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Escorcia Valencia (estudiante de Antropología)

      El cielo irradiaba su gris vestido. Restos de barcos verdes, blancos y negros dormían en la orilla de la playa. Una ola saludó, estirando sus dedos a la arena. Huellas desaparecían al contacto con el agua. Burbujas reflejaron piernas canelas por el sol, pero torneadas por el oficio. El cedro esculpió tronco y senos marrones, y los mangles pintaron de ojos cafés la cabeza morena. Era Terra, sosteniendo su atarraya. El Oasis ofrenda salinas como tributo al mar, armonizando al Caribe. Descendiente de Gaia, la madre tierra que volvió a perecer, alistaba su faena. Subió a su canoa rosada “Delfín Lacustre”, y canaleteó, sola, sin más compañía que garzas y gaviotas, coloreadas lavanda y mostaza, por el océano incoloro que anula el rosicler del ocaso, maldición de humanos que antaño degeneraron el mundo. Lanzó la red, pescando toda clase de seres marinos sin color. De pronto, entre unas rocas cercanas, observa a un hombre moribundo, pecho plateado, piel avellana, con cinturón de plumas amarillas, anaranjadas y rojas, el cabello caído en churcos sobre la frente: era Vendaval, hijo de Eolo, condenado a morir. Resuelta a darle vida, dejó todo y lo abrazó fuertemente. Se fundieron creando un líquido, translúcido por iridiscencias de todos los minerales, deslizándose entre las piedras, besando el piélago. Los seres marinos que antes no tenían color se llenaron con infinidad de estos, y la mar, de haber sido maldita, revive como explosión de alba, teñida con el eterno destello del universo: azul.

      Gustavo Hermógenes Arrieta López

      Director, Taller Literario Unimagdalena

      1. Papá.

      2. Mar.

      3. Hoja de coca.

      4. Concha de caracol de mar.

      5. Padre sol.

      6. Arcoíris.

POESÍA

      Ilustración – Adailton Aguirre

      Adailton Manuel Aguirre Alarcón

      Así empezó el mundo

      Absorto en la impaciencia forjada por el tiempo

      En el designio del dios falso

      El deseo de vivir se tradujo en una contienda trivial

      —Una fachada mezquina—

      Solo

      En la incertidumbre

      Queriendo ser algo o nada

      Siendo en verdad un ente amorfo

      Extraviado en la audacia de máximas maquiavélicas

      Que me vinculan a dioses olvidados.

      La sangre se concentró en mi rostro

      Los ojos escondidos en gozo

      Y tú atrincherada en las paredes del motel

      El corazón se entrecortaba

      Como las horas suspendidas de un reloj

      Al compás

      Tus caderas exorcizaron demonios

      Que te guardaban en vilo hacía meses

      Los cristales rotos

      Testigos de una noche engalanada

      Con la indiferencia de la concubina

      Del corcel predilecto

      Por la negrura airosa de Dionisos.

      Desde la cúspide fría

      Solo las culpas te acompañan

      Sin tregua ni reversa

      Vives entre verdugos expuesta ante las cadenas de un mundo

      Que centímetro a centímetro lacera tu carne en decadencia

      Mientras te das cuenta de lo errada que estás

      Al padecer siempre cuando deberías superar

      No conoces más que a tu propia indulgencia

      Desde la cúspide

      El flagelo es tu mayor consuelo

      Te fundes con ellos frente al firmamento

      En un instante mítico como si el tiempo no te afectara

      Como si fuera tu decisión y no un decreto infundado

      De esos que nos dejan frágiles e impotentes

      Sin redención.

      Mis pecados son agonías de otros tiempos

      Se camuflan en los versos paganos

      De hombres que no conocieron jamás la clemencia

      Son la desnudez de palabras cobardes

      El espejismo de la culpa de una supuesta osadía

      Reclaman verdades que subyacen en tu pecho

      Clavadas en la garganta e impresas en el alma

      Ser el registro de historias ajenas

      La pluma de versos que no deseas

      Es la muestra de la miseria escandinava

      De la pena que te da estar furtivo

      En líneas

      Entre figuras poéticas que nadie entiende.

      7. Dios del vino y de la danza para los romanos.

      8. Divinidad griega que personificaba la angustia.

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