El feudo, la comarca y la feria. Javier Díaz-Albertini-Figueras

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El feudo, la comarca y la feria - Javier Díaz-Albertini-Figueras

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responde ahora al individuo, no como ciudadano abstracto de la modernidad, sino como persona con múltiples identidades, enormes pretensiones de consumo y poca capacidad de comprometerse seriamente con su ciudad o sus territorios. Todo esto implicaría la disminución y, quizás, la muerte del espacio público.

      Entonces, ¿qué implican la modernidad y la posmodernidad en términos de la pertenencia e identidad territorial? De acuerdo con el sociólogo funcionalista Talcott Parsons (1970), en el proceso de tránsito hacia la modernidad, las motivaciones y orientaciones de los actores sociales evolucionan siguiendo uno de los polos de lo que denominaba variables-pauta típicas de toda sociedad. Una de ellas tiene que ver con qué criterios utiliza el actor para evaluar contextos (sujetos/objetos) y oscila entre el polo de las orientaciones «particularistas» de las sociedades tradicionales y el polo de las orientaciones «universalistas» de las modernas. Lo particular se refiere a lo fuertemente ligado a motivos personales, mientras que lo universal apunta a que el actor recurre a un marco general aceptado y legitimado por el colectivo social. En términos territoriales, esto se traduce en un tránsito de orientaciones «localistas» hacia orientaciones «cosmopolitas». Es decir, en las sociedades modernas, el actor social deja de orientarse o sentirse parte de localidades próximas y pasa a identificarse con territorios de mayor extensión o nivel de cobertura, se va convirtiendo en un «ciudadano de la nación o el mundo». En términos actuales, se podría decir que Parsons aludía a que las personas se hacían más globales y menos locales.

      Diversas investigaciones, sin embargo, cuestionan la validez de este tránsito. Los estudios tienden a mostrar que las personas con una orientación territorial más cosmopolita, normalmente, son individuos con dificultades de integración social. Su desapego por lo local no es producto del cambio en las percepciones territoriales, sino más bien de cierta incapacidad de relacionarse e integrarse a los demás. Por el contrario, en la mayoría de las investigaciones realizadas, en las cuales los actores sociales jerarquizan la importancia relativa de los diversos territorios a los que pertenecen, la tendencia es a asignar más importancia a lo local, en comparación con lo nacional o supranacional (Gubert, 2005; Castells, 2003). Las explicaciones tras estas respuestas y manifestaciones serán examinadas más adelante, pero una de las principales razones se encuentra en los procesos que llevan a diferenciar un sitio de lo que es un lugar.

      El concepto de lugar es utilizado por las ciencias sociales para definir un espacio que ha sido dotado de significados personales y, por lo general, se expresa en el grado de «apego al lugar» –place attachment, en inglés– (Smaldone et al., 2008). El apego, según Smaldone et al., se expresa vía dos aspectos principales: (a) la dependencia, que se mide de acuerdo con la percepción del actor de cuán fuerte es su asociación con un lugar (por ejemplo, cómo responde a sus diversas necesidades), fortaleza que puede compararse con respecto a otros lugares; y (b) la identidad, que se refiere a los aspectos emocionales del apego a un lugar e incluye cogniciones sobre el mundo físico, memorias, ideas, valores, actitudes, significados, entre otros. La dependencia tiende a reflejar más los aspectos funcionales del lugar, mientras que la identidad se acerca a lo afectivo y emotivo. Ambos aspectos se ven fortalecidos con la variable del tiempo, sea el vivido o relacionado con un lugar en particular. El marco temporal es uno de los aspectos fundamentales detrás del apego.

      Antes se mencionó que la modernidad y la posmodernidad no han afectado mayormente nuestra inclinación hacia lo local cuando se trata del sentido de pertenencia. Sin embargo, sí han afectado la intensidad del apego. Estudios muestran que seguimos prefiriendo lo local sobre lo cosmopolita, pero ahora nos identificamos con muchos más lugares. Es decir, se ha extendido el abanico de lugares debido a la mayor movilidad de la población y, por ende, ha disminuido la intensidad del apego, porque ahora se encuentra distribuido en más opciones (Smaldone et al., 2008; Gubert, 2005). Gustafson (2009), por ejemplo, en su estudio en Suecia, comparó a hombres de negocios que eran viajeros frecuentes con otros trabajadores que se desplazaban menos. Concluye que los viajeros internacionales frecuentes tienen mayores orientaciones cosmopolitas que los otros, pero sus lazos locales no son significativamente más débiles que los que no viajan o los viajeros ocasionales. Considera que el localismo y el cosmopolitismo no deben ser tratados como polos opuestos, según lo interpretaba Parsons (1970), sino que la mayor movilidad puede ser utilizada para combinar recursos locales con los cosmopolitas. Aparentemente, la modernidad y la posmodernidad han debilitado la intensidad del apego, pero no han disminuido la identificación y dependencia de los lugares próximos.

      Asimismo, la globalización y la posmodernidad no han significado la desaparición del poder ni el hecho de que las relaciones siguen siendo estratificadas, jerárquicas y territorializadas. Los sectores altos creen que se liberan del espacio –«si no es París, será, entonces, Tokio o quizás Nueva York»–, pero en todas las ciudades del mundo se apoderan agresivamente de territorios reales, concisos y concretos. A veces son espacios abandonados o antes habitados por grupos de menores ingresos, y los remodelan para generar nuevas áreas de exclusividad en un proceso que en inglés se conoce como gentrification y que en español se podría llamar aburguesamiento o elitización del territorio14. Los de menores ingresos también viven en enorme dependencia territorial, pero por otras razones.

      Bauman (1999) considera que los del primer mundo viven el tiempo como presente continuo, pero el espacio ya no rige para ellos porque ha dejado de ser restrictivo (sea el virtual o real). Mientras que para los del segundo mundo –los pobres y marginados– el espacio real se cierra y los encierra. También los comprime porque habitan donde no quieren estar, pero no pueden trasladarse donde desean. El espacio y el tiempo los aplastan. Los sectores altos pueden estar donde quieran y construyen los espacios a su imagen y semejanza. Para ellos no hay fronteras, ni oficina de inmigraciones. En cambio, los pobres viven donde no quieren, pero no pueden escapar de su miseria porque nadie los recibe. Si llegan a salir, muchos se encuentran segregados social y espacialmente, refugiados como ilegales.

      Estas reflexiones evidencian que el tema del espacio, el territorio y la construcción de lugares no es un asunto sencillo. Resulta bastante aventurado clamar la muerte del espacio para un sector u otro, o pensar que nuestra identidad y pertenencia a un territorio es cuestión del pasado en un mundo global y virtualizado; o, finalmente, que las nuevas generaciones no son capaces de comprometerse y, por ende, no pueden (¿o quieren?) apropiarse de espacios en forma consistente y continua. Lo paradójico es que somos seres supuestamente en camino a ser desmaterializados (etéreos, flujos, redes), pero con necesidades, anclajes y apegos territoriales. Ello implica que debemos investigar nuestras formas específicas y diversas de afianzamiento en el espacio, en vez de solo celebrar nuestra presunta independencia del territorio. Por ello, es importante continuar el estudio de la identidad territorial y cómo ha cambiado producto de la globalización y la introducción de tecnologías que impulsan la virtualización.

      La evidencia tiende a apoyar más la idea de que aún nos aferramos al territorio, especialmente si es el próximo y local:

      • En primer lugar, como identidad de resistencia. Como bien indican varios autores, lo inaccesible del mundo global nos lleva a aferrarnos a lo local. Para Castells (2003), las élites pueden ser cosmopolitas, pero la gente no, y por ello sigue viviendo en el «espacio de los lugares». Es una forma de enfrentarse y resistirse al proceso incontrolable de la globalización y al espacio de los flujos dominados por la élite. Este proceso se evidencia en la creciente preocupación por los gobiernos locales en todas las sociedades del mundo, la participación vecinal (presupuestos y planificación participativos) y la democracia local, todo porque es más cercana a la gente. De acuerdo con la geógrafa brasileña Amalia Inés Geraiges (2004), existe una nueva territorialización que aparece a causa de las necesidades locales para enfrentar el desarraigo producido por la globalización. Estas preocupaciones se manifiestan de diversas maneras, pero en los últimos años han surgido movimientos ligados a la defensa y protección del medioambiente de la comunidad frente a la gran empresa.

      • En segundo lugar, como se ha mencionado anteriormente, existe mayor identidad cosmopolita entre los sectores

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