escondido debajo. Un poco más adelante, un afloramiento de piedra surgía del suelo y tras ella aparecía un barranco hacia un torrente de agua.
—El eje delantero de atoró en esa roca —dijo Croad, tropezando con la maleza y golpeando el afloramiento con un movimiento sorprendentemente ágil—. Los muy cerdos hicieron su investigación y luego dejaron el coche aquí para que se pudriera. Los chicos solían venir aquí a fumar maría, lo llamaban el viejo Den, como si todavía estuviera por aquí.
—¿Siguen bajando aquí?
—Se cansaron que arrancar los hierbajos, supongo. —Croad sonrió—. O se asustaron. Más de un par de jóvenes se sentaron en el asiento caliente y no volvieron a este bosque.
—¿El asiento caliente?
Croad se inclinó y apartó una mata de zarzas retorcidas con las manos desnudas, echándolas a un lado para mostrar una ventana lateral sucia y rota.
—El asiento delantero del conductor. Donde el viejo Den se encontró con su creador.
6
Capítulo Seis
Ozgood le había dicho que durante su investigación no había preguntas que no se pudieran hacer a quien viviera en sus propiedades.
Con una taza de café que había dejado toda a noche en el filtro, Slim dispersó grandes fotos aéreas de la zona que le había proporcionado Ozgood, comparando los edificios y carreteras con los de un mapa anotado.
Las fotos abarcaban treinta años y en ese tiempo un par de propiedades habían cambiado de manos. Otras, que en su momento estaban en terreno despejado, habían quedado ocultas bajo árboles que habían crecido, mientras que otras previamente escondidas ahora se veían solas y aisladas en zonas clareadas o jardines.
La mansión se encontraba en pleno centro, como una abeja reina, rodeada por extensos jardines. Estos iban desapareciendo en un bosque que descendía gradualmente hacia los valles de dos ríos adyacentes, convirtiendo las propiedades de Ozgood en un diamante, aunque realmente no convergían del todo.
Al noroeste del río se encontraba el pueblo de Scuttleworth, un grupo apretado de casas rodeando una iglesia, y rematado por dos tiendas una frente a otra en un extremo y un parque comunal: en realidad poco más que un terreno con matorrales que Slim había visto en su paseo en coche. El cementerio era el terreno más grande, alargándose en dos prados separados por una línea de árboles, aunque al norte de Scuttleworth había un par de naves industriales: un bloque gris que parecía una fábrica colgada al borde de un valle y la otra un espacio gris abierto con varios coches estacionados y un par de vehículos de construcción: un garaje.
La residencia actual de Slim, la antigua casa del vigilante estaba casi a mitad de camino entre los dos y solo era visible como una mancha marrón a través de los árboles. La antigua carretera de acceso, claramente visible en un mapa fechado en 1971, era apenas una línea de puntos en el más reciente fechado en 2009, reemplazada por una nueva más al este.
Slim contó otras catorce casas o propiedades que no pertenecían a la finca de la mansión o a Scuttleworth. Dos grupos eran grajas, mientras que Croad había identificado una hilera de tres como antiguas viviendas sociales que Ozgood había comprado y ahora alquilaba. Todas las demás pertenecían a aparceros locales.
Croad