Tren De Cercanías. Jack Benton
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Otras Obras de Jack Benton
(y disponible en español)
El hombre a la orilla del mar
El secreto del relojero
El Encargado de los Juegos
Tren de cercanías
"Tren de cercanías” Copyright © Jack Benton / Chris Ward 2019
Traducido por Mariano Bas
El derecho de Jack Benton / Chris Ward a ser identificado como el autor de este trabajo fue declarado por él de conformidad con la Ley de derechos de autor, diseños y patentes de 1988.
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada en un sistema de recuperación o transmitida, en cualquier forma o por cualquier medio, sin el permiso previo por escrito del Autor.
Esta historia es una obra de ficción y es producto de la imaginación del autor. Todas las similitudes con lugares reales o con personas vivas o muertas son pura coincidencia.
1
La presentadora se inclinó hacia delante. Sus uñas de manicura y sus relucientes dientes brillaban bajo los focos del estudio e hicieron que a Slim le doliera la cabeza casi tanto como con cualquier resaca que él recordara. La miró fijamente, concentrándose en sus ojos, en el plácido desinterés escondido bajo las sucesivas capas de maquillaje.
—No es la primera vez que usted ha hecho lo que nadie pensaba que podía hacerse, ¿verdad?
Slim sabía que habría estado sudando si el talco mentolado colocado sobre su cara se lo hubiera permitido. En esa situación, solo una pequeña gota cayó bajando por su espalda.
Slim se encogió de hombros, deseando, no por primera vez, romper las tres semanas seguidas de sobriedad en el bar que estaba al otro lado de la calle.
—Supongo que hice preguntas que no se habían planteado antes. Las respuestas sencillamente estaban esperando a que las encontraran.
La presentadora mostró una sonrisa descaradamente falsa, más para las cámaras que para Slim.
—Bueno, eso no empaña en absoluto lo que usted ha hecho. —Se dirigió a la audiencia, invisible detrás de los brillantes focos dispuestos a izquierda y derecha, dejando en el espacio intermedio una neblina de color residual—. Damas y caballeros una vez más, John «Slim» Hardy, extraordinario detective privado. —Luego, con otra sonrisa, como si fuera la noticia más importante del mundo, añadió en tono conspirativo, como si fuera a quedar entre los dos y no ser compartido con quienquiera que estuviese viendo el programa desde casa—: ¿Está seguro de que no nos va a decir por qué le llaman Slim?
Incluyendo una entre bastidores, era la tercera vez que se lo preguntaba. Slim tuvo la misma reacción que con las dos anteriores: una sonrisa incómoda y una mirada al suelo, seguida de un titubeante:
—No quiero aburrirles. No es una historia que merezca la pena.
Luego, aparentemente, se mostraron los créditos, un aplauso que parecía grabado llegó a su alrededor y alguien cubierto de micrófonos y cables se adelantó para llevarlo fuera del escenario del estudio. La presentadora le envió una breve sonrisa translúcida, con la mirada ya muy lejos de ese momento, tal vez pensando en el próximo invitado, y finalmente se vio rodeado por la penumbra de los bastidores. La gente seguía zumbando a su alrededor, pero fue capaz de abrirse paso a través de la apiñada multitud de técnicos, encargados de atrezo y otro personal detrás del escenario hacia los pasillos de servicio y de vuelta al camerino, donde finalmente pudo permitirse un momento para sí mismo.
Inspiró profundamente. Si eso era la fama, podía vivir sin ella.
Tuvo que firmar en el mostrador de recepción para salir de los estudios de televisión, pero esa fue la única interacción con alguien antes de caminar a pie hasta el modesto hotel que la empresa le había reservado. El bar del sótano le atraía como una antigua amante indulgente, pero consiguió evitar su atracción y se fue a la cama. Lo peor pasaba en lo más profundo de la noche, cuando los demonios que raramente estaban lejos de su mente salían a jugar, pero si podía irse a la cama sin beber sabía que se encontraría mejor por la mañana.
Su cabeza seguía zumbando por el terror y la emoción de la experiencia en televisión, pero también estaba agotado después de que el estudio hubiera requerido su presencia desde primera hora de la mañana para pruebas de imagen, vestuario, maquillaje y otros preparativos. Todo eso para una entrevista de veinte minutos sobre su último caso, que esencialmente había resumido, reacio a hablar demasiado acerca de acontecimientos de los que le había costado algunos meses recuperarse.
La fama que le había dado (así como una buena indemnización judicial que le alejaría de las calles por un tiempo) había proporcionado su propia manera de recompensarlo. Ahora le reclamaban y su antiguo Nokia 3310, una pieza casi indestructible de tecnología telefónica básica, sonaba a todas horas. Inseguro de a quién había dado su número de teléfono, después de investigarlo un poco había recordado el viejo sitio web que había empezado y nunca acabado de construir.
Ahora tenía alquilada una pequeña oficina en un bonito pueblo de Staffordshire y había incluso contratado a una señora mayor llamada Kim para que trabajara como su secretaria.
Por primera vez disfrutaba de cierto nivel de éxito, pero se sentía vacío. Incluso cuando debería estar investigando una demanda fraudulenta de un seguro o un asunto extramatrimonial, se encontraba a menudo vagando sin rumbo, inseguro de a dónde se dirigía o qué estaba haciendo, como si el éxito obtenido no fuera realmente lo que había estado buscando después de todo.
Mientras se tumbaba para dormir, dejó el teléfono sobre la mesilla que tenía a su lado, pero advirtió un pequeño cuadrado en una esquina que indicaba un nuevo mensaje de voz.