Las videntes. Jorge Luis Marzo

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Las videntes - Jorge Luis Marzo Deriva

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signo de estupidez. Cuando los dos coincidíamos en el diagnóstico, chocábamos las palmas de las manos, como hacen en los partidos de baloncesto.

      Un día decidimos ir un poco más allá. Quisimos comprobar si realmente acertábamos. Seguiríamos a la persona escogida para ver si podíamos certificar su ocupación o estatus. Seleccionamos a una señora que iba acompañada de sus hijos, una niña y un niño algo más pequeños que nosotros, de unos ocho o nueve años. La señora iba bien arreglada y parecía ajetreada. Iría con traje chaqueta y tacones, y con un pañuelo anudado al cuello. Recuerdo que la elegimos porque era el tipo de persona que no se veía a menudo por el barrio. Nuestro veredicto había sido que trabajaba de abogada o en algo así, y que en ese momento tenía que llevar a los niños a algún sitio, quizá a la piscina, porque llevaban unas mochilas a la espalda y la piscina no estaba lejos. Empezamos a seguirlos a una distancia que mi hermano calificó de «prudencial», yo creo que para darse aires. Mientras los teníamos enfrente, fuimos añadiendo detalles a nuestra pesquisa. Probablemente eran felices, dijimos, porque mamá siempre decía que una casa, para ser del todo feliz, debía tener la parejita. Nosotros no teníamos hermana. También descubrimos que la señora caminaba un metro o dos por delante de los niños, lo que me indujo a pensar que quizá tenía demasiada prisa o acaso era una mala madre. Mi hermano dijo que no, que los niños parecían un poco bordes y que acaso la madre pasaba de ellos.

      Los semáforos suponían un problema. No sabíamos qué hacer. Nos veíamos ridículos parándonos a unos metros de ellos. Mi hermano dijo que parecíamos delincuentes a la espera de pegar un palo. Ni siquiera podíamos disimular haciendo ver que nos atábamos los zapatos, porque calzábamos bambas sin cordones, como era preceptivo entonces. Llevaríamos ya unas cuantas calles cuando la niña se giró y nos miró. Nos detuvimos en seco. Vimos que le decía algo a su hermano a la oreja. Este también se giró. Luego, se adelantó para tomar la mano de su madre y le contó algo. La señora se volvió y enseguida nos encontró con la mirada. Hizo un gesto a sus hijos de que se quedaran donde estaban y se dirigió a nosotros. Estábamos paralizados. Yo, que he sido siempre más cobarde que mi hermano pequeño, di un paso atrás, con ademán de huir. «¿Qué queréis, mocosos?», nos preguntó con un tono burlón, sin enojo. «Nada», dije yo. Entonces, mi brother le preguntó con un hilillo de voz: «¿Es usted abogada o algo así?». Ella frunció el ceño, miró a los lados como buscando algo, incluso más allá, como al final de la calle, como al horizonte, y dijo: «¿Os conozco?, ¿cómo sabéis eso?». Salimos corriendo, a toda pastilla. Mi hermano, desde entonces, siempre que tiene oportunidad, dice que lo más importante es explorar la relación oculta de las cosas. Antes de doblar la primera esquina, mi hermano se paró de nuevo y les gritó: «¿Vais a la piscina?». Y la cría, metiendo la mano en la mochila, sacó unas gafas de nadar que nos enseñó moviéndolas como una bandera.

      LA BOLA DE CRISTAL

      Dicen que la luz que emiten las bolas de cristal sobre las que se inclinan las médiums para conocer lo que va a suceder tiene un color especial, tirando al azul. Aquel artilugio esférico, frío, transparente, frágil e inmóvil, capaz de transmitir imágenes de otros tiempos y espacios, lo tienen arrinconado en el desván. Desde que las máquinas hacen lo mismo, los operarios ya no visten turbantes y la experiencia se ha hecho más cómoda que en los tiempos en los que había que correr las cortinas del salón y reunirse alrededor de una mesa con las manos cogidas. ¿O no?

      Ver el futuro tiene que ver con intentar el gobierno de la propia vida. Gobernar, kybernan, significa pilotar un barco, de cuya misma raíz surge cibernética. El observar el mundo desde la proa de nuestros ojos nos ha ayudado desde los orígenes a comprender, a aprender, a distinguir muchos de los elementos previsibles o no que nos rodean. Saber lo que más o menos te espera mañana genera un estado de cómoda seguridad; es la que busca el campesino al otear el cielo, el transportista al escuchar los partes de tráfico o el usuario que espera sus likes. La predicción es alimento para el hambre general de conocimiento y de cualquier industria humana, y gasolina de imaginarios y deseos. Hoy, esa predicción viene escrita en números matemáticos, y todo ya es gobernar un timón invisible en un mar azulado. Es invisible porque así camufla el hecho de que no está en nuestras manos. ¿O sí?

      La intención aquí es trazar el curso que ha llevado a las máquinas a hacer suyo el lenguaje de los oráculos a la hora de interpretar y juzgarlo todo, especialmente a los humanos. Los ordenadores están aprendiendo muy rápido a hacer una cosa que hasta ahora les era muy difícil: ver imágenes, ver el mundo mediante imágenes, escribirlas, convertir en imágenes todo lo que escriben, llevándonos con ello a interpretar el mundo casi exclusivamente a través de ellas. Se han convertido en máquinas videntes.

      Tiresias fue uno de los más célebres videntes de la Grecia clásica. Vio lo que no debía, a Atenea desnuda en el baño, y fue castigado con la ceguera. Luego, la diosa, arrepentida por imponer una pena tan severa, le concedió el don de la adivinación. El acceso a los secretos tuvo el efecto de dejar a Tiresias ciego ante el presente pero vidente del porvenir. La videncia te separa de la realidad para introducirte en el valor. Porque adivinar es hacerse divino, aceleradamente, por eso la economía es el gran barómetro de su estatus, ya que representa el dominio frenético de la planificación, de la toma de decisiones, y el modelo que regula el valor: nada sirve si no es productivo. Las predicciones son muy baratas porque ya hay muchos datos, razón por la cual se hacen ubicuas y expansivas. Y son muy rápidas de hacer. Una predicción más barata significa más predicciones. Una predicción muy rápida significa más plusvalía, porque el valor de los datos requiere que estén al día para que los pronósticos no sean ya viejos cuando los obtenemos. Ya conocemos cómo funciona el mercado: cuando el coste de algo cae, la producción se acelera y se gana más dinero. Es una promesa de plusvalía permanente. Los algoritmos no saben dónde parar: su productividad se basa en vincularlo todo, sin dejar nada fuera, no permiten que quede ninguna pieza del puzle sin montar: el estudio de dos neuronas solas no les dice nada, pero el análisis de todas las neuronas les cuenta todo, los hace omniscientes.

      Cibernética y bolas de cristal. Muy esotérico. Por eso deberíamos saber de qué hablamos. Para empezar, solo hay que ir a cualquier página académica, empresarial, artística o activista y buscar «deep learning», «machine learning», «redes neuronales», «computer vision», «pattern recognition», «clustering», «regresión», «estimación bayesiana», «redes de capsula», etc., en definitiva, se acabará uno topando con la inteligencia artificial, o IA, si ahorramos algo de papel. Pero ¿qué es la IA? Comencemos por su escritura.

      def generate_tokens(

      self,

      tokens_prefix: List[str],

      tokens_to_generate: int,

      top_k: int,

      temperature: 0.8

      ) -> List[str]:

      tokens = list(tokens_prefix)

      for i in range(tokens_to_generate):

      ntk_values, ntk_indices = self.get_next_top_k(tokens[- self. model.hparams.n_ctx:], top_k)

      if temperature > 0:

      ntk_values_temp = torch.div(ntk_values, temperature)

      ntk_values_exp = torch.exp(ntk_values_temp)

      ntk_values_exp_sum = torch.sum(ntk_values_exp)

      ntk_values_mult = torch.div(ntk_values_exp, ntk_values_ exp_sum)

      ntk_selected = torch.multinomial(ntk_values_mult, 1)

      next_token_n

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