En vivo y en directo. Fernando Vivas Sabroso
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A mediados de 1968 Gloria Travesí escribe y protagoniza La codicia de los cuervos, mientras Saby Kamalich, Sacha, Lorena Duval y Blanca Rowlands actúan en Dime la verdad. Sacha se ocupa también en Nunca te engañé, argumento de Corín Tellado, con Maricarmen Gordon y la Miss Perú Mary Ann Sarmiento; y la Kamalich se repite en Los amigos de Dios, con Gloria María Ureta. Vlado Radovich ya no tiene tiempo de actuar, ha resuelto dirigir y quiere empezar con un argumento original. No le queda más remedio que aceptar Si no fueras tú, otro Corín Tellado para los buenos oficios de Sacha, Aspíllaga, Romero, Gloria María Ureta y Mary Ann Sarmiento. Al menos, consigue que esta vez la adaptación no esté a cargo de la destajera Travesí sino de un escritor más empeñoso, Humberto Ponce, que trató de desacralizar las situaciones simplificando diálogos. El camino de Simplemente María estaba trazado. Antes de concluir el año Radovich también dirige Te ayudaré siempre, un Tellado más, con Vilar, Aspíllaga, Lorena Duval y el debut como actriz de Norma Belgrano, y supervisa una novela subsidiaria de un proyecto audaz. Boda diabólica, basada en un relato de Edgar Allan Poe, es uno de los pocos largometrajes que evacuó la división fílmica de canal 5, esta vez en asociación con capitales norteamericanos coordinados por Enrique Torres Tudela,39 y antes de verse retorcido en una intriga más chapucera que sombría protagonizada por la ex diva infantil Margaret O’Brien, se aprovechó la preproducción para urdir una novela con Elvira Travesí y Fernando Larrañaga.
1969
Aunque Simplemente María, aireada en abril, hizo rendir la fábrica a plena capacidad instalada, Panamericana urdió una docena de folletines en 1969, y para ello tuvo que armar dos foros en los hangares de la Feria Internacional del Pacífico. En enero estrenó su primer coqueteo con el miserabilismo, un tímido El canillita, que no reivindica para nada su bastardía ni su marginalidad, pero sí su pureza de espíritu. Coartada para la ingenuidad. Saby Kamalich, Blanca Rowlands y Hernán Romero dieron varias palmadas al hombro del niño Héctor Cáceres. En Soledad actuó el italiano Lauro Volpi con Mary Ann Sarmiento y Lorena Duval, dirigidos por el teatrero Mario Rivera; en Vengo a vivir contigo actuaron Regina Alcóver, Alfredo Bouroncle y Marianela Ureta, y en Fugitivos del amor coincidieron Elvira Travesí, Sacha, Gloria María Ureta y Norma Belgrano. El catálogo de 1969 lo completan: La virgen de Fátima con Gloria María Ureta, Carlos Tuccio (marido de Saby Kamalich) y César Ureta; Quiérela y olvídala, con Sacha, Aspíllaga y música de Lucy Villa; El prófugo, con Sonia Seminario y Hudson Valdivia; Condenada a muerte, con Lucía Irurita, Sacha y Larrañaga; El pecado de Sofía, con Inés Sánchez-Aizcorbe y Larrañaga; y Los olvidados, con Gloria Travesí, Larrañaga, Lucía Irurita, Sacha y la modelo Roxani Arrieta.
Pongamos como ejemplo a El prófugo, dirección escénica de Germán Vegas Garay y técnica de César Cefferino Pita. El argumento original de Gloria Travesí, marca el tramo final de un camino árido, el no va más de una modernidad falsa o equivocada. Es una intriga urbano-criminal sobre un hombre desaparecido y vuelto a aparecer años más tarde para echar a perder el nuevo romance de su esposa; hasta que una carta sacada de la manga —una hermana gemela, una identidad solapada, una filiación secreta, lo mismo da— fuerza el happy-end. La imagen que promueve comercialmente la novela es a la vez su epítome: la heroína, bien a la moda con peinado cabezón de los sesenta, rostro en una de las tantas variantes de la turbación folletinesca y las manos crispadas sobre el aparato telefónico, espera una exótica larga distancia.
Que las entradas y salidas teatrales se reemplacen por el hilo telefónico, los encajes y brocados por la minifalda, son meros datos de fecha y fachada, a lo sumo síntomas de una escritura que quiere coger apariencias de los nuevos tiempos, aprehender el progreso de las comunicaciones, la ciencia y la criminología. Pero de poco sirven si la dramaturgia y sus estructuras profundas siguen tan remolonas. Los recursos pasivos, los secretos y engaños, reprimen en exceso la conducta activa de los protagonistas; siguen abonando el terreno de la fatalidad, de la nobleza y la bastardía como condición social infranqueable, de las leyes de Dios y del Talión. Que en una novela contemporánea los hijos sean sometidos a los test de laboratorio para determinar científicamente su filiación solo vale para consagrar el arcaísmo con procedimientos modernos. En el origen seguirá pesando como plomo el trueque de cunas en la maternidad y las leyes de las barreras sociales en un Perú en plena efervescencia de cholos y migrantes.
Hacía falta un tsunami que removiera las estructuras profundas y les arrancara al menos una concesión: una heroína resuelta a progresar, a modernizarse, a cambiar de condición social sin olvidar su origen plebeyo. Lo demás podría mantenerse —y vaya que así se mantiene hasta hoy en tanto folletín de la región— en estado de suspensión.
María, un mito cama adentro 40
Por fin, la fábrica estaba en condiciones de hacer un producto de envergadura. El fantasma de la estatización aullaba en 1969 y había que apurarse a invertir rompiendo los estándares. ¿Por qué no investigar el mercado latino hasta encontrar la gran idea original? ¿Por qué no ampliar la ronda de personajes y estirar las temporadas? ¿Por qué no actualizar el género modernizándolo, no tanto en estilo sino en contenidos? ¿Por qué no apostar a un mito con cama adentro, que obtenga una audiencia fija como nunca se tuvo, mañana y noche? Los Delgado Parker encontraron en Buenos Aires el argumento perfecto para la novela moderna y desarrollista que el Perú y América Latina querían. Al menos, la que un público saturado de folletines impersonales y abstraídos estaba dispuesto a convertir en rito diario. La clásica telenovela rosa tenía que ser remecida desde dentro.
La ambición panamericana no esperó a ver el suceso local de Simplemente María, nació antes que ella. Los Delgado Parker querían golpear de veras en un continente donde salvo la industria mexicana exportadora, no despuntaba ninguna otra. Si la fábrica del distrito federal mexicano, pese al chauvinismo de su entorno, lanzaba productos de relativa asepsia cultural; en el Perú, donde nunca han pesado demasiado los lastres folclóricos, era más sencillo apostar a la universalidad. Pero la apuesta necesitaba un complemento dialéctico, una idea-fuerza-social que partiendo del Perú centralista (y de Argentina, donde se compró el libreto) se regara a América Latina y al mundo. Había que ser universales y a la vez concretos, etéreos pero telúricos.
María aborda un tren que tiene los mismos puntos de partida y llegada en cualquier nación centralista: el interior y la capital. La migración ferroviaria es insignificante en el Perú pero María Panamericana tenía que llegar en tren. Las carreteras son una multiplicación de itinerarios particulares, los rieles son la huella de un esfuerzo y un viaje colectivos. El primer figurante que tiene palabras de cortesía con María es otro agente del desarrollo, un doctor rural. El efecto realista de esta primera exposición tenía que ser convincente, varias escenas fueron filmadas en 16mm en exteriores y el director Carlos Barrios Porras consiguió a un médico auténtico, el doctor Jorge García Calderón (hermano de Ernesto, locutor del canal y también médico), para asumir el papel. El arribo a Lima es proverbial, en prominente detalle la estación Desamparados luce su frontis. La referencia geográfica es gratuita, el nombre es el que pesa.
Simplemente María fue vendida por la argentina Celia Alcántara sin que su autora vislumbrara