Cómo desarrollar su intuición. Bernard Baudouin
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A pesar de haber puesto el máximo cuidado en la redacción de esta obra, el autor o el editor no pueden en modo alguno responsabilizarse por las informaciones (fórmulas, recetas, técnicas, etc.) vertidas en el texto. Se aconseja, en el caso de problemas específicos – a menudo únicos– de cada lector en particular, que se consulte con una persona cualificada para obtener las informaciones más completas, más exactas y lo más actualizadas posible. EDITORIAL DE VECCHI, S. A. U.
Traducción de Ariadna Martín Sirarols.
Diseño gráfico de la cubierta de © E. Gueyne/esprit-photo.com.
© Editorial De Vecchi, S. A. U. 2016
© [2016] Confidential Concepts International Ltd., Ireland
Subsidiary company of Confidential Concepts Inc, USA
ISBN: 978-1-78525-983-8
El Código Penal vigente dispone: «Será castigado con la pena de prisión de seis meses a dos años o de multa de seis a veinticuatro meses quien, con ánimo de lucro y en perjuicio de tercero, reproduzca, plagie, distribuya o comunique públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la autorización de los titulares de los correspondientes derechos de propiedad intelectual o de sus cesionarios. La misma pena se impondrá a quien intencionadamente importe, exporte o almacene ejemplares de dichas obras o producciones o ejecuciones sin la referida autorización». (Artículo 270)
Introducción
Al ver la vida marcada por la velocidad, la imparable superación de los antiguos límites, la búsqueda de resultados cada vez mejores, las actividades racionales y programadas, el rechazo a todo lo que no es productivo, uno se pregunta qué queda de humano en nuestras decisiones, en nuestros actos, en nuestro trayecto vital.
Sin duda, nuestra civilización ha llegado a un punto de desarrollo nunca alcanzado antes. Vivimos en un mundo ultramoderno, un universo en el que la tecnología aleja día a día los límites de la razón, donde la alta definición de la imagen y la información en tiempo real nos conectan con todos los puntos del planeta. Gracias a la magia de los ordenadores, sabemos explorar, descubrir, descifrar, construir, podemos concebir o divertirnos en tres dimensiones.
Bajo el impulso de súbitas extensiones, nuestras megalópolis se hacen tentaculares, adoptan el aspecto de dibujos animados futuristas. La ciudad de antaño, enriquecida con una cultura profundamente anclada en nuestras raíces, deja paso a la ciudad dormitorio, desierta durante el día y llena por la noche, que embruja a todos los que olvidaron la urgencia y la productividad por el camino.
A algunas personas les gusta ver en estos excesos, legitimados por nuestra época, la señal de una degeneración fríamente consentida por un cientificismo forzado, una deshumanización de nuestra sociedad, que a largo plazo podría poner en peligro el futuro del ser humano. Deben recordarse las desafortunadas experiencias de otras civilizaciones, desaparecidas por haber olvidado demasiado pronto hasta dónde no había que llegar.
Sin embargo, si hablamos de la memoria justamente, por qué no recurrir también a aquella que se encuentra en lo más profundo de cada uno de nosotros. A esa fuente luminosa y vibrante que vive en todo ser humano y que nos puede conducir por el camino de una realización plena y completa, mucho más que cualquier directiva oficial.
Porque una de las principales enseñanzas de todas las civilizaciones que nos han precedido es reconocer, admitir que el hombre dispone en su interior de todos los recursos necesarios para efectuar las elecciones más juiciosas para su trayectoria vital. Ante todo, deberemos definir de lo que se trata, para que no se produzca ninguna ambigüedad sobre la naturaleza exacta de este conocimiento, profundo e íntimo, inherente al ser humano.
El mundo en el que vivimos está regido por leyes que se aplican a nuestros sentidos. Así es como la comprensión del universo que nos rodea y en el que nos sumergimos a largo plazo transita por nuestra vista, oído, tacto, gusto y olfato: nuestros cinco sentidos nos sirven para dilucidar el entorno, todos los datos que forman nuestra inteligencia y nuestra identidad cultural. Con todo, hace ya más de cuatro décadas, los científicos demostraron que esta concepción del mundo con sólo los límites de nuestros cinco sentidos era estrecha y limitada, ya que únicamente recogía una parte de la realidad en su integridad.
Porque más allá de lo inmediatamente perceptible, de lo concretamente sensible, existe, en realidad, toda una franja de sensaciones y percepciones que escapa, si no al control a posteriori, al menos al dominio de nuestra mente y nuestros sentidos cuando se produce. En esta tierra de nadie de la expresión y la comunicación informal, de impresiones frágiles y fugitivas, de contactos con los límites de la razón, es por donde nos aventuraremos hoy.
La intuición es uno de esos fenómenos que se sitúan en la frontera de nuestra normalidad sensitiva diaria. No es completamente «paranormal» en el sentido moderno del término, sino que está fuera de las referencias habituales que constituyen «oficialmente» nuestro universo.
Cuando surge, cuando se afirma y se impone sin consideración para lo que estamos viviendo, la intuición aporta, añade, enriquece de forma incontestable nuestro bagaje sensitivo. A menudo, sin que nos demos cuenta, nos hace entrar en otra dimensión, dando bruscamente un matiz diferente a lo que estamos viviendo.
A través de la intuición, súbitamente descubrimos que puede vivirse otra relación con el conocimiento. Por ese extraordinario surgimiento de un saber inmediato, lejos de toda lógica y de toda voluntad programada, nos vemos confrontados con los límites de nuestra conciencia, con las eternas incertidumbres de la comprensión, con las verdades «relativas» de nuestra civilización con los sentidos enfermos.
Y, sin duda, no es casualidad que la intuición nos toque a veces con su luz benefactora, para tranquilizarnos, para asegurarnos a su manera que, más allá de las reglas y las leyes de un mundo que corre demasiado, que a menudo pierde la cabeza, existen pruebas para compartir, sutiles mensajes que escuchar y después meditar. Como una luz que de vez en cuando nos muestra el camino hacia nosotros mismos.
Ya no se trata entonces de un simple fenómeno puntual que tendría sólo un valor anecdótico, sino, por el contrario, de la emergencia de una parte de nuestro ser más íntimo, más secreto, que hasta ahora permanecía prudentemente escondida en los recovecos de lo vivido. Como un velo corrido sobre una vida interior que todavía no nos habíamos detenido a explorar y, sobre todo, a la que no habíamos dejado expresarse.
Nuestra búsqueda de la intuición manifiesta entonces su verdadero rostro, que, más allá de las palabras, no es otro que un camino de despertar hacia nuestra vida interior, hacia esa parte de nuestra persona que en todas las circunstancias permanece invisible e impalpable, pero no menos esencial para nuestro recorrido. Acechar, escuchar, acercarse, desarrollar nuestra intuición se imponen como oportunidades para atravesar ese límite entre lo exterior y lo interior, un mundo real y un universo virtual, que den un nuevo sentido a nuestra bipolaridad inicial.
Porque quizás hayamos olvidado, por un efecto perverso del mundo moderno, que nuestra existencia es tanto interna como externa, que nuestros impulsos vitales, a falta de expresarse plenamente, son a menudo más fuertes dentro que fuera de nosotros mismos.
Dejemos de pensar demasiado y de reflexionar, de perdernos en comportamientos estereotipados y otras actitudes artificiales, con el pretexto de aparentar una normalidad de buen tono. Solamente existe una verdad: la que está en lo más profundo de cada ser, y surge de vez en cuando con una agudeza y una precisión incomparables.
Dejemos simplemente que la intuición nos «vuelva a conectar»