Manual de escritura. Andrés Hoyos Restrepo

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Manual de escritura - Andrés Hoyos Restrepo

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la lechuza, la abeja, la paloma, la golondrina, la jirafa, la ballena, la mosca, la rana, la araña, la rata, son sustantivos femeninos, pero hay también el pingüino, el buitre, el leopardo, el rinoceronte, el hipopótamo, el elefante, el murciélago, sustantivos masculinos. Si la idea es diferenciar al animal individual por el sexo, será necesario agregar macho o hembra, según sea el caso: “la pantera macho” o “el leopardo hembra”. Solo es común usar palabras distintas para los dos sexos en los animales domésticos, dada la familiaridad que tenemos con ellos: el perro/la perra, el caballo/la yegua, el toro/la vaca, el loro/la lora, el carnero/la oveja. En los animales salvajes la correspondencia entre el género y el sexo es más rara: el león/la leona, el tigre/la tigresa y quizás uno oirá decir por ahí la elefanta.

      Para la corrección política los inconvenientes citados arriba se solucionan jubilando las palabras contenciosas. Según este ideario, no conviene usar el sustantivo ni el adjetivo negro para referirse a una persona. Proponen que digamos afroamericano o afro, sin importar que la persona en cuestión tenga, aparte de la piel negra o apenas morena, ancestros en los cinco continentes, no solo en África. La corrección política asimismo nos sugiere evitar palabras de sólida raigambre española, como enano, tullido, lisiado, ciego, sordo, tartamudo o gordo. Usted, de usarlas, lo hará por su cuenta y riesgo. La corrección política prefiere que se hable de corto de estatura, discapacitado, invidente, no oyente, disléxico o subido de peso, cuando no propone frases hilarantes como verticalmente retado para decir enano o disminuido en sus capacidades motrices para decir lisiado. Los eufemismos no se inventaron ayer –la frase corto de entendederas tiene más de un siglo–; lo que sí es reciente es la obligatoriedad de su uso.

      En cuanto al sexismo del idioma, nuestras cruzadas de último hervor proponen tres soluciones. Una es la generalización de los sustantivos femeninos donde antes no se usaban. Ahora hay presidentas, juezas, fiscalas, concejalas, parientas y un larguísimo etcétera. Estos usos son razonables, aunque en algunos casos el hablante incurra en cacofonías, como miembra, pilota, cancillera, individua, lideresa o pacienta. Hay debate sobre la pertinencia de seguir usando algún viejo sustantivo de aire cursi que cambiaba según se tratara de un hombre o una mujer: ser poetisa sigue siendo menos atractivo que ser poeta, y ser sacerdotisa, menos serio que ser sacerdote. Sin embargo, nadie diría reya por decir reina, ni príncipa por decir princesa, ni abada por decir abadesa. La segunda idea para contrarrestar el sexismo es mencionar ambos sexos al referirse a cualquier genérico. Así, no se dirá “los estudiantes se sublevaron”, sino “las estudiantas y los estudiantes se sublevaron”. La tercera idea es recurrir a una forma de acción afirmativa o de discriminación positiva consistente en usar los pronombres femeninos a manera de genéricos, alternándolos con los masculinos que solían ocupar ese lugar.

      Pongamos un ejemplo:

       Versión corriente

      No es este un libro de fácil comprensión. Se recomienda a los lectores prepararse a cabalidad para navegar por sus laberintos.

       Versión políticamente correcta

      No es este un libro de fácil comprensión. Se recomienda a las lectoras prepararse a cabalidad para navegar por sus laberintos.

      Yo no veo qué se gana con hablar de las lectoras en vez de los lectores en el segundo ejemplo, pero si a usted estos usos le generan satisfacción o le dan una sensación de justicia histórica, no habrá problemas y será comprendida con facilidad.

      En cualquier caso, mucha gente ya no acepta el uso del genérico hombre, de suerte que una frase tan venerable como los derechos del hombre hoy tiende a convertirse en los derechos humanos. Menos aún puede hablarse de trata de blancas; ahora se dice trata de personas, perdiéndose por el camino la noción de que las personas traficadas suelen ser mujeres pertenecientes, eso sí, a todas las razas.

      Dado que los idiomas son reacios a estos tratamientos con purgantes, la cura a veces resulta peor que la enfermedad. Nadie que no tenga oído de cañonero (¿hubo muchas cañoneras?) dejará de entender que la proliferación de giros como las amigas y los amigos, las abogadas y los abogados, las jugadoras y los jugadores tiene un efecto disolvente sobre el ritmo de la escritura. Además, ¿qué impide que detrás de la corrección política venga el insulto? Uno podría escribir, por ejemplo:

      Las abogadas y los abogados son todas y todos unas hamponas y unos hampones.

      o

      Todas las jugadoras y todos los jugadores son promiscuas y promiscuos.

      La redacción será farragosa, pero el prejuicio no quedará menos en evidencia. Es todavía peor evitar la multiplicación de los géneros cambiando las vocales a y o por el signo arroba @, que en su origen nada tiene de epiceno. El resultado es espantoso. Cuando usted lea un mensaje como...

      L@s polític@s están tan desprestigiad@s que solo l@s ilus@s o l@s loc@s votan por ell@s...

      ...salga corriendo.

      No sugerimos un regreso pleno al lenguaje de antaño. La palabra señorita, pese a ser eufónica, ya no se debe usar para designar a las mujeres en general y, menos, a las que no están casadas, sobre todo ahora que las uniones conyugales se han vuelto tan variadas. Queda el doña, que suena feo pero que no parece tener sustituto, a menos que sea el muy serio señora, que en la actualidad designa a cualquier mujer mayor de edad sin distingo de estatus marital.

      Aunque no recomendamos la corrección política, entendemos que hay gente que prefiere incurrir en ella. Si usted pertenece a este grupo, nadie le va a quitar la idea de la cabeza y pocos, quizá algún humorista del otro lado, se la van a sacar en cara. Sintetizando, para nosotros lo ideal es que cada persona calibre su tolerancia al fenómeno de la corrección política y proceda a hablar y escribir según le plazca, con la obvia advertencia de que si se arriesga más allá de ciertos límites, podrían lloverle rayos y centellas.

      La tecnología ha vuelto cada vez más fácil copiar y pegar textos (copy & paste), ya sea de un material escrito por uno mismo y guardado en el pasado o escrito por otros. Es esencial recordar aquí que en esos casos existe la obligación de dar crédito a quien lo merece. No porque las cosas anden sueltas en internet o estén escritas en idiomas raros dejan de tener dueño. Son de rigor las comillas cuando se copia algo y es obligatorio reconocer explícitamente cuando se usa una idea o un desarrollo de otra persona. Suprimir las comillas de donde deben estar es, además de una grave indelicadeza, una tontería, pues vale tanto la persona que sabe investigar y rescatar ideas o formulaciones ajenas, como quien descubre el agua tibia sin a veces percatarse de que corre el riesgo de quemarse con ella.

      Si uno está seguro de haber variado en forma sustancial la idea original, tiene derecho a reclamarse autor de esos cambios. Igual, y para no tomar riesgos, no sobra explicar el origen de lo que está modificando. Atrás hablábamos de buenos hábitos de escritura. Pues bien, el recurso a una ética estricta en materia de derechos de autor es uno de los principales.

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