La Guerra de la Independencia (1808-1814). Enrique Martinez Ruíz

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La Guerra de la Independencia (1808-1814) - Enrique Martinez Ruíz

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para la recuperación del Rosellón, superaba los 22.000 hombres (16.000 de infantería, 6.000 de caballería y los servidores de cien piezas de artillería), mientras que el Ejército destinado a proteger el Pirineo occidental, encomendado a Ventura Caro, reunía a unos 18.000 hombres y el tercero, el que en Aragón debía cubrir esa zona y enlazar los otros dos, estaba en torno a los 4.000, a las órdenes del príncipe de Castell-Franco. En total, unos 45.000 hombres. Al año siguiente había 20.000 hombres más sobre las armas, sin contar los artilleros, la legión de emigrados, los 5.000 componentes de la División Portuguesa, las tropas procedentes de las Islas Canarias y los paisanos que actuaban en su mayor parte dentro del recién restaurado somatén.

      Pero desde que empezara la Guerra de los Pirineos hasta 1808, las circunstancias habían cambiado mucho. Por eso, la distribución de fuerzas que señalábamos existía en ese año resultaba perfectamente lógica, dado el clima imperante en las relaciones hispano-francesas marcado por una alianza contra Inglaterra y sus aliados, entre los que se contaba Portugal. Con semejante planteamiento, el enemigo no iba a entrar nunca en España por los Pirineos –por eso no necesitaban ninguna atención, prácticamente–, sino que podría llegar desde el mar y preferentemente desde el sur, pues Gibraltar ofrecía a los ingleses una buena cabeza de puente –de ahí la creación de la Compañía de Escopeteros de Getares (a poco de comenzar la Guerra de Sucesión, cuya misión era vigilar el Peñón y que se mantiene a lo largo de todo el siglo xviii) y la concentración de tropas en Andalucía– y, además, podían contar los británicos con la amplia base de operaciones que le ofrecía Portugal, si optaban por abrir un frente en la retaguardia de los dos aliados, posibilidad que inducía a proteger la frontera portuguesa. Y es que Gibraltar y Portugal ofrecían a los ingleses mejores posibilidades para actuar en la Península que las que podían encontrar en otras zonas litorales, como las gallegas y cantábricas.

      Por eso, no puede sorprender la distribución de fuerzas que comentamos, que deja las zonas “no amenazadas” con pocas tropas. En el centro de la Península apenas sí quedaba algo más que las fuerzas de la Guardia, la guarnición de Madrid, las de protección de los Sitios Reales y algunas otras guarniciones urbanas de contados efectivos. Por esta razón, cuando se produjo la sublevación madrileña contra las tropas francesas, no pudo articularse un frente definido, pues no había con qué y los militares que pueden escapar buscan dónde reunirse con sus compañeros de armas. Fueron días en los que mientras la protesta española se canalizaba a través de las Juntas que se iban formando en capitales de provincia, sólo hubo lugar para algunas acciones más o menos localizadas (como el rechazo de las tropas francesas en el Bruch o las resistencias de Zaragoza y Gerona).

      En buena ley, tampoco puede sorprender que la reacción armada más importante –y afortunada– contra el invasor se produjera en Andalucía, una de las zonas donde había más tropas españolas, en la que la presencia francesa no se había hecho notar aún y cuyo control interesaba a los invasores por alcanzar uno de los confines del territorio y controlar las comunicaciones con América: el éxito obtenido por los españoles en Bailén –donde como en otros lugares que resistían o luchaban no faltó la colaboración del paisanaje– obliga a los franceses a una retirada generalizada, a partir de la cual se produce, por un lado, un replanteamiento total por parte napoleónica de la “aventura” peninsular, que el propio emperador se propone conducir personalmente y por otro, la vertebración de la resistencia española con la creación de la Junta Suprema Central Gubernativa del Reino.

      3 Para todas estas cuestiones conservan su valor dos libros clásicos: R. Herr, España y la revolución del siglo XVIII, Madrid, 1971 y A.Domínguez Ortiz, Sociedad y Estado en el siglo XVIII español, Madrid, 1976.

      4 Para el proceso mitificador, véase C. Demange, El Dos de Mayo. Mito y fiesta nacional (1808-1958), Madrid, 2004

      5 Según una estimación –que hicimos hace tiempo y que puede ser precisada–, en nuestro ejército había por aquellas fechas un general o brigadier por cada 309 hombres y un jefe u oficial por cada 18 ó 19 soldados. En cualquier caso, una de las proporciones de oficiales más alta de Europa.

      6 R. Salas Larrazábal, “Los ejércitos reales en 1808”, en Temas de Historia Militar, vol. i, Madrid, 1983, pp. 424-425.

      7 Un magnífico instrumento para ver su composición y conocer sus uniformes lo tenemos en J.J.Ordovás, Estado del Exercito y Armada de S.M.C., por el teniente coronel del Real Cuerpo de Ingenieros encargado del Museo Militar, don… o la edición reciente realizada por J.M. Alía Plana, J.M. y J.M. Guerrero Acosta, El Estado del Ejército y la Armada de Ordovás. Un ejército en el ocaso de la Ilustración, Madrid, 2002.

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