Construcción política de la nación peruana. Raúl Palacios Rodríguez
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A partir de ese instante, el destino del Perú pasó de la protección de San Martín y de su ejército, a la fórmula ortodoxa y liberal de una Asamblea de la que emanaba el poder y el gobierno mismo. Al respecto, Basadre (1968) dice: “Con el Congreso Constituyente empezó a gestarse la historia de la República del Perú. Es el nuestro un Estado concebido como un bello ideal y llevado luego penosamente a la realidad” (t. I, p. 4).
Al retirarse San Martín, los diputados presentes decidieron elegir una Junta Provisional. La designación de presidente de esta recayó en Toribio Rodríguez de Mendoza y de secretario en José Faustino Sánchez Carrión. Acto justo y simbólico al mismo tiempo.
El maestro y el discípulo, que prepararon la revolución ideológica, volvían a encontrarse en el instante en que el sueño se convertía en realidad. Acto seguido, se dio comienzo a la elección de la Junta Directiva del Congreso. Fueron elegidos el clérigo liberal Francisco Xavier de Luna Pizarro (más tarde arzobispo de Lima) como presidente; Manuel Salazar y Baquíjano, conde de Vista Florida, como vicepresidente; y secretarios Sánchez Carrión con 53 votos y Francisco Javier Mariátegui con 3182. En su discurso de inauguración, Luna Pizarro destacó la trascendencia de la solemne instalación del Congreso Constituyente, declarando que desde ese momento “la soberanía residía en la nación y su ejercicio en el Congreso que la representaba legítimamente”83. De este modo, la autonomía, la independencia y la libertad del Perú, formalmente, empezaban con la Asamblea que en ese instante se establecía. Ese era el cuerpo político que, conforme a las teorías de los filósofos de la Enciclopedia, debía dar la norma reguladora de la vida de los ciudadanos del flamante Estado.
Los diputados se percataron de que el Perú, en el momento en que se producía la instalación del Congreso, quedaba sin la autoridad ejecutiva que había mantenido San Martín en sus manos; en consecuencia, lo designaron Generalísimo de las Armas del Perú, en tanto se votaba una moción de gracias “por los eminentes servicios que tiene prestados a la Nación”. Simultáneamente, se acordó dirigirse al prefecto del Departamento de Lima, coronel de milicias José de la Riva Agüero y Sánchez Boquete, autorizándolo para que continuase en sus funciones y supervisase el mantenimiento del orden público “como único Jefe de Estado que existe en la capital, entre tanto proceda la Asamblea a elegir el Poder Ejecutivo”. El representante por Puno, el poeta José Joaquín Olmedo, solicitó que el Congreso ratificase la declaración de la Independencia del Perú. Por su parte, Sánchez Carrión pidió designar a todas las autoridades civiles, militares y ecleciásticas, exceptuando la administración del Poder Ejecutivo y el Consejo de Estado. Finalmente, el presidente propuso abrir los pliegos dejados por San Martín, no sin antes haberse tomado acuerdo unánime para que no se leyesen los que contuvieran ribetes de corte secreto. A las 5 de la tarde se levantó la sesión (que fue completamente pública) citándose para dos horas más tarde. El acta de instalación fue firmada por los diputados presentes, y al hacerlo —dice una crónica de la época— “un ligero tremor en las manos se hacía perceptible” (citada por Paz Soldán, 1962, p. 270). ¿Esperanza?, ¿fanatismo por la libertad?, explosión optimista del alma, porque las cadenas se rompían? De todo ello había un poco en esos supremos momentos.
Sobre el quehacer de Luna Pizarro en el Congreso se ha escrito bastante; unos para ensalzarlo y otros para denostarlo84. Lo cierto es que al elegírsele como presidente del Congreso, se refrendaban sus servicios patrióticos y se rendía homenaje a su vigorosa capacidad intelectual y al brío de su espíritu revolucionario. Como mentor intelectual de la Asamblea, infundió su carácter y sus ideas decisivamente en casi todo los actos y por su influjo habría de crearse la Junta Gubernativa, órgano tripartito de gobierno que conciliaba las formalidades constitucionales con sus íntimas y avasalladoras expectativas de retener el poder para el Congreso. En el recinto legislativo, Luna Pizarro aplicó brillantemente la experiencia adquirida al observar el funcionamiento de las Cortes de Cádiz y, aunque no se prodigó en los debates, su actividad se multiplicó en los conciliábulos que prepararon las decisiones graves. Impresiones recogidas por sus contemporáneos, hacen saber que “su figura enjuta y raquítica formaba contraste con sus ojos vivos, centellantes, que arrojaban fuego y electrizaban al improvisar un discurso en la tribuna, o sostener una discusión”; y que “a estas dotes acompañaba maneras suaves y atractivas y cierta dulzura de carácter, en su trato familiar, que contrastaba de un modo asombroso con la exaltación que sufría al encontrar oposición” (Paz Soldán, 1962, p. 290). Se afirma que durante su presidencia al frente de la indicada Asamblea (que duró solo un mes: 20 de setiembre al 20 de octubre) “solía pasear su ascética figura por los viejos claustros a los cuales daban los salones ocupados por las diferentes comisiones, a fin de orientar y estimular sus trabajos”. Mariano José de Arce preguntó irónicamente en alguna oportunidad si Luna Pizarro pensaba que los diputados eran aún colegiales de San Fernando (Lorente, 1880, p. 78)85.
¿Por cuántos miembros estuvo conformado el Congreso Constituyente y quiénes fueron? De acuerdo a la relación que aparece en el decreto de 17 de diciembre de 1822 de la Junta Gubernativa aprobando las “Bases de la Constitución Política de la República Peruana”, 63 diputados constituían la membresía de la flamante corporación legislativa, caracterizán-dose por el predominio casi absoluto de criollos notables de la época y, en gran número, brillantes teóricos de tendencia liberal. ¿Su mérito? Principalmente, el haber dado la primera Constitución Política y el haber decidido que el Perú fuera una república democrática (Denegri, 1972, p. 515). Observa Jorge Basadre (1968): “Fue este Congreso una reunión variopinta de hombres beneméritos e ilustres. Muchas de las figuras mejores del momento, en el clero, el foro, las milicias, el comercio, las letras y las ciencias sentáronse entonces en los escaños legislativos” (t. I, p. 5). En este sentido y en vista de las circunstancias ya mencionadas que no permitían una elección popular que reflejara la presencia de todos los pueblos de la nación (ocupación de gran parte del territorio por las armas españolas), puede decirse que la elección de los miembros de la Asamblea fue semejante a la que suele hacerse en las instituciones académicas: por los títulos del saber, la virtud o el patriotismo. Esta situación un tanto anómala, llevó a dicho autor a decir que la Asamblea adoleció de una representatividad deseable. Aquí sus palabras:
Si se examina con objetividad la forma cómo fueron escogidos en 1822, tanto los representantes por los departamentos libres como los suplentes nombrados con la finalidad de acoger a los ciudadanos de las zonas que aún no lo estaban, se verificará que existió una notoria inautenticidad. La incorporación de los diputados electos se hizo por las respectivas mesas preparatorias electorales. El personal del Congreso estuvo en gran parte compuesto por ciudadanos residentes en Lima, muchos de los cuales ni siquiera conocían geográficamente las provincias que les fueron otorgadas. Es decir, la primera Asamblea Constituyente estuvo muy lejos de ser representativa. (Basadre, 1980, p. 19, nota n.° 6)86
Esta limitación, ciertamente, no atentó contra la calidad e idoneidad de la inédita institución. Al contrario, como señala Raúl Porras (1974): “la Asamblea de 1822 es acaso la más docta corporación que ha tenido la República, verdadero areópago de la nacionalidad” (p. 79). En su heterogénea composición encontramos abogados, eclesiásticos, médicos, militares, comerciantes, empleados, propietarios particulares y otros profesionales. Once diputados titulares y tres suplentes eran peruanos