Manual de escritura. Andrés Hoyos Restrepo

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Manual de escritura - Andrés Hoyos Restrepo

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vez sea la vieja actitud numantina de aquellos protoespañoles que prefirieron incendiar su ciudad antes que entregarla a los romanos. Pero venga de donde venga, la personalidad del español peninsular y su particular historia internacional han dado lugar a un subproducto ya esbozado atrás: el purismo o la hipercorrección. Puristas hay en todos los idiomas y están en su derecho de utilizar y defender un enfoque restrictivo, como también decíamos. Para nosotros, sin embargo, el idioma hipercorrecto no conduce a una escritura sápida y expresiva. Hay excepciones, quizá la más significativa de las cuales sea Fernando Vallejo, quien opina que la RAE es un organismo sin espina dorsal que ha dejado colar cualquier cantidad de expresiones espurias al idioma. En contraste con él, otros pensamos que la así llamada escritura correcta constituye un lastre. Por cuenta de lo que, según los académicos, está mal o bien dicho, gran cantidad de gente ha llegado a odiar el idioma. ¿Por qué? Porque los que se saben las reglas que modera, corrige y hasta olvida la RAE con frecuencia suelen ir por el mundo exhibiendo una superioridad moral, detrás de la cual hay un complejo de inferioridad que más o menos dice: pobres nosotros, pobre español, miren cómo nos asedian, miren cómo nos vapulean, cómo nos transforman, cómo nos enriquecen estos forasteros ignaros.

      Igual no nos vamos a querellar contra quien adopta una normativa discreta. De ahí que a lo largo del libro señalemos algunas reglas que siguen los puristas, aclarando que no son las que seguimos nosotros. El lector hará bien en detectar el uso contemporáneo por la vía de la lectura. Cuando una palabra ingresa al idioma, lo normal es que halle su lugar en alguna vertiente. Podrá asentarse en el uso vulgar, en el uso culto o en el uso especializado. Muchas palabras llegan para quedarse; otras solo están de vacaciones.

      La gramática y la sintaxis son convenciones recogidas con paciencia tras analizar el uso de los idiomas. Ambas tienen la aspiración plausible de establecer un acuerdo de comprensión entre hablantes, lectores y escritores. Estos acuerdos son cambiantes, flexibles, caprichosos y exigentes a la vez. Como usuario del idioma que los gramáticos sistematizan, el prosista básico sacará provecho si va adquiriendo nociones sólidas en ambas disciplinas, aunque conviene insistir en que es contraproducente obsesionarse con la corrección. No sabemos que hayan fusilado a nadie por el uso de un que galicado. El problema con el enfoque del gramático típico es que se parece al del forense, cuando no al del taxidermista. Examina el texto como un cadáver, en tanto a otros nos interesa saber por qué está vivo, no de qué murió.

      Quizá sirva de consuelo que ha habido grandes escritores que incurren en el pecado de la impureza. Por ejemplo, la prosa del peruano Julio Ramón Ribeyro, quien vivió la mayor parte de su vida adulta en Francia, introduce frecuentes galicismos que tienen incluso un efecto vivificador. A ningún editor sensato se la ha ocurrido corregirlos. En síntesis, este manual es partidario de un enfoque liberal. Cuando sea necesario matizar, pondremos algún comentario sobre el uso purista versus el uso tolerante. Se utilizarán las palabras incorrecto o error solo cuando no exista mayor discusión sobre lo equivocado de un uso. De resto, acudiremos a deficiente o inconveniente versus mejor o preferible, o expresiones análogas, en aquellas materias que no dependen de la gramática sino de nuestro propósito expreso: el sabor, la diversión y la libertad de la escritura.

      Más adelante discutimos algunos de estos temas de forma extensa.

      Este manual tampoco propicia la corrección política, un fenómeno que se encuentra en las antípodas de la hipercorrección, pues quiere acelerar el cambio lingüístico, en vez de frenarlo.

      Un idioma es el precipitado de su larga historia y dista mucho de ser un producto inocente o neutro. Por el contrario, contiene tanto la sabiduría y la poesía, como los prejuicios y la estupidez que sus hablantes le han ido inyectando con el tiempo. La renovación de los idiomas es lenta, así a veces uno se sorprenda con giros que ayer nada más no oía. Un idioma, en síntesis, muestra en la epidermis una larga colección de heridas a medio cicatrizar.

      Pues bien, 5.000 años de predominio masculino en el poder político y familiar de los pueblos que fueron forjando lo que después sería el español se reflejan en la forma de hablar contemporánea de una manera que para la corrección política es sexista y discriminatoria. Una frase muy popular quizá ilustre estos prejuicios. Cuando uno se ve enfrentado a una alternativa poco apetitosa, se dice que le tocó bailar con la más fea, obvia evocación de un escenario machista. El habla discrimina también a las minorías, porque al menos en los países latinos de Occidente no mandaron los hombres machistas per se, sino los hombres machistas, blancos, cristianos y a veces enemigos de la democracia y de los defectos físicos.

      El Diccionario del uso del español de María Moliner define cafre y apache de la siguiente manera:

       cafre

      1. adj. y n. Se aplica a los habitantes de una región del sudeste de África, de color cobrizo.

      2. Bárbaro y brutal en el más alto grado. 5. Salvaje.

       apache

      1. adj. y n. Se aplica a ciertos indios que habitaban en Nuevo México, Arizona y norte de México, y a sus cosas.

      2. m. Nombre aplicado a los ladrones y gentes de mal vivir de los bajos fondos de París, que cometían particularmente agresiones nocturnas.

      Poco le importaba al hablante de hace cuarenta años que al equiparar a un apache con un bandido estuviera agregando sal a las heridas del aguerrido pueblo aborigen comandado por el legendario Jerónimo hasta que la conquista del Oeste lo diezmó.

      El sustantivo negro aplicado a una persona era descriptivo hasta hace poco en español y no tenía el sentido peyorativo que tiene, por ejemplo, en inglés. Designaba apenas al individuo con ese color de piel. En cambio, negro como adjetivo sí tiene los matices denigrantes derivados de la noción ancestral que asocia lo oscuro, lo turbio y lo tenebroso con lo malo, mientras que blanco, brillante, transparente y claro son matices de bondad. Al comercio ilegal se le dice mercado negro, una persona mala es la oveja negra de la familia, la magia maligna es la magia negra, una lista de proscritos es una lista negra, una merienda de negros era otra forma de decir caos, la raíz etimológica de denigrar significa “manchar de negro” y trabajar como un negro es trabajar muy duro.

      Veamos la definición que da doña María Moliner de género gramatical:

      Accidente gramatical por el que los nombres, adjetivos, artículos y pronombres pueden ser masculinos, femeninos o (solo los artículos y pronombres) neutros.

      Ahí la palabra clave es accidente, es decir, algo que no representa la esencia o la naturaleza de las cosas.

      Por eso, por accidente, no existe la correspondencia entre el género y el sexo en muchas palabras. Arriba mencionábamos el sustantivo familia, femenino, pese a que en Occidente ha predominado la familia patriarcal. Hermafrodita es un sustantivo masculino, que termina en a y se refiere a una criatura de doble sexo. En español se dice la leche (aunque su más famoso derivado se llama el queso), pero en francés, un idioma de morfología parecida al español, se dice le lait, sustantivo masculino, sin que el género de la palabra tenga relación alguna con el origen glandular del líquido. Y vaya que es divertido saber que la poesía romántica en español se montó sobre el hecho de que Luna es un sustantivo femenino, mientras que en alemán Mond es masculino. La de dolores de cabeza que deben haber padecido los traductores al alemán para lograr una versión de la frase “señora Luna”.

      El

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