En vivo y en directo. Fernando Vivas Sabroso

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En vivo y en directo - Fernando Vivas Sabroso

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cosa que también se hizo poco después con Mario Clavel. La nueva ola y el criollismo de la Backus frenaron la importación de estrellas —además, el canal 2 firmaba los mejores contratos— pero aún así se pudo ver a los mexicanos Tito Guízar y Pedro Vargas en los dos primetime musicales, noche y mediodía, y en 1964, para que cante, chille, perpetre toreo bufo y baile con los pantalones descuajeringados, vino Cantinflas, la estrella máxima de la latinidad.

      Cuando no había un famoso al que halagar, la música seguía cumpliendo su cuota de relleno y relajo en la programación. En El hit de la una, inaugurado en diciembre de 1961 por el empresario artístico Juan Silva (a partir de 1964 tuvo eventualmente su Hit de la noche) y conducido por el chileno Enrique Maluenda, se oyó toda voz conocida o por conocerse de la nueva ola, el criollismo, la balada, el bolero y, ocasionalmente, el folclor andino, que tuvo en la Pastorita Huaracina a su intérprete más consensual. Por la noche, El show de los lunes, producido por Pablo de Madalengoitia, el oneroso Casino Philips y otros musicales pasajeros cazaban a los cantores de turno. Pero, ¿por qué no aprovechar la música misma como un personaje y no sólo como una atracción? El Musiphilips (véase, en el capítulo 1, el acápite “Tarea cumplida”) animado por Madalengoitia, fue replanteado en mayo de 1963 en Cancionísima, carrera de melómanos que debían lanzarse hacia una campana cuando identificaban la canción que se les proponía. Este programa tenía el diagrama de un concurso, la producción de un musical con orquesta en el set y un plantel de nuevaoleros contratados.

      No faltaron los concursos en los años de tanteo del 13, pero estos fueron pocos, bien pagados para poder a su vez pagar los premios y encomendados al infatigable Pablo, que condujo varias temporadas de Scala regala, y a Kiko Ledgard, jalado del 4 en mayo de 1962 para animar Bata pone el mundo a sus pies, producido por Hugo Fernández Durand. El mexicano Alfonso D’Allesio, en cambio, no tuvo mucha suerte con El chanchito de la inteligencia, simple transcripción de su éxito radial de años atrás. Mejor fortuna tuvo Jorge “Frijol” Diez Canseco ciñéndose a una secuencia de El show del mediodía (antecedente de El hit de la una en 1960) donde dejaba que Grimaldo, el conejo millonario —un roedor negro que vivía en el canal— decidiera la suerte de los participantes. El concurso sin coartadas culturales o altruistas se iba desgastando y el que no las tenía, como Grimaldo, daba brincos muy cortos. Otros géneros tomaron la alternativa.

       Esta es su vida

      Jamás al televidente se le había exigido tanto como en Esta es su vida y jamás creyó sentirse tan satisfecho. This is your life, biografía de un personaje puesta en escena ante sus propios ojos, fue estrenado por la NBC en 1952. Entonces, y así lo entendieron todos los canales del mundo que adaptaron la idea, era la máxima expresión del arte conceptual televisivo. En primer lugar, la idea estaba concebida para su ejecución en vivo pero era irrealizable si no se cumplía una acuciosa investigación previa. Nada se dejaba a la improvisación, ni siquiera un conductor locuaz como Pablo de Madalengoitia podía prescindir de libretos (estos fueron encomendados al poeta Juan Gonzalo Rose y, cuando no pudo cumplir, a Rodolfo Hinostroza) y, sin embargo, todo el efecto del programa se basaba en lo que escapaba a la planificación, por ejemplo, las infinitas variaciones de la sorpresa del invitado ante la materialización de sus recuerdos.

      Desde el título mismo, Esta es su vida, tenía una pretensión tremendamente gruesa que, ante la solemne calidad de los resultados, nadie juzgaba. Se trataba nada menos que de esa soberbia televisiva, disfrazada de humanismo y oculta tras las espaldas de sus ilustres convidados, que estimaba que en una hora podía resumirse la vida de un gran tipo, darle lo que nadie le había quitado o, al menos, ordenárselo y juntárselo como él mismo nunca podría hacerlo; y, lo más importante de todo, que dada la estructura dramática del programa, cuyo libreto tenía un orden cronológico en el que encajaban los golpes emocionales que recibía el invitado, se alentaba la identificación del televidente con ese ser extraordinario y apabullado, depositario de recuerdos y una gran carga valorativa. Como el discurso del programa versaba siempre sobre la construcción de una vida, y generalmente se buscaba a quienes habiendo deshecho la suya la habían rehecho saliendo del pozo en el que se hallaban,12 el espíritu de la hora no podía sino ser edificante, triunfal, de reconciliación con el mundo. Probablemente, lo opuesto a las lecturas que muchos de los invitados querían hacer de sus vidas. Un solo ejemplo extranjero: En el Esta es su vida cubano, Alicia Alonso fue sorprendida con la visita de la enfermera que la había atendido cuando fue operada de la vista en Suecia. Como nunca la pudo ver, esta vez, viéndola, solo la reconoció con el tacto. Los televidentes no se emocionaron tanto por el recuerdo doloroso de la Alonso ciega como por su sentido del agradecimiento y las ganas de vivir celebradas con sutil fanfarria televisiva.

      En la noche del viernes 25 de febrero de 1961 Pablo apareció charlando con un despistado Víctor Andrés Belaúnde, el ilustre político y diplomático peruano que presidió la Asamblea de las Naciones Unidas, entre 1959 y 1960. Era el primer invitado y el primer sorprendido de la versión peruana de Esta es su vida. Pablo leyó el libreto de Rose con el recogimiento y la pausa que no ponía en sus otros shows y Víctor Andrés Belaúnde sufrió tres grandes sorpresas: La visita furtiva de su hijo José desde París, la aparición del vate Alberto Ureta, ante quien exclamó “¡mi poeta!”, y la visión de un filme sobre su unción como presidente en la ONU. Genaro Delgado Parker había rechazado la idea de empezar con un anciano solemne, pero Pablo y el equipo de la agencia de publicidad Causa, que producía el programa, insistieron y no se equivocaron; la prensa fue unánime en hablar de “calidad e intelectualidad” y el espacio desató una ola de nacionalismo televisivo con una pequeña multitud de televidentes aplaudiendo a Víctor Andrés Beláunde en la esquina del canal. Pablo cuenta de un taxista que le dijo que ese Belaúnde debía ser candidato a la presidencia y no el otro, refiriéndose al arquitecto Fernando Belaúnde Terry.13

      Tal era el efecto peruanista de la televisión que en un terreno ficticio, ciertamente, negaba la realidad electoral. Víctor Andrés Belaúnde estaba políticamente agotado y su última actuación en la arena local como ministro de Prado no había sido nada edificante. Pero según la televisión esa no era su vida; la suya era un ejemplo de peruanidad ante los ojos de la humanidad.

      La agencia Causa, representada por el jefe del departamento de televisión César Durand, tenía a tres equipos de investigación hurgando secretamente en la vida de los próximos invitados. Cuando se decidía que un dossier estaba listo uno de los equipos se convertía en productor. El 13 había contratado a Fernando Samillán Cavero para que se encargase exclusivamente del espacio. Alentado por la experiencia de Víctor Andrés Belaúnde, el equipo de Causa presentó cada vez más espectaculares sorpresas a los invitados. Las ideas sonaban caprichosas pero si el canal y la agencia las aportaban eran realizables. Para la emisión dedicada al campeón de natación Walter Ledgard (fallecido en 1999), se invitó nada menos que a Johnny Weissmuller. El nadador olímpico y astro de Hollywood llegó un día antes y fue ocultado en una casa en las afueras de Lima. Cuando Ledgard lo vio quedó tan confundido como los televidentes. Para que no hubiera dudas, Pablo pidió a Weissmuller que lanzara su memorable grito de Tarzán. Ledgard quiso creer que esa era realmente su vida y colgó en su casa los retratos que se tomó con Weissmuller. Conchita Cintrón, nuestra única torera, también estuvo muy a gusto en su emisión y dijo: “Me siento como en una buena tarde de toros”.

      El encuentro con Ciro Alegría, “hito de intelectualidad en televisión”, según la prensa, tuvo momentos de antología, como la aparición de la vieja máquina de escribir donde el escritor había elaborado El mundo es ancho y ajeno, aunque Pablo recuerda cómo los conceptos del programa tambalearon aquella vez. Quebrándose la regla, Alegría fue puesto sobre aviso por un inoportuno, y en lugar de comparecer en el set apareció nervioso y con síntomas de haberse dopado. Creía que el libreto iba a remover la historia de su primer matrimonio. Ello no sucedió pero sí manifestó una fría

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