Tren De Cercanías. Jack Benton
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Slim asintió.
—Recuerdo que lo mencionó en uno de sus ficheros y mandó una copia.
—Otro pasajero del mismo tren había querido tomar una fotografía de la calle exterior cubierta por la nieve. Fue a la ventana de la sala de espera y encuadró el disparo. Dijo a la policía que en el mismo momento en que se disponía a sacar su foto, apareció una mujer. Caminó unos pocos pasos hacia el parque, se paró de repente y pareció caer en la nieve. Por lo que contó el testigo a la policía, la mujer manoteó hacia atrás antes de ponerse en pie, dándose la vuelta y corriendo en dirección al sendero.
—¿Y tomó la foto de todas maneras?
—Si. Fotografió la calle mostrando el rastro de mi madre. Lo hizo desde el interior del edificio de la estación, pero dijo a la policía que luego salió a buscarla. Sin embargo, las pisadas desaparecían después de llegar a un talud fuera de la estación y pensó que había vuelto al andén a esperar. No volvió a pensar en ello hasta que vio el cartel de «persona desaparecida» un par de semanas después y reconoció a mi madre como la mujer que había visto.
Slim frunció el ceño y se rascó la barbilla. Acababa de empezar a dejarse una pequeña perilla para ver qué efecto tenía sobre sus clientes, pero le había decepcionado descubrir que la mayoría de lo que crecía era de color gris. Solo tenía cuarenta y siete años, pero la gente le echaba como mínimo diez años más.
—¿Entonces qué pensó que había pasado? ¿Por qué escapó de repente?
Elena se inclinó hacia delante.
—Creo que vio a alguien que la observaba y eso le asustó. Trató de huir, pero esa misma noche la secuestraron y asesinaron y quienquiera que la matara se deshizo del cadáver.
4
No era sorprendente que Elena pensara que su madre había sido asesinada, pero los pocos artículos antiguos en los periódicos que pudo encontrar Slim en las hemerotecas de las bibliotecas locales eran menos sensacionalistas. Parecía que era un caso de una persona desaparecida, pero sin ninguna evidencia aparte del extraño comportamiento que vio otro pasajero, así que la opinión general fue que se trataba de una fuga con un amante secreto. Fuentes cercanas a la familia aseguraban que había problemas maritales, pero no entraban en detalles. Tomó nota de todos los nombres que pudo encontrar y añadió los detalles de su relación con Jennifer Evans, para luego añadir una clasificación de uno a cinco de lo probable que era que A, hablaran, y B, contaran algo importante. Al ser un caso de hace casi cuarenta y dos años, era probable que muchos de los testigos y los entrevistables hubieran muerto y los que siguieran vivos habrían ido olvidando cosas con el tiempo.
Iba a ser difícil. Elena, afectada por las emociones, no sería fiable, pero seguía siendo la persona más cercana al caso, salvo el misterioso fotógrafo que había tomado la imagen. Su nombre no aparecía en ninguna de las noticias y, aunque Slim había supuesto que era un hombre, se dio cuenta de que no había ninguna referencia tampoco a si era hombre o mujer, lo que sugería que esa información se había ocultado a la prensa.
Slim compró un café en una máquina y se dirigió a una zona de trabajo donde podía usar un ordenador con una conexión a Internet. Después de unos minutos de búsqueda, descubrió los nombres de un par de periodistas que se habían ocupado del caso. Investigando un poco más, encontró un obituario de uno de ellos, pero, por suerte, el otro seguía activo y trabajaba como subdirector en una publicación local llamada The Peak District Chronicle.
Las oficinas del Chronicle estaban unos kilómetros al este, en el pueblo natal de Jennifer, Wentwood. Slim anotó la dirección y luego tomó un pequeño autobús del distrito en una parada junto a la biblioteca.
El trayecto duró menos de media hora. Slim, uno de los únicos tres pasajeros (los otros dos eran una señora mayor y un joven adolescente que llevaba un monopatín encima de las rodillas), miró por la ventana y vio la pintoresca campiña mientras se bamboleaban por carreteras comarcales, a través de onduladas colinas y grandes páramos, pasando por bellos lagos y valles boscosos. Aunque era sin duda hermoso de un modo ventoso y abrupto, la cabeza del detective Slim no pudo dejar de pensar que era un buen lugar para esconder un cadáver.
Wentwood era de un tamaño similar al de Holdergate, pero un poco más moderno. Su calle principal tenía tiendas más cosmopolitas que su vecino, pero había algunos edificios bonitos en torno a la tranquila plaza en la que Slim se apeó del autobús. Un reloj en lo alto de la fachada de un banco marcaba poco más de las tres mientras caminaba hasta las oficinas del Chronicle. Había pensado en llamar, pero pensó que era mejor ver la zona y también sabía que la gente es más probable que hable cuando te ve en persona. Una llamada telefónica habría sido más fácil de rechazar.
Una recepcionista recogió su petición y entró en una habitación detrás de ella. Slim miró las imágenes de las paredes: una colección de portadas con paisajes de la publicación, todas mostrando bellos panoramas de las colinas onduladas. Los titulares de las portadas eran cosas como «Los mejores ríos para nadar en el distrito de Peak», «Las prácticas agrícolas perdidas de la Edad de Hierro» y «Compostaje en 10 pasos sencillos». Parecía una línea de trabajo tranquila, muy alejada del erial supuestamente lleno de delitos de las áreas industriales cercanas de Manchester y Sheffield.
—¿Mr. Hardy?
Slim miró a un hombre de pelo gris con unas enormes gafas que cruzaba el umbral de la puerta. Tenía un rostro amable y vestía una chaqueta de tweed algo gastada con el cuello levantado, como si hubiera venido de trabajar en un jardín. Tenía las mejillas sonrosadas y el pelo rizado. Parecía un veterinario o un hortelano: era difícil imaginarlo como un joven veinteañero, un reportero ocupándose de una desaparición misteriosa.
—¿Sí? ¿Es usted Mark Buckle? Gracias por su tiempo. Por favor, llámeme Slim.
Se sintió incómodo mientras entregaba a Buckle una tarjeta de visita con su nombre y sus datos de contacto en una cara y DETECTIVE PRIVADO en la otra. Kim había insistido en que necesitaba una, imprimiéndola con el ordenador en grandes hojas, así que seguían teniendo perforaciones en los lados. Hasta entonces, solo había dado tres: dos en la compañía de televisión y una al agente de policía en el estacionamiento al otro lado de la calle de su piso actual para demostrar que no era un vagabundo, después de que este le pidiera que se fuera.
—Soy un detective privado que investiga la desaparición en 1977 de una mujer llamada Jennifer Evans. He estado revisando el caso y vi en un periódico un artículo escrito por usted. Ya sé que ha pasado mucho tiempo, pero me gustaría hablar con usted sobre ello.
Buckle frunció el ceño.
—Caramba. Bueno, fue hace mucho tiempo. Tengo que acabar algunas cosas. ¿Le parece que nos tomemos después un café?
Slim asintió.
—Claro.
Buckle le indicó un lugar donde podían encontrarse. A Slim no le apeteció sentarse solo mientras esperaba, así que se dio un paseo por la calle principal de Wentwood. Un puñado de cadenas de tiendas abarrotadas pero modernas se apretaban con tiendas de recuerdos y cafés locales. Slim echó un vistazo a la puerta de un