Ética de la comunicación en Internet móvil. José Perla Anaya

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Ética de la comunicación en Internet móvil - José Perla Anaya

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de ello, me ha parecido necesario que en varias partes y momentos de la investigación, sobre todo al inicio de este texto, se incida detenidamente en la tarea de proporcionar datos y proponer reflexiones en torno a la naturaleza y a las funciones de este instrumento y medio de comunicación en el mundo de hoy. Es necesario más aún teniendo en cuenta que esta investigación también pretende aportar propuestas y planteamientos en torno a la regulación o autorregulación de Internet, por lo que resulta indispensable conocer suficientemente cuál es el objeto al que se va a dirigir nuestra atención e intención normativas.

      Luego de estas ineludibles aclaraciones y advertencias, paso a señalar que, en forma específica, la investigación ha optado por circunscribirse al examen de algunas situaciones cotidianas en que son frecuentes las violaciones de las reglas restrictivas sobre el uso de los instrumentos móviles o portátiles de Internet y a la evaluación de los retos que estas conductas transgresoras plantean a la eficacia o vigencia real, es decir, a la práctica o aplicación cotidiana, de los diversos sistemas normativos, sean de orden legal u oficial como de orden privado o institucional, e incluso el social o informal.

      ¿Por qué es importante el planteamiento de esta investigación? Porque la convivencia cotidiana en el país, sobre todo en los espacios públicos, se ha vuelto, en general, más conflictiva cada día, en parte porque un gran número de personas tiende a infringir las reglas básicas de orden legal, institucional y social que regulan la interacción personal. Esta situación de permanente conflicto se ha ido manifestando cada día de manera más notoria hasta configurar la que ha sido llamada por varios estudiosos del país como cultura de transgresión nacional, o de anomia de convivencia cotidiana en los espacios públicos, como yo le llamo.

      A esta realidad negativa que produce múltiples perjuicios de todo orden, ha venido a sumarse en los últimos años el uso del instrumento de Internet móvil, antes más conocido como teléfono celular o teléfono móvil, sin respetarse las reglas que limitan su uso en determinadas situaciones. Me parece que este hecho, que podría parecer irrelevante (y seguro así va a seguir siendo considerado por algunos, no obstante la lectura de esta obra), tiene una gran trascendencia. Por un lado, porque dichos usos infractores pueden ser una nueva y mucho más impactante expresión del poco respeto y aprecio, el menosprecio o el desprecio que los peruanos tienen en su vida cotidiana por los demás en los espacios públicos. Por otro lado, porque estas conductas indebidas pueden constituir una vía de reforzamiento masivo de la cultura de transgresión normativa imperante en el país. Si se deja que este modo de comportamiento de los ciudadanos siga creciendo sin que nadie diga ni haga nada, es posible que la convivencia cotidiana se haga cada vez más insoportable, se produzcan daños mayores para todos y se aleje cada vez más la posibilidad de corregirlo. Larga y dramática experiencia sobre esto tenemos en el país. Los fenómenos negativos que se dejaron crecer (por ejemplo, la falta de institucionalidad, la corrupción, el terrorismo, la informalidad, etcétera) han durado y costado mucho más.

      Cuando ocurre una situación de anomia social, ha dicho el autor argentino Carlos Nino, la gente solo puede recurrir a dos tipos de “soluciones” para tratar de resolverla: una es la anarquía, mediante el enfrentamiento de todos contra todos, como sucede —dijo el autor, tomando el ejemplo del caos en el tráfico vehicular argentino— entre los vehículos de igual tamaño en las pistas. La otra vía de posible solución es la dictadura, en que el propietario o conductor del vehículo más grande —en el Perú, sería el camión, el bus, la combi— se impone en las pistas a los más pequeños, dominándolos, sobrepasándolos, arrinconándolos, golpeándolos, etcétera (Nino, 2014, p. 252).

      Aunque la situación de anomia general tiene antiguas raíces en nuestro país, ha sido solo en el último medio siglo que ha crecido y se ha expandido de modo masivo, en todos los lugares y en todas las áreas, como nunca se había visto. Hasta ahora hemos estado afrontando este “mal nacional”, como ha sido llamado por el sociólogo Hugo Neira, haciendo prevalecer, por un lado, la anarquía, es decir que cada ciudadano, erigido como centro individual de poder, se enfrenta a los otros en la vida cotidiana, tratando de “ordenar” las relaciones entre sí. También hemos recurrido, por otro lado, a la dictadura, es decir, a la promoción, instauración y sostenimiento de un poder omnímodo que se impone sobre todas las personas, cuyo último ejemplo podría ser el gobierno de Fujimori de los años noventa.

      Todos los estudiosos revisados en el capítulo cuarto de este libro coinciden en que, de uno y otro de estos escenarios, presentes y futuros, solo nos puede liberar la vía del derecho, de la institucionalidad, del orden. En suma, del respeto a las leyes. Estas son como los puntos de encuentro mínimos que se pueden establecer entre los distintos pareceres e intereses de los múltiples integrantes de un grupo y que permiten la cohesión social indispensable para su supervivencia, convivencia y desarrollo. Por eso, la mejor definición de democracia es la siguiente: el sistema en que nadie está por encima de las leyes.

      Las cuatro situaciones de uso infractor del Internet móvil que han sido escogidas para ser observadas en esta investigación, por cuanto considero que pueden resultar útiles para el logro del propósito principal de reflexionar sobre la relación entre los sistemas normativos y el Internet móvil, son: durante el manejo vehicular, en la asistencia a clases universitarias, a funciones cinematográficas y a reuniones familiares o de amigos. Según mi apreciación, las cuatro situaciones seleccionadas tienen suficiente relevancia legal y social como expresiones de la cultura nacional de incumplimiento normativo masivo que domina cada vez más la realidad del país, sin distinción de posición social, económica, nivel educativo o cultural, lugar de nacimiento u otra característica.

      A continuación, adelanto una primera y breve fundamentación sobre la validez de la elección de las cuatro situaciones de transgresión del uso del Internet móvil en la vida cotidiana.

      La primera de ellas se refiere al notorio y masivo uso ilegal del Internet móvil durante la conducción de vehículos, conducta que se observa tanto en el sector del transporte público como en el privado. Conforme a los abundantes datos que circulan y a los ojos de cualquier observador, hace años que el transporte nacional, urbano y rural, ha colapsado y con él todo el sistema normativo que lo regula. Lamentablemente, los daños de gran repercusión que esta situación causa todos los días no han despertado el interés ni han llevado a la acción eficaz de ninguno de los cuatro últimos gobiernos, aunque varios de esos males, sin exageración, son equiparables a los del terrorismo, en pérdida de vidas, afectación de la integridad física y deterioro de la propiedad. Además, y quizás la más importante consecuencia nociva de esta caótica realidad del manejo vehicular, es que, sobre todo, la propagación nociva de la permanente conducta ilícita de los empresarios, choferes y personal del transporte público (sin dejar de lado la conducta semejante de los particulares y los peatones), también ha servido como instrumento importante de afianzamiento y reforzamiento de la cultura nacional transgresora y de su máxima principal dominante de que aquí “todo vale”. Debido a esta realidad negativa de nuestro sistema de transporte terrestre (sobre todo, urbano, pero, luego, también el interurbano), nuestra cultura nacional dominante se ha ganado el vergonzoso apelativo de “cultura combi”. Estos términos aluden al tipo de modelo de la camioneta que llenó las pistas del país luego de que se autorizó a inicios de los años noventa la importación libre de vehículos, con lo que cambió la forma ordenada predominante de su conducción o manejo en el país. Efectivamente, desde hace varias décadas, los propietarios y los conductores de los vehículos de transporte público, con sus respectivos ayudantes y jaladores (y luego, por contagio, los choferes particulares), son los principales protagonistas de la cultura nacional cotidiana del desprecio y menosprecio no solo de las reglas de tránsito, sino de la vida, la integridad, la seguridad y la tranquilidad de todas las personas, sobre todo de los pasajeros, peatones y otros conductores que son los bienes que protegen dichas reglas. El llamado sector de transporte “público”, en realidad, es manejado más “privadamente” que ningún otro del país, siguiendo los caprichos permanentes de los propietarios y conductores sobre rutas, precios, paraderos, etcétera. Muchos de estos operadores cuasidelincuentes (hay que llamar las cosas como son), libres de toda atadura pública, oficial

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