Cómo desarrollar su intuición. Bernard Baudouin
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Uno de los mayores intereses de la intuición reside, sin duda, en que nos es propia. Nadie, ninguna estructura, ninguna «buena voluntad» tiene poder sobre ella. Es completamente interna y autónoma, no se somete a ninguna influencia y se revela, en todos los casos e independientemente del contenido de su mensaje, como una experiencia muy personal.
La perturbadora evidencia de este saber que parece surgir de ninguna parte, junto a una muy fuerte sensación de certidumbre, aporta a menudo una nueva luz a lo vivido. En este sentido, la intuición debe considerarse, sin ninguna duda, como una de nuestras facultades, aunque no dominemos sus parámetros. Se manifiesta con simpleza, de forma espontánea, como «otra visión» de la realidad en la que evolucionamos con normalidad. Justamente esta función de otra «mirada» es la que confiere a la intuición todo su valor, ya que lo que nos rodea no será apreciado desde el exterior con la mirada física, sino desde el interior, con un profundo conocimiento hasta entonces insospechado.
Lo que se manifiesta de este modo en nuestra conciencia no tiene nada que ver con ningún intermediario o medio de comunicación exterior que imprimen, como de costumbre, su información sobre nuestra pasividad, sino que procede, por el contrario, de una fuente interior, ciertamente inconsciente, pero tan aguda como sea necesario para considerarla una fuente de conocimiento.
Aparte de la razón, además de la conciencia, desconectada de las fuentes clásicas de información, y manteniendo todas las proporciones, la intuición nos hace pensar en una estrella fugaz que fascina de repente por su súbito brillo, pero que desaparece tan rápidamente como ha aparecido, dejando sólo a su paso su sorprendente certeza. En ese instante, un poco fuera de tiempo, alejada de todas las definiciones clásicas, la persona que vive la intuición no piensa, no reflexiona: sabe.
Esta improvisada espontaneidad del conocimiento – que recuerda, sin duda, los flashes de videncia descritos por los médium– es propia de la intuición. De hecho, estudios muy importantes relacionan la intuición con algunos fenómenos psíquicos y la consideran una de las facultades más secretas y auténticamente humanas.
De ahí a otorgarle el pomposo título de sexto sentido, muy apreciado por el imaginario popular, hay sólo un paso, que efectúan tranquilamente muchas personas. Pero hacerlo sería despachar muy deprisa el asunto, ya que el fenómeno de la intuición procede de un mecanismo mucho más complejo que el sentido estrictamente «físico». Esto no impide que la intuición tenga como efecto modificar el nivel de conciencia del que la vive; en este sentido, se asemeja, evidentemente, a los fenómenos de percepción extrasensorial.[2]
La intuición, expresión de un saber inconsciente, desborda ampliamente el campo de los conocimientos adquiridos y se erige como un verdadero «lenguaje interior» – indiscutiblemente de carácter a menudo simbólico–, muy presente, susceptible de intervenir en todo instante en nuestra trayectoria diaria. Cuando el mundo nos arrastra hacia una multitud de acciones exteriores y de intervenciones dispares, provocando que a veces lleguemos a perder el hilo conductor, la intuición nos permite tomar contacto de nuevo con nuestra fuente más íntima y profunda, la más auténtica, la menos «contaminada psíquicamente» por la vida en comunidad.
En pocas palabras, la intuición representa, sin duda, una de las riquezas más esenciales del ser humano. Además, es susceptible de intervenir en todos los campos de nuestra existencia, de tocar el conjunto de nuestros centros de interés, de inmiscuirse en nuestras mínimas preocupaciones. Y lo hace simplemente porque existe en lo más profundo de cada persona y, de hecho, se encuentra implicada en toda nuestra existencia.
Por ello se entiende mejor por qué el interés por la intuición se ha llegado a considerar un campo de investigación casi ilimitado. Mucho más que un fenómeno esporádico y aleatorio, en realidad lo que vamos a tratar en la presente obra es la propia naturaleza humana, en sus aspectos más íntimos y secretos.
Al entreabrir la puerta a la intuición, con el pretexto de una curiosidad legítima, con quien realmente concertamos una cita es con nosotros mismos.
Otra mirada a la realidad
Antes de adentrarnos más en el fantástico mundo de la intuición, debemos detenernos un instante en lo que nos permite día a día vivir y comunicarnos con nuestros semejantes, es decir, nuestra percepción de la realidad.
En efecto, la vida de toda persona se asienta sobre su percepción, su comprensión y su interpretación de lo que la rodea. Por así decirlo, sólo a través de estos filtros podemos existir. Aceptamos como real lo que perciben nuestros cinco sentidos; asumimos como realidad lo que nos permite entender nuestra cultura; por último, nuestro intelecto nos ofrece la posibilidad de interpretar tal o cual aspecto de nuestras percepciones y hacer – o no– de él una realidad.
Este último punto es particularmente crucial, ya que significa que sólo aceptamos como realidad lo que somos capaces de entender. Y este es justamente el problema de la intuición, ya que, como hemos visto, no es el resultado de ninguno de nuestros sentidos.
Con todo, la ciencia, haciéndose eco de las más antiguas tradiciones espiritualistas, ha demostrado, desde hace mucho tiempo, que el mundo no se detiene en el límite de lo que percibimos: ¡no percibir un fenómeno no significa que no exista! Esto es especialmente cierto para los ultrasonidos o los rayos X, que son imperceptibles para nosotros y, no obstante, constituyen fenómenos vibratorios indiscutibles.
Esto nos conduce a admitir que lo que consideramos como la realidad es a menudo muy relativo, constituye sólo un aspecto parcial de ella y depende, sobre todo, de nuestra apertura de mente, de la importancia que queramos otorgar a todo lo que percibimos y no entendemos. ¿De qué puede servirnos? Simplemente para abrir nuestro cuerpo y nuestra mente a otros campos de fuerza, a otros modos de percepción y, a fin de cuentas, a la creencia en una realidad más amplia de la que considerábamos en un principio.
Porque la gran lección que debemos recordar, desde el momento en que nos interesamos por nuestras percepciones y nuestra conciencia de la realidad, es que lo vivido está estrechamente ligado a nuestras creencias. Dicho con otras palabras, admitir – sin explicarlo de momento– que la intuición es un modo de percepción total sobre lo mental, que prepara nuestra mente y todo nuestro ser para vivir muchos más fenómenos de este tipo.
Seamos claros, no se trata de descubrir «otra» realidad, sino más bien de desvelar, por fin, algunos aspectos ocultos de nuestra realidad de cada día. Esta mirada diferente sobre la realidad, considerándola, no como algo terminado y cerrado, sino más bien como una etapa que está todavía sin explorar, nos depara sorprendentes descubrimientos y nos permite dejar el campo libre a fascinantes experiencias.
Una idea esencial que debe admitirse, de una vez por todas, ya que nos servirá en otros campos, es que el mundo no se limita a la visión que de él tenemos. Desafortunadamente, a menudo las creencias de los seres humanos son las que limitan su campo de experiencia y, asimismo, su comprensión, su aceptación del mundo. La realidad es una. Son las personas, en su complejidad y sus diferencias, con su mirada matizada, quienes la ven sólo de forma parcial o truncada.
Una de las principales funciones de la intuición, a su manera, es abrir nuestra mente a lo que realmente es la realidad, llevar de pronto a nuestra conciencia una visión más amplia de una situación en la que estamos implicados. En este sentido, la intuición no representa sólo un fenómeno de carácter anecdótico, es mucho más que eso. Cabe ver en ella una apertura, una mirada de diferente envergadura sobre nuestra cotidianeidad. En una palabra, una conciencia ampliada, finalmente susceptible de abarcar toda la realidad, de permitirnos existir, de realizarnos de forma plena y total.
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Bernard Baudouin,