Francisco Franco. Heinz Duthel

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de insurrección, en el que se levantaron barricadas y se ocuparon edificios públicos, fue sofocado con la intervención del Ejército.

      El 26 de septiembre de 1934 se anunció la formación de un nuevo gobierno presidido también por Lerroux al que se incorporaron tres miembros de la CEDA. La actitud revanchista del anterior gobierno Lerroux y la identificación de la CEDA con posiciones fascistas provocó la reacción de la izquierda. La UGT, los comunistas y los nacionalistas catalanes convocaron una insurrección que se materializó en diversas zonas del país como Cataluña, el País Vasco y, principalmente Asturias, donde se unió la CNT. Si en otros lugares fue sofocada con relativa facilidad, no ocurrió así en Asturias. Los mineros asaltaron la fábrica de armas de Trubia, ocuparon los edificios públicos (a excepción de la guarnición de Oviedo y la Comandancia de la Guardia Civil de Sama) y detuvieron la columna del general Milans del Bosch que acudió desde León. Se cometieron asesinatos, principalmente de sacerdotes y guardias civiles, se quemaron iglesias y se saquearon edificios oficiales.

      Franco se había convertido en el general más valorado por los sectores de la derecha, el haber estado alejado del anterior gobierno de izquierdas, permitió que no se le identificase como afecto a la República, y, tras la formación del gobierno Lerroux, se vio privilegiado por su ministro del Ejército Diego Hidalgo (quien lo propuso para el ascenso de general de División). En septiembre se encontraba, invitado por Hidalgo, en las maniobras que se realizaron en la provincia de León. Cuando el 4 de octubre estalló la insurrección, Hidalgo requirió a Franco para que, como asesor y desde Madrid, coordinase las operaciones. Se hizo venir a la Legión y a los Regulares de África, una fuerza de 18.000 soldados que, al mando del coronel Yagüe, se integraron con otras unidades traídas de León, Galicia y Santander bajo el mando supremo del general López Ochoa. Las fuerzas traídas de África y dirigidas por Yagüe se distinguieron por su especial crueldad. La represión fue despiadada, y las tropas extranjeras, con el beneplácito de sus jefes, se dedicaron al pillaje, con una brutalidad que dejó atónitos a los mineros sublevados.

      La insurrección y su posterior represión provocaron más de 1.500 muertes, abriendo una brecha entre la derecha y la izquierda que no lograría superarse. Los muertos de uno y otro lado alimentaron el odio y el rencor en ambos bandos.

      El 15 de febrero de 1935 el Gobierno le concedió la Gran Cruz del Mérito Militar y le nombró jefe de las tropas de Marruecos. Sólo tres meses después de tomar posesión de su cargo en África, tras otra crisis política que propicia una nueva remodelación del Gobierno, y entrando Gil-Robles como ministro de la Guerra, Franco regresa a la península nombrado jefe del Estado Mayor, cargo de máximo prestigio que desempeñará hasta el triunfo del Frente Popular en febrero de 1936.

      Elecciones generales de 1936

      A finales de 1935 la corrupción del gobierno Lerroux es destapada por el caso straperlo. El presidente Alcalá Zamora le exige la dimisión, cae el gobierno y deben convocarse nuevas elecciones. Con la caída del gobierno, ante la expectativa de unas elecciones en las que existe la posibilidad de que las gane la izquierda, arrecian los movimientos en contra de la República. La CEDA y sectores del Ejército conspiran para impedir la consulta mediante un golpe de Estado. Franco es requerido desde sectores militares y civiles para que participe en el complot; pero éste, sin rechazarlo, no se une al mismo, manteniendo una posición ambigua. Se conoce el encuentro que tuvo con Primo de Rivera, jefe de la Falange, días antes de las elecciones por las memorias de Serrano Súñer, amigo de ambos:

      Fue una entrevista pesada y para mí incómoda. Franco estuvo evasivo, divagatorio y todavía cauteloso. Habló largamente; poco de la situación de España, de la suya y de la disposición del Ejército, y mucho de anécdotas y circunstancias del comandante y el teniente coronel tal,... [...] José Antonio quedó muy decepcionado y apenas cerrada la puerta del piso tras la salida de Franco (habíamos tomado la precaución de que entraran y salieran por separado) se deshizo en sarcasmos hasta el punto de dejarme a mí mismo molesto, pues al fin y al cabo era yo quien los había recibido en mi casa. "Mi padre –comentó José Antonio- con todos sus defectos, con su desorientación política era otra cosa. Tenía humanidad, decisión y nobleza. Pero estas gentes..."

      Memorias, Serrano Súñer.

      En enero de 1936, los rumores de la preparación de un golpe militar y su supuesta participación en el mismo se extendieron hasta llegar a conocimiento del presidente del Consejo Provisional Manuel Portela. Portela envió al director general de Seguridad Vicente Santiago al ministerio de la Guerra para que se entrevistase con Franco; éste, todavía jefe del Estado Mayor, se mostró nuevamente esquivo, manifestándole que no conspiraría hasta que no existiese un "peligro comunista en España".

      Las elecciones del 16 de febrero de 1936 fueron ganadas por el Frente Popular. Tanto Franco como Gil-Robles, de manera coordinada, trabajaron incansablemente para revocar la decisión de las urnas. El 17 de febrero a las tres y cuarto de la madrugada, nada más conocerse los resultados, Gil-Robles se dirigió al ministerio de la Gobernación y, entrevistándose con Portela, intentó convencerle para que suspendiera las garantías constitucionales y decretara la ley marcial. Paralelamente Franco, esa noche, telefoneó al director de la Guardia Civil el general Pozas quien se mostró contrario a la iniciativa. Posteriormente presionó al ministro de la Guerra, el general Nicolás Molero, para que impusiera la ley marcial y obligara a Pozas a sacar a la Guardia Civil a la calle.

      A la mañana siguiente se reunió el Gobierno para debatir sobre la implantación de la ley marcial. Resultado de la reunión fue la declaración del estado de alarma durante ocho días y otorgar a Portela la potestad de declarar la ley marcial en el momento que lo estimase oportuno. Franco, aprovechando el conocimiento que tuvo de la potestad otorgada, como jefe del Estado Mayor, envió órdenes a las diferentes regiones militares. Zaragoza, Valencia, Alicante y Oviedo decretaron el Estado de Guerra, otras capitanías se mostraron indecisas; pero, principalmente, al no sumarse la Guardia Civil a la intentona, ésta se vio frustrada. Ante el fracaso, cuando Franco por fin vio al jefe de gobierno por la tarde, hábilmente jugó a dos bandas. En los términos más corteses, Franco le dijo a Portela que, ante los peligros que constituía un posible gobierno del Frente Popular, le ofrecía su apoyo y el del Ejército si permanecía en el poder.

      Tras las elecciones, y superados estos incidentes, Azaña fue nombrado presidente del Gobierno. Historiadores coinciden en que Azaña no advirtió la magnitud de la conspiración minusvalorándola. Conocía la existencia del complot aunque no conociera los detalles ni exactamente sus participantes, también sabía el ambiente conspirador presente en la derecha y en sectores del Ejército; y entre las escasas medidas que tomó, una fue la de alejar de los centros del poder a aquellos generales que consideraba más proclives al pronunciamiento. El general Goded fue destinado a las islas Baleares y Franco, perdiendo la jefatura del Estado Mayor, fue enviado como comandante general a las islas Canarias. Franco lo consideró como un destierro.

      Como hubo que repetir las elecciones en dos circunscripciones, Cuenca y Granada, la CEDA ofreció a Franco un puesto en las listas de Cuenca que le garantizaba salir elegido. Franco ya estuvo tentado de presentarse a diputado en las elecciones del 1933. Sea que le atrajera la actividad política o que quisiera adquirir la inmunidad parlamentaria, Franco aceptó; pero presentándose en esa misma lista José Antonio Primo de Rivera, éste no admitió compartir lista con Franco y lo vetó. Serrano Súñer viajó a Canarias, se supone que con la misión de convencerle para que se retirase; el resultado del viaje fue que Franco renunció a presentarse.

      Conspiración

      Desde sus comienzos, la República estuvo amenazada por tramas de conspiración. Franco fue requerido para participar en estas conspiraciones mostrándose siempre indeciso y ambiguo. El verano de 1933, el general Sanjurjo, desde la cárcel diría: "Franquito es un cuquito que va a lo suyito". En 1936 no habría cambiado de opinión: "Franco no hará nunca nada porque es un cuco". Las memorias de Serrano Súñer

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