Pilar Bellosillo. Mary Salas Larrazábal

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Pilar Bellosillo - Mary Salas Larrazábal Caminos

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interesante poner en paralelo las iniciativas del Concilio y de Pilar, y la situación actual de la Iglesia del siglo XXI. Posiblemente no es difícil ver en ese relato las dificultades de la relación de la sociedad actual con la Iglesia.

      En suma, Pilar Bellosillo participó en el proyecto de la construcción de una nueva Iglesia más fraternal, que se sienta partícipe de los problemas del mundo moderno y de la necesidad de abordarlos como problemas de toda la humanidad, entendiendo y respetando la pluralidad de posturas y creencias en la Iglesia. Su fe, su postura y su impulso, se condensan en estas frases:

      «Iglesia de Cristo, ¡cuánto te queremos!

      Y te deseamos permanentemente joven y hermosa, “habitada” por Él, que te hace fecunda.

      Te queremos pobre, despojada de todo poder.

      Te queremos libre, para que puedas tú, también, ser libertad.

      Y damos gracias al Señor, porque ya, en muchas regiones del mundo eres Iglesia de pobres y de creyentes... Iglesia mártir.

      Te queremos proclamadora de la Palabra.

      Te queremos misterio de comunión, sacramento de salvación.

      Te queremos reveladora y “desveladora” del mundo, del que es Luz de gentes, Jesucristo el Señor.

      El único que salva»6.

      Teresa Rodríguez de Lecea,

      diciembre de 2020

      1

      Marco biográfico

       Preámbulo

      La biografía de Pilar Bellosillo hay que situarla en una determinada época española, dentro una generación profundamente marcada por la guerra civil de 1936 a 1939, y por el ambiente religioso que se desarrolló a partir del final de la contienda. La mentalidad del bando que resultó vencedor encontró en la Iglesia y la religión sus principales apoyos ideológicos de legitimación, de manera que toda la realidad social, en mayor o menor medida, se impregnó de una óptica en la que lo religioso era elemento principal. Estamos hablando de lo que se ha denominado y aceptado por los historiadores y sociólogos como el fenómeno del «nacionalcatolicismo»1.

      La doctrina nacionalcatólica pretendía ocupar todos los ámbitos de la vida, no solamente el religioso, con un esquema totalitario que basaba en la Iglesia su verdad fundamental. En nombre de una interpretación de la doctrina eclesiástica tan conservadora como limitada, se realizaba una aplicación de sus presupuestos a la totalidad de la realidad, manteniéndose siempre en unos márgenes de estrechez, mojigatería e ignorancia. La identificación patria-religión, el rechazo a la modernidad y la vertebración de la sociedad política conforme a las doctrinas eclesiásticas, tres de los principales ingredientes teóricos del nacionalcatolicismo, posibilitaron, sin embargo, que se creara en la España de Franco un cierto marco de libertad para las asociaciones católicas. Esto funcionaba dentro del espíritu de confianza en y con la Iglesia, mientras se suprimía toda posibilidad no ya de crítica, sino de mínimo debate, para cualquier otra posición ideológica. El artículo 34 del Concordato de 1953 describió bien la situación: «Las asociaciones de la Acción Católica Española podrán desenvolver libremente su apostolado, bajo la inmediata dependencia de la Jerarquía eclesiástica, manteniéndose, por lo que se refiere a las actividades de otro género, en el ámbito de la legislación general del Estado». Únicamente quedaron fuera de esta permisividad las antiguamente llamadas «obras económicas y sociales», cuya actividad dentro de la Acción Católica siempre había resultado polémica2.

      Esta mentalidad, impuesta por la fuerza de las armas y configurada como voluntad política por los vencedores con la ayuda de las altas jerarquías de la Iglesia oficial, fue utilizada como instrumento de dominación cultural. Lo que ocurrió fue que esa libertad mínima otorgada a los grupos religiosos permitió desarrollar poco a poco una manera de pensar coherente con una básica adhesión a la doctrina de la Iglesia, pero diferente de la interpretación que hacían los ideólogos oficiales franquistas.

      A partir del final de la II Guerra Mundial, quedó abandonada totalmente en España la inclinación por el pensamiento fascista, y se trató de buscar otros apoyos, particularmente en la Iglesia. Comienza el período del «colaboracionismo católico», con el nombramiento de Alberto Martín Artajo, presidente de la Acción Católica Nacional, como ministro de Asuntos Exteriores. Esta nueva relación del régimen franquista con la Iglesia católica produjo una serie de consecuencias muy diferentes. Fue un proceso lento y se realizó con un gran esfuerzo personal, que motivó en algunos casos angustias y tragedias de los cristianos que no lograban compaginar las propias creencias religiosas con la versión que la Iglesia daba como la correcta, en consonancia con el pensamiento político del régimen. En otros casos, ese choque de conciencia provocó una profunda crisis de fe que desembocó en el total alejamiento de la Iglesia, además de un violento anticlericalismo. Y en otros más, como es el caso de Pilar Bellosillo, fue desarrollando paulatinamente una convicción personal que no solo no se alejaba de la fe cristiana, sino que por el contrario, se afianzaba en ella, consiguiendo una capacidad de discernimiento y de madurez que la hacían más viva y responsable.

      Pero esta buena relación entre el gobierno y la institución eclesiástica provocó que, en esta temprana etapa del franquismo, los únicos grupos con libertad para reflexionar y discutir fueran los que se reunían en nombre de la religión. En cualquier caso, la confrontación con las propias limitaciones y contradicciones fue provocando en estos grupos la necesidad de ampliar un horizonte que se mostraba muy restringido. De ahí que una de las maneras, si no la principal, de abrir puertas hacia otros ámbitos intelectuales fue, como han confesado muchos de los protagonistas de esta época, la salida a los organismos internacionales y el consiguiente encuentro con las muy variadas interpretaciones del mundo y las realidades sociales, no solo seculares, sino también aquellas de índole estrictamente religiosa y cristiana, que tenían opiniones bien diferentes de las posturas oficiales de la religiosidad propuestas por las autoridades españolas.

      Entre los grupos más intelectuales, los primeros contactos internacionales comenzaron en las Conversaciones de San Sebastián que convocaba Carlos Santamaría, adonde acudían teólogos franceses como el dominico Padre Dubarle. Unos años más tarde, las Conversaciones de Gredos, dirigidas por Alfonso Querejazu, fueron también lugar de encuentro y de debate de personalidades como Aranguren y Laín, aunque no tenían presencia cristianos del exterior. Hay que anotar que en ninguno de los dos grupos fue nunca convocada ninguna mujer, si bien habían aparecido ya destacadas figuras femeninas intelectuales como: Lilí Álvarez y María Campo Alange.

      Entre las asociaciones de cristianos auspiciadas por las jerarquías eclesiásticas encontramos desde muy pronto los grupos restaurados de la Acción Católica, y un poco más tarde, las congregaciones marianas en el círculo de influencia de los jesuitas. Se trataba en ellas de continuar una educación y una vivencia religiosas más allá de los recintos escolares. Divididos en agrupaciones por Ramas: Mujeres, Hombres y Jóvenes, esta diferenciada en masculina y femenina, tenían una fuerte subordinación a la jerarquía episcopal. Según la caracterización de Miguel Benzo en una primera etapa, la anterior a la guerra, la Acción Católica tenía una actitud agresiva frente a la sociedad civil, a la defensiva de los derechos de la Iglesia. En esta segunda etapa, la que se denomina como nacionalcatolicismo, esa actitud se convirtió en una pastoral triunfalista, que deseaba poner de manifiesto la situación de cristiandad. En la tercera, a partir de 1950, la Acción Católica comenzó una «pastoral de testimonio», tratando de cristianizar a las personas y

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