Cómo desarrollar su intuición. Bernard Baudouin
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Sensaciones, percepciones, impulsos se mezclan en una serie interminable, como tantos estímulos llamados a mantenernos con vida. Nuestra existencia es alimentada sin cesar, colmada con esas aportaciones, pero también atada, golpeada, empujada según esos «vientos interiores» con una violencia a veces temible.
A menudo son sólo debilidades internas e íntimas, alegrías o dolores impronunciables, momentos de comunión intensa con un ser o un objeto, un entorno, que traducen nuestra existencia, nuestra vibración en comunión o discordancia con lo que nos rodea. Mucho antes de entrar en los hechos, de traducirlo en nuestro cuerpo con los actos y en el tiempo y el espacio con sus consecuencias materiales, aquí está nuestra vida, en el corazón de nuestra mente.
A partir de este momento es inevitable asociar intuición y conciencia, ya que ambas proceden, en grados distintos, del mismo impulso que reúne percepción, comprensión, expresión. Evidentemente, la intuición procede de la conciencia y la conciencia procede del conocimiento intuitivo. Hasta tal punto que en muchos casos la frontera entre ambas es tan tenue como una simple sensación y es muy difícil relacionarla con la ciencia pura o un embrión del proceso intuitivo.
Mucho más que esas perturbadoras similitudes, que de hecho se parecen mucho más a una complementariedad real, la intuición desempeña la función de «desencadenante», de instigadora, de detonante, respecto a la conciencia, que resulta ser, de pronto, de suma importancia. Todo demuestra que la intuición, por sus atisbos de certidumbre, sus surgimientos repentinos y luminosos – que razonablemente pueden asimilarse a una forma de saber–, está al servicio de nuestra conciencia.
La mejor manera de captar todo el alcance de esta interacción tan estrecha entre conciencia e intuición es interesarse, una vez más, por los trabajos de la ciencia, por un lado en ese campo particular de la conciencia que es la intuición y, por otro, en el estudio afinado de los detalles del proceso intuitivo.
Capítulo 4
La intuición y la ciencia
No existen vías lógicas
que conduzcan a las leyes naturales,
sólo la intuición descansando en el entendimiento
puede llegar hasta ellas.
Albert Einstein
Hace tiempo, por su propia naturaleza, el estudio de la intuición se consideró un tema reservado a mentes dedicadas al pensamiento. Tal y como hemos recordado brevemente, durante muchos siglos, filósofos, pensadores y otros exploradores del alma humana se interesaron de forma distinta por el fenómeno de la intuición, dando su opinión, elaborando teorías, buscando sus efectos, descubriendo aquí y allí muchas justificaciones para intentar delimitar mejor sus causas.
Como pasa a menudo cuando el tema carece de parámetros concretos, se ha dicho todo sobre la intuición, desde las hipótesis más sabias hasta las más fabulosas, con frecuencia sin dedicar tiempo a llegar verdaderamente al fondo de las cosas. Con todo, teniendo en cuenta la «fluidez» de nuestro tema, no podemos ocultar la dimensión más concreta en la que se materializa.
Con independencia de que la importancia que se le dé sea total o relativa, efectivamente parece indispensable evocar la intuición bajo consideraciones verificables, como nos propone el enfoque científico, no para extraer afirmaciones absolutas, sino para al menos tener la oportunidad de delimitar nuestro tema bajo una nueva luz, desde un punto de vista que, a su manera, hace progresar la comprensión del proceso intuitivo.
Cuando la intuición se dirige a la ciencia
Que la ciencia tenga la intuición de estudiar la intuición… ¡a la fuerza debe llevarnos por caminos interesantes! Además, durante décadas, por no decir siglos, la ciencia se ha dedicado escrupulosamente a desvalorizar la intuición, a la que oponía el razonamiento y el conocimiento científicos.
En realidad, por esencia, la intuición entraría con dificultad dentro del universo científico, donde todo debe ser racional, universalista, comunicable, comprobable, matemático, con el leitmotiv de la inevitable preocupación por la famosa «experiencia». Demasiados parámetros situados a años luz de la espontaneidad y de la inmediatez de la intuición. Todo parece, pues, alejar la conciencia científica del conocimiento intuitivo.
Pero esto significa prejuzgar e infravalorar demasiado rápido las capacidades de algunos investigadores para superar y llevar más lejos los límites del entendimiento…, lo que es, justamente, propio de la ciencia. Porque, bien mirado, se observa, no sin cierta ironía, que toda actividad de investigación, recurriendo a las ciencias exactas más matematizadas, a los protocolos de experiencias más elaborados, debe de hecho mucho a la intuición, aunque sólo sea la propia idea de las experiencias por construir y la hipótesis inicial planteada por el investigador.
En efecto, no se puede dejar de observar que el gran sabio, en general, no es el que se pasa el tiempo realizando cálculos interminables, sino el que «encuentra» de repente la conexión, el fallo, el sistema…, es decir, el que inventa una nueva ley. Esto hace que muchos digan que el intelecto y la lógica no son suficientes para que la ciencia avance y que un investigador sin intuición carece de una parte esencial para el enfoque de un tema: no tiene ninguna posibilidad de alcanzar un resultado tangible, ya que se «descalifica» a sí mismo por esa insuperable e inalcanzable carencia.
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