El feudo, la comarca y la feria. Javier Díaz-Albertini-Figueras

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El feudo, la comarca y la feria - Javier Díaz-Albertini-Figueras

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se debe a que muchas de las relaciones sociales siguen ocurriendo en el espacio real, sea en las sedes de las principales empresas que son parte de los nodos; o para evitar el espionaje posible (hackers) en los medios de comunicación e informáticos vía la reunión cara a cara; para el realce personal y la autosatisfacción personal; para el consumo conspicuo:

      Así pues, los nodos del espacio de los flujos incluyen espacios residenciales y orientados al ocio que, junto con el emplazamiento de las sedes centrales y sus servicios auxiliares, tienden a agrupar las funciones dominantes en espacios cuidadosamente segregados, con fácil acceso a complejos cosmopolitas de las artes, la cultura y el entretenimiento. (Castells, 2001, p. 450)

      • En tercer lugar, la sociedad posmoderna se caracteriza por su creciente individualización, especialmente en lo que se refiere a la formación de identidades y a la creciente heterogeneidad de las fuentes de identidad. Pero la heterogeneidad no significa una incontrolable diferenciación entre los seres humanos. Por el contrario, el individuo posmoderno –al igual que en otros momentos históricos– construye su identidad en asociación con otros. La diferencia es que ahora esas identidades son más fluidas y pasajeras, en lo que algunos denominan la tribalización –que incluye una estetización de la diferencia (ropa, música, jerga)–, la cual siempre tiene un componente espacial. Según Formiga (2007), «se traduce sobre el espacio un discurso de la diferencia» (p. 180).

      • En cuarto lugar, se encuentran nuestros afectos y sociabilidad como aspectos centrales en la configuración de nuestra identidad territorial. Cuando les preguntamos a los habitantes de cualquier país: «¿A cuál de los siguientes grupos geográficos diría usted que pertenece en primer lugar? ¿Y en segundo lugar? ¿Y el último de todos?», la respuesta preferida es el espacio local. Esto ocurre en España (Castells, 2003) y en el Perú, en donde el 47 % y el 54 %, respectivamente, consideran su principal identidad la local o regional, en contraste con el 38 % que nombra primero a la nación. Solo un grupo reducido escoge el «continente» o el «mundo como un todo»15. Como se señaló anteriormente, el apego a un lugar se construye fundamentalmente sobre la base de las funciones cotidianas que satisface, pero también de las memorias, valores, actitudes, sentidos y representaciones. Nosotros nos involucramos y comprometemos con aquellos sitios que tienen una historia y significado. Esto se logra con el tiempo que permite la experiencia vital.

      ¿Y el espacio público desaparecerá como depositario de «lugares»? Puede ser que los seres humanos sigamos siendo localistas y que nos aferremos a lo próximo, pero esto puede suceder en espacios privados o cuasipúblicos. ¿Hasta qué punto la identidad territorial seguirá implicando a los espacios públicos? Como ya se dijo, esto depende de varios factores, pero lo que sí es cierto es que entre los jóvenes citadinos de todos los estratos –incluyendo a los supuestamente más globalizados y virtuales– hay un mayor volcamiento hacia la calle y el parque para pasear, ejercitarse, comer, tomar café y platicar. Es parte de lo que define la calidad de vida en la ciudad y esta apropiación se repite en las grandes urbes del mundo.

      Finalmente, ¿puede la virtualización de nuestras relaciones llevarnos a dejar más la calle y la plaza, y hacer que nos atrincheremos en nuestros espacios privados e íntimos? Esta es, sin duda, una pregunta que aún no tiene una respuesta definitiva. Algunos estudios muestran que las relaciones virtuales con frecuencia se encuentran muy ancladas en el mundo real, ya que son parte de un sistema o red que contiene diferentes componentes entre reales, virtuales, territoriales, ciberespaciales, entre otros (Hampton, 2006). En algunos casos, además, en la comunicación vía internet tienden a predominar mensajes a personas que viven cerca y simplemente complementan la llamada telefónica o la conversación en la oficina o el café. Quizás para los jóvenes, internet sirva más como aventura y exploración, y busquen al distante y diferente como parte de ella (Quiroz, 2004). Pero también son los jóvenes quienes conquistan espacios y los territorializan: los parques con sus skates, los centros comerciales con sus colleras y las calles con sus partidos de fulbito. Estos y otros aspectos deben ser examinados en mayor detalle.

      Nuestra espacialidad física es evidente y lo seguirá siendo, a pesar del incremento en nuestra movilidad y la mayor virtualización de nuestras relaciones sociales y actividades recreativas. El proceso de globalización tampoco ha significado la decadencia de lo local como locus de la identidad territorial de la mayoría de los actores sociales. Lo que está ocurriendo, eso sí, es una mayor complejidad en nuestro repertorio territorial como seres urbanos. Cultivamos más lugares y nuestro apego a cada uno es menos profundo. Es otro asunto, sin embargo, cómo los actores sociales expresan esta ansiada e ineludible espacialidad. He señalado que hay poderosos procesos que van reduciendo los espacios públicos, como son la delincuencia, el dominio del tránsito vehicular y el creciente énfasis en lo privado como sustitución de lo público. Como se verá en los próximos capítulos, este es justo el drama que nos toca vivir y entender.

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