Del Edén al parque público. Juan Sebastián Bustamante Fernández

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Del Edén al parque público - Juan Sebastián Bustamante Fernández

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href="#ulink_c766be87-9350-5830-bccd-eb0091069208">Colombia: el parque, símbolo de progreso y libertad

      Las ideas y los debates de la conformación del parque público como símbolo de la nueva ciudad mencionados anteriormente en Europa, Estados Unidos y Argentina llegan también a Colombia a mediados del siglo XIX.

      El parque público sirvió a las élites locales como eje propulsor de las transformaciones urbanas que alejaron al país del legado colonial español, como símbolo de progreso y libertad y como estándar de la nueva identidad nacional. El parque cumple una doble función en nuestro país: una función estética, sanitaria y transformadora y otra simbólica cívica y cultural. Así, en 1870, algunas de las plazas bogotanas más importantes fueron convertidas en “objeto de adorno de los símbolos patrios”. La multiplicidad de actividades que se realizaban en las plazas fueron desplazadas a otros escenarios y los parques dieron paso a la ornamentación de la ciudad. La conversión de las plazas en parques fue uno de los signos más claros de la transformación del paisaje urbano en el siglo XIX.34

      Paredes describe los cambios de las plazas y los primeros parques públicos urbanos: la Plaza de Bolívar, la Plaza de los Mártires y la Plaza Santander estaban compuestas por elementos comunes: una estatua de un héroe de la independencia, un monumento relativo a las guerras de la independencia rodeado por un jardín geométrico y protegido por una verja que casi siempre era elaborada en Europa y numerosas especies de árboles y flores autóctonas.35

      El primer parque concebido con estos cambios, y no como resultado de la transformación de una plaza colonial, fue el Parque Centenario, construido con motivo de la conmemoración del centenario del nacimiento de Simón Bolívar en 1883, diseñado con una rígida simetría y con un área circular en el centro donde se alojaría una estatua de El Libertador. Además de estar cerrado con una verja y tener acceso por cuatro portales, a cada uno de sus lados tenía como mobiliario unas fuentes de bronce y un lago artificial.36

      Más tarde, en 1889, Genaro Valderrama, administrador de parques y jardines públicos de Bogotá, solicitó la creación de un nuevo parque para la ciudad que realmente resolviera sus necesidades. Él aseguraba que:

      En todas las capitales civilizadas del mundo hay un centro que atrae en los días de descanso a las gentes, en donde encuentran diversiones honestas y apropiadas para ellas y sus familias, que aleja de ciertos focos de corrupción especialmente a la juventud, tales como Central Park en Nueva York, el High Park en Londres y el Bois de Boulogne en París. La mayor parte de los habitantes de esas felices poblaciones se trasladan allí en busca de expansión y alegría y vuelven, al empezar la semana al trabajo o al estudio, sin que un pesar les acompañe. Nuestra capital, ya un poco populosa, necesita de un canto y de algo que aleje a nuestra juventud de los clubes o casinos.37

      Él mismo se ofreció a diseñarlo con esas características en 1899; sin embargo, este nunca se construyó.38

      Para 1910 se concibe el Parque de la Independencia, en el marco de las celebraciones del primer centenario de la independencia de Colombia, para lo cual se planearon varias festividades en el país, principalmente la Exposición Industrial y Agrícola en donde se deberían representar los principales productos del campo, manufacturas, maquinaria, etc.39

      Acerca de los edificios del Parque de la Independencia, en primer lugar fue construida la vivienda del guardabosques, un quiosco de estilo japonés y luego se procedió a la erección de varios pabellones: el de las Máquinas; el Central o de la Industria, con un gran arco sobre su entrada principal, torreones de carácter árabe con remate de cúpula de cebolla y en todo su perímetro arcadas muy transparentes; el de Bellas Artes, de estilo clásico y con decoraciones que recordaban motivos del Art Nouveau; el Egipcio, para exhibiciones de labores femeninas; el de Música; el de la Luz; y otros más como La Bavaria; La Germania; el del Café Especial; y uno para el restaurante.40 Los discursos pronunciados en la inauguración de la exposición dan fe del optimismo y la esperanza respecto al progreso de la Nación, como también de los valores invocados por la generación centenarista: la raza, la paz, el progreso, la nación, la imagen europea y su civilización.41

      A continuación se sembraron varios árboles conmemorativos: cedros, robles, palmas y eucaliptos, que lo convirtieron en un verdadero parque con su mobiliario, diseño y vegetación, tal como se describe en un artículo de una revista de la época:

      El Bosque de la Independencia con sus frescos jardines, con ese grupo de esbeltas edificaciones erigidas para albergar las obras más notables que nuestra industria y nuestro arte producen, […] constituye la nota de última novedad que inicia una época de mayor auge para el embellecimiento urbano […] y de más amplio estímulo para la labor progresista del país en general.42

      Según Paredes, en Bogotá los parques se reconocían como un antídoto para los problemas higiénicos de la ciudad; se empezó a ver que el contacto del ser humano con la naturaleza, y la práctica de deportes y la educación física al aire libre, ejercían una influencia positiva. De esta forma, pasa a un último plano la función representativa de los parques para dar lugar a una función más social.43

      El presidente Enrique Olaya Herrera, en 1930, le solicita a la Sociedad de Mejoras y Ornato de la ciudad de Bogotá “La creación de un parque público de extensión suficiente para que allí gocen de aire y distracción los obreros y niños pobres que hoy no tienen distracción en los días festivos, que contenga un hipódromo y un estadio para los juegos deportivos del público”.44

      El Parque Nacional es la principal intervención urbana del Ministerio de Obras Públicas para la ciudad en esta época.45

      Es importante resaltar el interés por entender el parque público, no solo como proyecto urbano-paisajístico, sino también como dispositivo de una nueva sociabilidad y educación estética, lo cual ha de marcar el derrotero en este texto, de acuerdo con los planteamientos de Gorelik.

      Para ello se hará una indagación histórica de las discusiones y los proyectos que idearon los parques, a través de sus representaciones y de los restos que de ellos nos han quedado, un ángulo descuidado en la historiografía local, así como de las formas, los objetos y los procesos materiales de la ciudad.46

      También es necesario un mayor rigor en nuestro medio sobre los estudios de historia urbana, es decir, investigar la cultura y las formas que esta produce. Pocos de estos toman a Medellín como un objeto que concatene lo social y lo físico como un propósito, interés principal de la historia urbana, la cual busca conocer cómo se plasman los hechos sociales en el espacio, sobre todo en los construidos.47

      Por lo anterior, el registro común será la historia cultural, pues todas las cuestiones toman forma en la cultura; de ahí que una cita literaria pueda arrojar luz sobre los debates urbanísticos y un plan urbano sobre los debates de la vanguardia literaria.48

      El enfoque de este trabajo será entonces de tipo “culturalista”, es decir, con una concepción de paisaje centrada en su carácter de representación y que como tal es construida social e históricamente, proceso en el que además de otras representaciones culturales, las imágenes –devenidas algunas en representativas– desempeñan un papel fundamental. Según Chartier, la “[...] historia cultural ha significado la emergencia de una nueva idea de textualidad, definida ahora como un sistema construido según categorías, esquemas de percepción y de apreciación, reglas de funcionamiento que nos llevan a las condiciones mismas

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