Río torrentoso. Lawrence M. Friedman
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Toda mi obra publicada ha sido sobre la relación entre el derecho y la sociedad, tanto en la historia como en nuestro propio tiempo. He estado activo por muchos años en el movimiento de derecho y sociedad, un movimiento que está floreciendo actualmente en América Latina y en Europa, Asia y América del Norte. Me he concentrado mayormente en la sociedad de los Estados Unidos y, en menor grado, del Reino Unido. Son las sociedades con las que estoy familiarizado. Los materiales de este libro reflejan ese hecho. Sus fuentes son americanas o inglesas, y su idioma, el inglés.
A pesar de esa limitación, espero que los lectores de este libro en español lo encontrarán de interés. He estado siempre agudamente consciente que compartimos el mismo planeta. Esto no fue necesariamente cierto en el pasado. Las civilizaciones del hemisferio occidental antes de Colón no tenían idea que existían otros continentes con sus propios lenguajes, religiones y culturas. Los europeos apenas si sabían algo de China y de la India. La mayor parte de África era un territorio desconocido, y ellos ni siquiera sospechaban de las sociedades que habían florecido en lo que es actualmente México y Perú. Hoy es muy diferente. Esta es la edad de aviones jet y de satélites, de la televisión y del internet. En nuestros días, las ideas, imágenes y concepciones viajan alrededor del globo a la velocidad del sonido o de la luz. Un movimiento social puede comenzar en Finlandia o Australia y difundirse en Japón o en Perú. La Orquesta Sinfónica de Tokio toca a Beethoven y los restaurantes alemanes sirven sushi. Ya no hay reinos ermitaños, no quedan imperios por descubrir. Los países del mundo estamos atados juntos en una sola red, como piezas de un rompecabezas gigante. Todos somos pasajeros del mismo barco, viajando por los mismos mares tormentosos.
Todo esto hace la traducción (en el sentido más amplio) una necesidad virtual. La traducción es comunicación a través de lenguajes y cultura. Es más importante que nunca. Fue con este telón de fondo que el libro fue escrito. Espero que el mensaje sea relevante.
Lawrence M. Friedman
Stanford, California, USA
Introducción1
1 Quisiera agradecer a Joanna L. Grossman, por su ayuda a lo largo de los años en muchos de los temas tratados en estas páginas. Kriti Sharma contribuyó también con unos comentarios que fueron muy útiles en varios puntos. Leah Friedman hizo comentarios muy valiosos, así como Stuart Banner, Stewart Macaulay, y Amalia Kessler.
El antiguo filósofo griego Heráclito supuestamente dijo que una misma persona no podía bañarse en el mismo río dos veces. Con ello quiso decir, al parecer, que todo cambia y nada sigue igual. Si fue así, creo que Heráclito tenía razón. El cambio social es una ley de la naturaleza. Por supuesto, algunos ríos fluyen rápido, y otros lo hacen mucho más lento. Cada sociedad, cada cultura, cada período histórico, tiene su propio río en particular. Este libro trata, principalmente (aunque no del todo), sobre los Estados Unidos; en menor medida, sobre Inglaterra; y, en general, sobre los tiempos modernos. Por tiempos modernos, me refiero, esencialmente, al período comprendido entre 1800 y el presente.
Hay una amplia literatura que se plantea las preguntas ¿qué queremos decir con ‘moderno’? ¿qué hace que la sociedad moderna (contemporánea) sea lo que es? ¿de qué forma somos distintos a nuestros antepasados? Frente a esas preguntas, obviamente, no hay una única respuesta. No obstante, en este breve libro no busco añadir ideas a dicha literatura. Más bien, tomaré el término ‘moderno’ simplemente para referirme a las costumbres, hábitos y formas de vida del club de sociedades ricas y desarrolladas, y a la forma en que han cambiado desde el comienzo de la revolución industrial; y trataré a los países de habla inglesa como miembros de este club. El club está formado por países que tienen muchas cosas en común. Sus poblaciones tuvieron un crecimiento exponencial en el siglo XIX; se desarrollaron tecnológica, política, económica y estructuralmente; se convirtieron en los países más ricos (al menos los más ricos que no estaban ‘nadando’ en petróleo), los que más se beneficiaron de la revolución en ciencia aplicada e ingeniería. El proceso de modernización comenzó en Occidente en algunos países europeos, y en los países de colonos fuera de Europa: Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda. En la actualidad, no obstante, términos como ‘moderno’, ‘industrial’, y ‘desarrollado’ también se ajustan a otros países en el mundo como, especialmente, Japón, Singapur, Israel, Corea del Sur y Taiwán. Asimismo, dichos términos también se ajustan a las élites de los países en desarrollo, incluyendo cada vez más a China e India. Cada país, por supuesto, tiene su propia historia, sus propias características especiales; cada uno es un afluente de un único y vasto río.
En estas sociedades modernas, las personas —como en todas las sociedades— confrontan el problema de la identidad personal. Se hacen preguntas como ¿quién soy realmente? ¿y quiénes son estas otras personas? Es posible que, quizás, incluso el hombre de las cavernas se haya planteado las mismas preguntas; pero, seguramente, la forma y el sentido de las preguntas y respuestas han cambiado con el paso de los años.
Este libro es —debo dejar en claro— un ensayo extendido sobre la identidad personal. Ello, por supuesto, no me lleva a negar lo importante que era, es y será la identidad colectiva. Hay una doble forma de responder a la pregunta de ‘¿quién soy yo?’ o, para decirlo de otra manera, “dos impulsos contradictorios: la identidad como la individualidad única de una persona (como en el documento de ‘identidad’), o la identidad como un denominador común que coloca a un individuo dentro de un grupo (como en las ‘políticas de identidad’)”.2 Aquí trato la primera forma de identidad. No voy a referirme a la identidad nacional, la identidad de género, o identidad por raza y religión; sino a una noción de identidad que es exclusiva de un individuo en particular. Por supuesto, las formas de identidad colectiva son extremadamente importantes; merecen (y reciben) un tratamiento completo en una amplia y profunda literatura. El período que cubre este libro fue un período en el cual: (en la frase de Eugen Weber) los campesinos se convirtieron en franceses;3 en el que un movimiento de mujeres luchó por el reconocimiento; en el que surgió el sionismo y se hizo significativo; en el que la Iglesia de los Santos de los Últimos Días irrumpió en la escena estadounidense; en el que la esclavitud y su abolición dividieron en dos a los Estados Unidos. Las dos formas de identidad (por supuesto) interactúan. Ambas son importantes. Sospecho , no obstante, que si le preguntas a alguien quién eres realmente, es más probable que obtengas una respuesta personal en lugar de una colectiva, aunque, por supuesto, esto depende de a quién le preguntes. Y si uno pregunta quién es esa otra persona —esa persona que veo en la calle— probablemente recibirá una respuesta colectiva (es una mujer, es un afroamericano, es una monja). Pero, en cualquier caso, en estas páginas me concentraré en la identidad personal, que, por supuesto, es importante por derecho propio.
En el mundo moderno —o, para ser más precisos, en el siglo XIX y más allá— la identidad personal (argumentaré) se volvió más problemática, más confusa; mezclada y borrosa, de una manera bastante nueva; o al menos, en formas mucho más intensas que las viejas formas. Cómo sucedió esto y por qué, y cuáles han sido las consecuencias, constituyen los principales temas: cambios en el propio sentido de identidad de las personas; en la identidad que transmitieron o eligieron transmitir; y en su sentido de la identidad de las personas que las rodean.
La identidad personal se volvió problemática de una forma particular en la época victoriana —tema que será explorado en los primeros capítulos. Pero nada se detiene. El problema cambió, evolucionó, se desarrolló. En el siglo XX, y particularmente en su