Viajes por España. Pedro Antonio de Alarcón

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Viajes por España - Pedro Antonio de Alarcón

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victoria que les había concedido.

      »En la mañana del siguiente día, 25 de Junio, cuando apenas alboreaba, el señor de Oropesa y un su amigo de Trujillo, que veraneaba con él en Jarandilla, y cuyo nombre omiten las crónicas, caballeros en briosos corceles y seguidos de brillante comitiva, pasaron por Quacos con dirección á Yuste. El concejo y vecinos de aquel lugar, y, por supuesto, todos los despojados anacoretas, siguieron á pie al esclarecido magnate, entre grandes aclamaciones, y de este modo llegaron al Monasterio, donde permanecía Fr. Hernando como administrador ó encargado del Obispo de Plasencia.

      »Aquel religioso intentó al principio eludir el cumplimiento de las órdenes que llevaba Garci-Álvarez; pero éste mostró tal energía y asustó de tal manera al fraile intruso (así le llama el libro del convento), que Fr. Hernando acabó por hacer entrega de todos los bienes de Yuste á los Hermanos de la pobre vida, á quienes donaron por su parte gruesas sumas el de Oropesa y el caballero trujillano, ofreciéndoles al despedirse constante protección para cuanto se les ocurriese en lo sucesivo.

      »Pero de aquí en adelante todo fué ya favorable á la santa empresa de aquellos animosos solitarios. Desde luego pusiéronse bajo la vocación de San Jerónimo y protección de fray Velasco, prior de los Jerónimos de Guisando, hasta que en 1414 los vemos acudir á Guadalupe, asiento del Capítulo general de la Orden, solicitando ingresar en ella y ser reconocidos como verdadera comunidad. Algunas objeciones les opusieron los padres graves de Guadalupe, alegando que los Hermanos de la pobre vida carecían de las fincas ó elementos necesarios para sostener con decoro la elevada Orden Jerónima; pero Juan de Robledillo y Andrés de Plasencia acudieron á su protector Garci-Álvarez, que por entonces residía en Oropesa, el cual montó en seguida á caballo y se presentó ante el Capítulo de Guadalupe, haciendo suya la solicitud de los anacoretas de Yuste. Reprodujeron los Jerónimos las razones de su anterior negativa, y oídas por el señor de Oropesa, exclamó sin vacilar: «Pues bien: hoy por mí, mañana por mis descendientes, me obligo á cubrir todas las necesidades del Monasterio de Yuste

      »Ante esta arrogante y caballeresca donación, tan propia del sujeto que la hacía, el Capítulo declaró Jerónimos á los Hermanos de la pobre vida, quedando así fundado definitivamente el convento que había de ser orgullo de la Orden. – Su primer Prior fué Fr. Francisco de Madrid, ignorándose las razones por qué no recayó este cargo ni en Robledillo ni en Plasencia. – Finó con ello el año de 1414.»

* * *

      Tal es la historia de la fundación de Yuste. – La de su rápido crecimiento, esplendorosa magnificencia y lamentable ruina nos detendrá también muy poco, pues ni ofrece tanto interés dramático como la porfiada lucha que acabamos de reseñar, ni creemos oportuno diferir demasiado la narración de nuestra visita á los venerables restos de aquella santa casa.

      Diremos, pues, sucintamente, que D. Juan II, D. Enrique IV y los Reyes Católicos heredaron del piadoso hermano de D. Enrique III el decidido empeño de proteger el Monasterio de Yuste; y que, del propio modo, los Condes de Oropesa siguieron en estos reinados la tradición de Garci-Álvarez de Toledo y consagraron al propio fin gran parte de sus rentas.

      Al principio se edificó, además de la magnífica iglesia que ya describiremos, un extenso y cómodo convento, á la verdad nada suntuoso; pero, á mediados del siglo xvi, los mismos Condes de Oropesa costearon casi solos otro gran Monasterio (todo de piedra y en el soberbio orden arquitectónico del Renacimiento), dejando para Noviciado el adyacente primitivo edificio. La nueva obra, que había de vivir menos que la antigua, fué terminada en 1554.

      Cuando Carlos V concibió la primera idea de retirarse del mundo, fijó desde luego su atención, como en lugar muy á propósito para acabar tranquilamente su vida, en el Monasterio de Yuste, cuya fama llenaba ya el orbe cristiano, no sólo por la grandiosidad de su fábrica y por la riqueza de la Comunidad, sino también por lo ameno, sosegado y saludable de aquel solitario sitio. Así es que algunos años antes de su abdicación, hallándose el César en los Países Bajos, encargó á su hijo D. Felipe que, antes de partir á casarse con la Reina de Inglaterra, fuese al célebre convento y plantease en él las habitaciones que debían construirse para recibirlo y albergarlo en su día. —

      El que pronto había de llamarse Felipe II cumplió la orden paterna, y muy luego empezaron las obras del apellidado Palacio del Emperador, palacio modestísimo, reducido á cuatro grandes celdas, cuyo destino fué al principio un secreto para los mismos religiosos que allí vivían, excepción hecha del Prior y de algún otro.

      Más adelante veremos cómo Felipe II volvió algún tiempo después á Yuste. Ahora nos toca decir, con la misma fórmula que emplea el mencionado cronista de la casa, que Carlos V se estableció definitivamente en ella el día de San Blas de 1557, y murió el día de San Mateo de 1558, de modo que permaneció allí, haciendo hasta cierto punto vida de anacoreta, un año, siete meses y diez y ocho días.

      Pero no adelantemos los sucesos, pues su viaje desde Flandes al Monasterio ofreció algunas particularidades dignas de mención, que merecen párrafo aparte.

* * *

      «Renunciadas así una tras otra las coronas – dice la Historia5– determinó ya Carlos su viaje á España… La flota en que había de venir, que se componía de sesenta naves guipuzcoanas, vizcaínas, asturianas y flamencas, se reunió en Zuitburgo, en Zelanda, donde se dirigió Carlos (28 de Agosto), acompañado del rey D. Felipe, su hijo, de sus hermanas las reinas viudas de Francia y de Hungría, de su hija María y su yerno Maximiliano, Rey de Bohemia, que habían ido á despedirle, y de una brillante comitiva de flamencos y españoles. – Al pasar por Gante no pudo menos de enternecerse, contemplando la casa en que nació, los lugares y objetos que le recordaban los bellos días de la infancia, y que visitaba por última vez para no volver á verlos jamás.

      »Despidióse tiernamente de sus hijos, abrazó á Felipe, le dió algunos consejos para su gobierno y conducta, y se hizo á la vela (17 de Septiembre), trayendo consigo á sus dos hermanas D.ª Leonor y D.ª María, reinas viudas ambas, que después de tantos años volvían á su patria y suelo natal. El 28 de Septiembre arribó la flota al puerto de Laredo. – «Yo te saludo, madre común de los hombres, exclamó Carlos al tomar tierra. Desnudo salí del vientre de mi madre: desnudo volveré á entrar en tu seno.» – A pesar de esta abnegación, todavía se incomodó mucho por no haber hallado allí el recibimiento que esperaba, y no haber llegado aún la remesa de 4.000 ducados que preventivamente había pedido á la Gobernadora de Castilla, su hija, la princesa D.ª Juana, ni el Condestable, los capellanes y médicos que necesitaba, pues los más de los capellanes y criados venían enfermos y algunos habían muerto en la navegación. El mismo Luis Quijada, mayordomo de la Princesa regente, no pudo llegar hasta unos días después, por el fatal estado de los caminos; todo lo cual puso al Emperador de malísimo humor y le hacía prorrumpir en desabridas quejas, no pudiendo sufrir verse en tal especie de desamparo el que tan acostumbrado estaba á mandar y ser servido.

      »Partió el 6 de Octubre de Laredo para Medina de Pomar, acompañado del alcalde de Durango, de la Chancillería de Valladolid, con cinco alguaciles, disgustado y como avergonzado de verse entre tantas varas de justicia, que parecía le llevaban preso. No quería que le hablaran de negocios; huía de que le tocaran asuntos políticos, y mostraba no tener otro anhelo que sepultarse cuanto antes en Yuste. Al fin le llegaron los 4.000 ducados, con lo cual prosiguió ya más contento á Burgos, donde llegó el 13 y permaneció hasta el 16, no queriendo que el Condestable de Navarra le hiciese ningún recibimiento. Las dos reinas hermanas marchaban una jornada detrás por falta de medios de transporte, que esto le sucedía en su antiguo reino de Castilla al mismo que tantas veces y con tanta rapidez y tanto aparato había cruzado y atravesado la Europa. Marchaba tan lentamente, que empleó cerca de seis días desde Burgos á Valladolid. Alojóse en la casa de Rui Gómez de Silva, dejando el palacio para las reinas sus hermanas, que entraron después. Ocupóse

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Lafuente.