El gran libro de las civilizaciones antiguas. Patrick Riviere
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A pesar de haber puesto el máximo cuidado en la redacción de esta obra, el autor o el editor no pueden en modo alguno responsabilizarse por las informaciones (fórmulas, recetas, técnicas, etc.) vertidas en el texto. Se aconseja, en el caso de problemas específicos – a menudo únicos– de cada lector en particular, que se consulte con una persona cualificada para obtener las informaciones más completas, más exactas y lo más actualizadas posible. EDITORIAL DE VECCHI, S. A. U.
A mi hija Aurélia, bajo la protección de Atenea.
Traducción de Sonia Afuera Fernández.
Fotografías de cubierta: arriba, Pirámide © J. Pole/esprit-photo.com; abajo, Grecia, Delfos © É. Gueyne.
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El Código Penal vigente dispone: «Será castigado con la pena de prisión de seis meses a dos años o de multa de seis a veinticuatro meses quien, con ánimo de lucro y en perjuicio de tercero, reproduzca, plagie, distribuya o comunique públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la autorización de los titulares de los correspondientes derechos de propiedad intelectual o de sus cesionarios. La misma pena se impondrá a quien intencionadamente importe, exporte o almacene ejemplares de dichas obras o producciones o ejecuciones sin la referida autorización». (Artículo 270)
Introducción
La Antigüedad ha fascinado siempre al ser humano, tanto por la diversidad y el extremo refinamiento de sus expresiones artísticas como por el exotismo y los misterios que no deja de suscitar, debido a la amplitud de sus preocupaciones religiosas. Además, la majestuosidad de sus templos y santuarios sigue sin haber sido igualada por tanto como se impregnó la arquitectura de suntuosa religiosidad.
Las grandes civilizaciones antiguas que presentamos aquí –Mesopotamia, Egipto y Grecia– confinan con el balbuceo de la historia propiamente dicha y, paradójicamente, alcanzan el apogeo del desarrollo cultural, tanto en el ámbito de las artes y las técnicas como en el de la urbanización y los conceptos correspondientes a la ciudad-Estado (la polis, en los griegos). El nacimiento de la escritura y, más tarde, de la filosofía, en Grecia, jalona la sorprendente epopeya de esta grandeza pasada.
Mientras que el Neolítico de Oriente Próximo ve cómo la agricultura sucede a la caza y la organización de las tribus se convierte por consiguiente en sedentaria, empiezan a brotar algunas civilizaciones, como la de Jericó (del año 6850 al 6770 a. de C.), con su impresionante torre y sus fortificaciones rodeando amplios edificios públicos. Todo ello como preludio de una integración social y una organización económica que la civilización sumeria ilustraría perfectamente más tarde.
Y si la cerámica estaba ausente en Jericó, no fue así en Siria, Tell Ramad y Biblos, donde fueron descubiertas figurillas antropomórficas, del v milenio a. de C. Ya entonces, las culturas de Hacilar y Catal Huyuk (año 7000 a. de C.), en Anatolia, demuestran la existencia del culto a la fertilidad y a los difuntos. Se desprende también de ellas la presencia de la diosa-madre, acompañada en ocasiones por un leopardo y un niño. En el último periodo, cerámicas adornadas con dibujos geométricos hicieron aparición en Hacilar.
Más tarde surgió la cultura de Tell Halaf (cerca de Mosul), que utilizaba el cobre y tenía las mismas preocupaciones religiosas con representaciones de la diosa-madre reinando en la Tierra y la Naturaleza.
La cultura halafiana acabó desapareciendo entre el año 4400 y el 4300 a. de C., mientras que entre el Tigris y el Eufrates se extendía la cultura de Obeid, originaria del Iraq meridional. La civilización sumeria acababa de nacer, ya atestiguada en Uruk (Warka) hacia el año 4325 a. de C. Todas las artes y las técnicas se desarrollaron aquí: metalurgia del cobre (hachas) y del oro (objetos diversos); avance de la agricultura y del comercio; estatuario de mármol, y tendencias no figurativas y estilísticas fuertemente marcadas. Se edificaron templos monumentales, auténticos prototipos de zigurats o «torres de Babel» de la civilización sumeria.
En lo referente al Egipto antiguo, ¡cuántos descubrimientos arqueológicos se llevan a cabo todos los días, sobre todo en su cuna, en la orilla occidental del Nilo…! Una o varias culturas prefaraónicas serían las originarias del «milagro egipcio» que consagraría al rey Narmer como unificador de las «dos tierras» (el Alto y el Bajo Egipto).
El reciente descubrimiento de que las tres pirámides de la llanura de Gizeh – Keops, Kefrén y Micerinos– siguen la misma alineación que las tres estrellas del «cinturón de Orión» aumenta nuestro asombro, ya que subraya la insistencia de los antiguos en proyectar el cielo en la Tierra, y viceversa. ¿Se trataba acaso de una especie de trampolín que permitiera al alma del faraón llegar a las estrellas? ¡Lo cierto es que el arte cinematográfico contemporáneo no se ha resistido a plasmar esta ficción en la película Star Gate! ¿Seguirán frecuentando nuestra imaginación estas grandes civilizaciones desaparecidas?
¿Cómo esperar evocar estas civilizaciones, convertidas en mortales – según la palabra utilizada por Paul Valéry–, sin esforzarse en penetrar en sus preocupaciones religiosas? El gran historiador hermeneuta Mircea Eliade[1] tenía razón al afirmar que «se podría decir que, desde el Neolítico hasta la Edad de Hierro, la historia de las ideas y de las creencias religiosas se confunde con la historia de la civilización. Cada descubrimiento tecnológico, cada innovación económica y social es, según parece, “redoblada” por un significado y un valor religioso…».
La civilización mesopotámica
(en el comienzo de la historia propiamente dicha)
Situada entre los dos ríos procedentes de Armenia, el Tigris y el Eufrates, que permiten la irrigación de esta extensa llanura, Mesopotamia fue calificada justamente como «medialuna fértil».[2]
Y es esta región del mundo, «bendecida por los dioses», la que se considera cuna de todas las civilizaciones. Efectivamente, según la mayoría de especialistas, como recogió el orientalista Samuel Noah Kramer en su famosa obra L’Histoire commence à Sumer[3] –al menos la de los sistemas religiosos elaborados–, numerosas tablillas de arcilla escritas con signos cuneiformes atestiguan la existencia de la primera escritura conocida,[4] manifestación de una forma civilizadora avanzada.
Cabe distinguir, además, tres grandes civilizaciones implantadas entre estos dos ríos: la civilización babilónica, que se vincula notablemente al curso del Eufrates; la civilización asiria, que se asocia sobre todo al Tigris, y la civilización de Sumer, que guardaba relación particularmente con el sur de esta privilegiada región arrancada al desierto.[5]
Así pues, los mesopotámicos, maestros antiguos en el arte de levantar diques para contener las inundaciones, como también de crear numerosos canales para dirigir el agua hacia el interior de las tierras, podían disponer de cultivos importantes (trigo, sésamo, mijo…).[6] Los acadios, de origen semítico, se establecerían en el lugar más tarde, hacia el iii milenio a. de C.
La civilización calificada de sumeria – en la acepción más amplia del término– fue probablemente introducida por la civilización neolítica, llamada de Obeid, que, tras la desaparición de la cultura halafiana (hacia el
1
Mircea Eliade, Histoire des croyances et des idées religieuses, t. 1, ed. Payot, París (edición en castellano: Historia de las creencias religiosas, Ediciones Cristiandad, Madrid, 2004).
2
Calificativo utilizado al menos para hacer referencia a esta región que se extiende a lo largo del Eufrates y hasta la Siria del norte.
3
Consultar en este sentido el resto de obras o estudios de S. N. Kramer,
4
Pensemos en el famoso
5
Debe apuntarse también el término
6
Herodoto afirmó en su época, con relación a la Caldea que él visitó: «No diré hasta qué altura llegan el sésamo y el mijo, porque sé perfectamente que quienes no han estado en el país de Babilonia no me creerían».