Búsqueda. Josep Otón Catalán
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Propiedad
Sorprende que Weil, de ideología revolucionaria, defienda la propiedad privada como una necesidad del alma. Ahora bien, no se está refiriendo al modo de organización social, sino a algo que atañe a la interioridad de la persona: «El alma está aislada, perdida, si no está rodeada de objetos que sean para ella como una prolongación de los miembros del cuerpo. Todo hombre tiende inevitablemente a apropiarse con el pensamiento de cuanto ha usado continua y prolongadamente en el trabajo, en el placer o en las necesidades de la vida».
Dicho de otro modo, el ser humano necesita que su individualidad se expanda en su entorno. No le basta con su cuerpo. Necesita expresarse, sentirse él mismo a través de objetos y lugares. Son referentes, puntos de anclaje que confirman su identidad.
Por supuesto, el peligro es que esta apropiación degenere en una dependencia. Si lo que poseo me posee, dejo de ser yo mismo. Esta es la tentación del avaro o del ambicioso. Nunca podrá saciar sus ansias porque no intenta atender una necesidad sino que ha caído en un círculo vicioso donde deja de ser el protagonista y ha perdido el control. El afán por poseer se ha apoderado de él. Por eso, como contrapeso, Weil reivindica la propiedad colectiva.
Aquí Weil no defiende tanto un determinado tipo de estructura sociopolítica como un estado de conciencia. Según ella, necesitamos participar del sentimiento de propiedad de lo que pertenece a todos. En el fondo, critica como muchas veces no nos hacemos responsables de lo que es de todos. Por eso reivindica el sentido de pertenencia y de responsabilidad compartida para evitar la tentación de desentendernos o de no apreciar lo que no depende exclusivamente de nosotros.
El caso de la naturaleza es evidente. Debemos entenderla como una propiedad colectiva, no en el sentido de que podemos explotarla a nuestro antojo, sino de que somos responsables de cuanto le sucede. Es un bien compartido.
Honor
Una vez más, Weil sorprende al reivindicar la necesidad del honor. Para esta filósofa está relacionado con el reconocimiento social que se le concede a un individuo al vincularlo con el pasado. Nos puede extrañar esta propuesta de Weil si no tenemos en cuenta que muchas veces nuestra búsqueda, que va encaminada a descubrir quiénes somos, pasa por encontrar la corriente que fluye desde el pasado y que aporta un sentido histórico a nuestra existencia.
Entonces descubrimos cómo nuestra vida no es un hecho aislado en la historia del mundo sino que está inserida en un proceso colectivo que se va configurando a lo largo de los siglos. El honor sería la plenitud derivada de esta participación en un proyecto histórico que trasciende nuestro devenir individual. No somos seres aislados. Otros nos han precedido y somos deudores de su legado.
Sin embargo, la preocupación por el honor puede ensombrecer el proceso particular de crecimiento al sentirnos encadenados a un proyecto determinado: la familia, la religión, la empresa, el país o el grupo social. Tenemos el honor de formar parte de un colectivo, pero no a costa de anular nuestro carácter único e irremplazable.
Por otra parte, Weil también destaca la posibilidad de recuperar la honorabilidad tras haber cometido algún acto que nos sitúa fuera del bien. Esta capacidad de restituir, de resarcir, es lo más opuesto a la culpabilidad que paraliza y castiga internamente sin dar ocasión a solventar el problema. El sentimiento de culpa es el escarmiento que nos impone el amor propio. La posibilidad de reparar el mal ocasionado y de restaurar el orden previo es una auténtica necesidad del ser humano.
Seguridad
El miedo a la violencia, al dolor o a los problemas es un veneno para la vida interior del ser humano. En palabras de Simone Weil es una hemiplejía del alma. Huyendo del miedo, buscamos la seguridad, la protección, un refugio que nos salvaguarde de las dificultades.
Ahora bien este refugio puede acabar convirtiéndose en nuestra cárcel. Buscamos un castillo con muros y rejas y terminamos proscritos en una prisión. Por este motivo la búsqueda de la seguridad tiene que combinarse con la búsqueda del riesgo.
Arriesgarse implica asumir un peligro. Es un estímulo que nos hace reaccionar. En ciertos casos, se asemeja al juego. En otros, apela a la responsabilidad y se convierte en un acicate que impele al ser humano a echar mano de sus recursos para afrontar con valentía un reto.
Si solo buscamos la seguridad, nuestra vida degenera en una especie de letargo sin alicientes ni desafíos. Si nos dejamos llevar por la seducción del riesgo, podemos ser víctimas de nuestra propia temeridad. Los guerreros de la antigüedad sabían usar con acierto el escudo y la espada.
Arraigo
Simone Weil sostiene que el alma humana necesita, por encima de todo, estar enraizada en varios ambientes naturales y comunicarse con el universo a través de ellos. Como ejemplos propone la patria y los ambientes definidos por la lengua, la cultura, un pasado común, la profesión o la localidad.
En comunión con la pesadumbre de los franceses subyugados por la ocupación nazi, defiende que el ser humano tiene una raíz en virtud de su participación real, activa y natural en la existencia de una colectividad que conserva vivos ciertos tesoros del pasado y ciertos presentimientos del futuro.
En el fondo, apuesta por la dimensión comunitaria de la existencia humana. Compara a todo individuo con una planta que requiere un suelo apropiado donde echar raíces. Un suelo que la sostenga y le proporcione el alimento que necesita.
Todo ser humano busca ese sostén, bien sea en su familia, en su entorno geográfico, en su mundo intelectual o en el ámbito de sus aficiones. Buscamos esa comunidad, formal o informal, en la que nos reconocemos y que, a su vez, nos reconoce.
La falta de esta dimensión produce desarraigo. Un vacío de referentes que bloquea el crecimiento. En cambio, su exaltación es el origen del patriotismo excluyente, del fanatismo y de la autorreferencialidad.
La felicidad
Cuando hablamos de la búsqueda parece ineludible referirnos a la búsqueda de la felicidad. Sin embargo, llama la atención que Weil no la incluya de manera explícita en su elenco de necesidades del alma. Podemos achacar este descuido a sus angustiosas vicisitudes personales: exiliada, en plena II Guerra Mundial, enferma, sola...
No obstante, sugiere una idea que denota una gran lucidez. En su opinión, el criterio que permite reconocer hasta qué punto las necesidades de los seres humanos están satisfechas es el florecimiento de la fraternidad, de la alegría, de la belleza y de la felicidad. En cambio, allí donde hay un repliegue sobre uno mismo prolifera la tristeza.
Así pues, su propuesta consiste en orientar nuestra búsqueda hacia aspectos concretos y asumibles, las necesidades del alma. Luego, el esfuerzo por atenderlas se transformará en alegría y felicidad. El bienestar no debería ser el objetivo prioritario de la búsqueda, sino su consecuencia. La felicidad nos llega de manera natural casi sin esperarla. Como afirmaba el poeta Henry David Toreau: «Es como una mariposa, cuanto más la persigues, más te eludirá. Pero si vuelves tu atención a otras cosas, vendrá y suavemente se posará en tu hombro».
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