Rebaños. Stephen Goldin

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Rebaños - Stephen  Goldin

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      Maschen cerró el informe, los ojos y apretó sus nudillos contra sus párpados. No podía tratarse simplemente de un secuestro y asesinato, ¿no? Parecía tratarse de una venganza psicópata, la que atrae a los medios. Releyó la descripción del cuerpo y sintió cierto escalofrío. Había visto todo tipo de situaciones salvajes en sus treinta y siete años de trabajo en la policía, pero nunca había visto algo así. No pensaba que se tratara de un caso cualquiera. Tenía que ir hasta el lugar de los hechos y ver el cuerpo por si mismo.

      Pero sabía que tenía que ir. En un caso como aquel, con toneladas de publicidad —y con Stoneham mirándole por encima de los hombres— tenía que investigar personalmente. El condado de San Marcos no era lo suficientemente grande para poder permitirse, o requerir, de una unidad de homicidios a tiempo completo.

      Pulsó el botón del intercomunicador.

      —¿Tom?

      —¿Sí, señor?

      —Llama a Acker— tomó aire y se levantó de la silla. Tenía que reprimir sus bostezos mientras salía por la puerta y bajaba por las escaleras hasta recepción.

      —Lo tengo en línea, señor” —dijo el joven subjefe mientras sostenía el micrófono al sheriff.

      —Gracias— tomó el micrófono y pulsó el botón de transmisión.

      —Ven.

      —Soy Acker, señor. Todavía estoy en la cabina de Stoneham. El señor Stoneham ha regresado a su casa en San Marcos para intentar dormir algo. Tengo su dirección.

      —No importa, Harry. Ya lo tengo en algún lado en mis ficheros. ¿Hay avances en la investigación desde que hiciste el primer informe?

      —He comprobado el lugar alrededor de la cabaña en búsqueda de posibles huellas, pero no he tenido suerte, señor. No ha llovido en meses, lo sabe, y la tierra aquí está muy dura y seca. Gran parte del lugar está cubierto por rocas con una fina capa de arena y grava. No fui capaz de encontrar nada.

      —¿Y los coches? ¿Había huellas de neumático?

      —El coche de la señora Stoneham estaba aparcado junto a la cabaña. Hay dos pares de huellas, unas del coche de Stoneham y otras del mio. Pero el asesino no pudo llegar en coche. Existen varios lugares a cierta distancia que se pueden hacer a pie.

      —Alguien tenía que conocer bien el camino, pero, ¿no cree que se hubieran perdido en la oscuridad?

      —Seguramente, señor.

      —Harry, que quede entre nosotros, ¿cómo lo ves?

      Permaneció en silencio durante un instante.

      —Bueno, siendo franco, señor, esto es lo más repugnante que he visto nunca. Casi vomito cuando vi lo que le hicieron a esa pobre mujer. No puede haber razón alguna por la que el asesino hizo eso. Creo que estamos ante un lunático, uno de los peligrosos.

      —Muy bien, Harry —dijo Maschen calmado— Espera aquí. Voy reunirme con Simpson y luego volveré contigo. Fuera.

      Apagó la radio y devolvió el micrófono a Whitmore.

      Simpson era el subjefe mejor entrenado en aspectos científicos de criminología. Cuando ocurría un caso más complejo de lo común, el departamento intentaba confiar en el más que otros de sus miembros. Por norma general, Simpson no entraba a trabajar hasta las diez, pero Maschen lo llamó de urgencia, informándole de lo urgente que era la situación, y que lo iría a buscar. Tomó el kit de huellas dactilares del subjefe y una cámara y las puso en su coche, para luego conducir hasta donde estaba Simpson.

      El subjefe estaba esperándolo en el porche de casa. Juntos, él y el sheriff, condujeron hasta la cabaña de Stoneham. Poco se habló durante el viaje; Simpson era un hombre delgado y muy tranquilo que normalmente se lo guardaba todo para él, mientras que el sheriff tenía más que suficiente en pensar en los diferentes aspectos del crimen.

      Cuando llegaron, Maschen dejó irse a Acker diciéndole que se fuera a casa y que intentara dormir. Simpson se puso manos a la obra, primero fotografiando la habitación y el cuerpo desde todos los ángulos, y luego recogiendo pequeños trozos de objetos en pequeñas bolsas de plástico para al final espolvorear la habitación en búsqueda de huellas dactilares. Maschen llamó a una ambulancia, se sentó y observó el trabajo del subjefe. En cierta manera, se sentía inútil.

      Simpson era el que estaba más entrenado para el trabajo, y era poco lo que el sheriff podía añadir a la destreza del subjefe. Quizás, pensó Maschen vehementemente, después de todo este tiempo he descubierto que estoy destinado a ser un burócrata y no un policía. Aquel no podía ser un comentario más triste.

      Simpson terminó su trabajo justo cuando llegaba la ambulancia. Cuando el cuerpo de la señora Stoneham fue llevado a la morgue, Machen siguió buscando en la cabaña hasta que regresó a la ciudad con Simpson. Eran casi las ocho y media, y el estómago de Maschen empezaba a recordarle que todo lo que había tomado para desayunar solamente era una taza de café.

      —¿Qué piensas sobre el asesinato? —preguntó el frío Simpson.

      —No es corriente.

      —Bueno, eso es algo obvio. Nadie normal... espera... ningún asesino corriente hubiera destrozado un cuerpo de esa forma.

      —No es lo que quiero decir. El asesino es alguien ingenuo.

      —¿Qué quieres decir?

      —El asesino mató la mujer primero, y luego, la ató.

      Maschen apartó la mirada de la carretera durante un momento.

      —¿Cómo sabes eso?

      —No había ningún corte profundo mientras las manos estaban atadas, y aquellas cuerdas estaban fuertemente atadas. Por lo tanto, el corazón paró de bombear sangre antes de ser atada. Además, fue asesinada antes de aquellos cortes en su cuerpo, si no, habría salido mucho más sangre.

      —En otras palabras, no estamos antes el típico sádico que ata a una mujer, la tortura y luego la asesina. ¿Estás diciendo que ese hombre primero la mato, y luego la ató para desmembrarla?

      —Sí.

      —Pero eso no tiene ningún sentido.

      —Es por eso que dije que no es usual.

      Permanecieron en silencio el resto del trayecto, cada uno de ellos pensando a su manera sobre las circunstancias extrañas de aquel caso.

      Cuando llegaron a la oficina, Simpson se dirigió al pequeño laboratorio para analizar las pruebas. Maschen subió por las escaleras hasta su despacho cuando Carroll, su secretaria, salió hasta el pasillo.

      —Cuidado —susurró— hay un grupo de periodistas esperando para asaltarte.

      Qué rápido han venido los buitres, dijo Maschen. Me preguntó si cada uno ha avisado al otro, o si pueden oler la muerte y el sensacionalismo desde lejos. No esperaba encontrarse con ellos tan pronto, por lo que no tenía nada preparado para decirles. Su estómago le recordaba que no todavía no había comido nada sólido desde hace catorce

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