Cómo desarrollar su intuición. Bernard Baudouin
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La intuición reenvía al hombre a sí mismo, a sus pensamientos y a sus actos. Es inevitable que todos los que reflexionan sobre el pensamiento humano lleguen a interesarse por ella.
Cuando los pensadores exploran la intuición
El filósofo griego Platón (429-347 a. de C.), célebre discípulo de Sócrates y maestro de Aristóteles, fue, sin duda, uno de los primeros que posó su mirada sobre la intuición, reconociéndole la dimensión de auténtico conocimiento, ya que, según él, era equivalente a la contemplación del mundo inteligible.
En el siglo ii de nuestra era, el pensador griego Plotino (205-270) se interesó también de cerca por esta capacidad introspectiva. Pronto la definió con una fórmula que se hizo famosa: «La intuición es el conocimiento absoluto basado en la identidad de la mente con el objeto que conoce». Aunque pueda parecer lacónica, esta definición tiene el mérito de plantear el debate: tenemos aquí, por una parte, un conocimiento que es, además, absoluto, y, por otra parte, una cierta identidad de la mente con el objeto que conoce. Ante este enunciado, se concibe claramente que todo suceda en el interior del hombre y que la intuición actúe en cierto modo como una fuente reveladora, llevando a la persona a mirarse – o a escucharse– más de cerca.
En realidad, desde el punto de vista etimológico, la palabra intuición procede del latín intuitio, derivado a su vez de intuieri, cuyas raíces son in («en, dentro») y tueri («contemplar, mirar con cuidado»).
Kant, por su parte, confiere a la intuición un papel esencial, ya que la asimila ni más ni menos que a la actividad perceptiva de la mente y, en este sentido, la considera parte activa de la experiencia sensible de la persona. Hasta tal punto que, a sus ojos y bajo su pluma, el vocablo intuición sustituye a la palabra sensibilidad.
Descartes (1569-1650), filósofo, matemático y físico francés, acerca más bien la intuición a la inteligencia: ve en ella una percepción de tipo particular, una revelación inmediata y sin intermediario, pasiva, cuyo sentido profundo no puede entenderse sin una cierta educación (su «método»: el cartesianismo). De hecho, la considera como la «sensibilidad de la inteligencia». «El conocimiento intuitivo es una iluminación del alma; esta percibe en la luz de Dios las cosas que le place revelarnos a través de una impresión de claridad divina a nuestro entendimiento, que no se considera como un agente, sino sólo como un receptor de los rayos de la divinidad».
Gracias al interés continuado que dedicó a la intuición, el matemático Henri Poincaré[7] (1854-1912) nos mostró que este tema, sin duda, llamaba la atención de pensadores de todos los tipos. Así es como hizo de la intuición «el resultado de una sensibilidad estética subconsciente que nos hace adivinar relaciones ocultas».
Todos estos estudiosos y sus investigaciones han tenido el mérito de descubrir poco a poco niveles de comprensión hasta el momento insospechados. Si los límites de la intuición se vuelven más familiares para nosotros, las definiciones que se dan de esta siguen siendo confusas y embrionarias. Otro filósofo francés se interesaría enormemente por la intuición, y gracias a la perspicacia de su pensamiento le conferiría una nueva dimensión. Su nombre es Henri Bergson.[8]
Henri Bergson, o la intuición recuperada
Para Bergson, una de las primeras características de la intuición es que se opone a la inteligencia, ya que esta no puede tener acceso a los secretos de las cosas y de la vida.
Pero la mejor manera de delimitar el fondo de su pensamiento consiste en concederle un breve instante la palabra, para leer una de sus sintéticas definiciones: «La intuición es la intimidad, el sentimiento de total fusión con el objeto del conocimiento, la simpatía por la que nos colocamos en el interior del objeto para coincidir con lo que, en él, es único. Sólo esta unión íntima con el objeto nos permite conocerlo a la perfección. Contrariamente a la inteligencia, cuyo destino primero es la práctica (…) y cuyos principios no se aplican a la materia, la intuición nos permite coincidir con el dato puro, con el movimiento libre y creador de la vida y la mente.
«Todo conocimiento intelectual es discriminatorio, separa un elemento de otro, un estado de otro, y la lengua – tan precisa como es– sólo aumenta esa división, que en sus límites se convierte en atomismo mental. Con todo, los estados de conciencia son fluidos, se interpenetran más de lo que se suceden, tienen una calidad inexpresable: la duración, calidad pura, progreso captado en su progresión; si, por lo tanto, se desea alcanzar la intimidad del yo – que es el objeto de la filosofía– es preciso renunciar a conocerla por el pensamiento racional, que recorta y mutila, para captarla en sus datos inmediatos por una facultad especial: la intuición».
En esta aproximación, considerada como una filosofía espiritualista, Bergson reivindica recuperar el sentido de las intuiciones, olvidar por un instante la reflexión para considerar las intuiciones básicamente como datos esenciales que pueden alimentar nuestra mente y nuestro trayecto vital. Lo que quiere decir es que la intuición, a su manera, realiza la síntesis entre la inteligencia y el instinto. En este sentido, es la expresión de la realidad viva y móvil de nuestro mundo, pero también del impulso vital que se inscribe en la duración.
Según Bergson, «(…) en el origen de toda filosofía existe una intuición por la que el filósofo “entiende” en un instante un acto simple, lo que reúne lo real y el significado de lo existente». Es lo que se denomina la intuición metafísica, que está en el origen de esa gran hipótesis, de esa concepción general del mundo que es la filosofía.
Para Bergson la intuición es, por tanto, una fuente de conocimiento inmediato, fuera de todas las presuposiciones intelectuales. A sus ojos, representa nada menos que la realidad en sí, lo absoluto. Por ello su pensamiento se considera como una filosofía espiritualista, ya que, al reivindicar la supremacía de la intuición – que Bergson define como una ciencia de la mente–, reivindica también la restauración de los valores espirituales amenazados por la intelectualización y la ciencia.
Jung y la revelación de la profundidad de la intuición
Siguiendo el camino de sus famosos predecesores, el psiquiatra y psicólogo suizo Carl Gustav Jung (1875-1961), uno de los fundadores del psicoanálisis, se dedicó metódicamente a explicar los arcanos de la conciencia, demostrando con energía que si la conciencia es discontinua e intermitente en nuestra vida, el inconsciente es, en cambio, «un estado constante, duradero, que, en su esencia, se perpetúa parecido a sí mismo». «(…) El inconsciente teje eternamente un amplio sueño que, imperturbable, sigue su camino por debajo de la conciencia, emergiendo a veces por la noche en un sueño o causando durante el día singulares y pequeñas perturbaciones».
Con sus estudios, Jung expone brillantemente una nueva definición de la conciencia – que pronto sería una referencia–, a la que considera constituida por cuatro elementos básicos: sensación, pensamiento, intuición y sentimiento.
Para captar la destacada perspicacia de su pensamiento, podemos detenernos un instante en la definición que ofrece de la intuición: «La gente que vive expuesta a las condiciones naturales hace un gran uso de la intuición; también la emplean los que corren algún riesgo en un campo desconocido, que son los pioneros de un modo u otro (…). Cuando nos encontramos en presencia de nuevas condiciones, todavía vírgenes de valores y de conceptos establecidos, dependemos de esta facultad de la intuición».
Jung reconoce que la propia naturaleza de la intuición es difícilmente comprensible por nuestro intelecto, ya que se sitúa por encima del umbral de la conciencia. No obstante, esta dificultad no elimina en absoluto su innegable
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Matemático francés de gran renombre que descubrió las funciones fuchsianas.
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Henri Bergson (1859-1941): filósofo francés, autor de