Rebaños. Stephen Goldin
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—No, creo que te gustaría, ¿verdad? No dejaré que ocurra, no a mi. Tengo cosas demasiadas importantes para hacer.
Una sorprendente calma se estableció en su mente haciéndole ver de manera clara lo que había echo. Destrozó el todavía humeante cigarrillo que su esposa había dejado caer. Luego fue hasta el estante de los utensilios y tomó un cuchillo enrollando su pañuelo sobre el mango a fin de no dejar huellas. Salió y cortó un trozo grande de cuerda de tender. De vuelta a la cabaña, ató las manos de su esposa por detrás doblando su cuerpo para poder atar sus pies a su cuello.
Tomando el cuchillo de nuevo, procedió a realizar un corte limpio sobre el cuello de Stella. Sangre goteó poco más de unas pocas gotas por tener ya su corazón sin bombear.
Dio hachazos a sus pechos creando una obscena masacre en su vestido a la altura de su entrepierna. Por si no hubiera sido suficiente, siguió su trabajo en el abdomen de ella, cara y brazos. Le sacó los ojos e intentó cortarle la nariz, pero era demasiado dura para su cuchillo.
A continuación, hundió el cuchillo en la sangre y escribió con él “Muerte a los cerdos” en una de las paredes. Como acto final, cortó el cordón telefónico de un solo golpe. A continuación, dejó el cuchillo en el suelo junto al cuerpo a la vez que recogía la nota que ella le había escrito sobre su intención de divorciarse. Se la colocó en el bolsillo de sus pantalones.
Permaneció de pie observándola una vez más. Sus manos y su ropa estaban literalmente untados con sangre. Pensaba que no lo haría nunca. Tenía que deshacerse de ello de alguna manera.
Limpio sus manos a consciencia en el fregadero hasta que logró sacar todo rastro de sangre.
Miró alrededor de la habitación y encontró algo que le hizo recobrar el aliento: una pequeña caja de cerillas sobre la mesa que había junto al cenicero. Lo cogió, pensando que sería de locos dejar una pista como aquella para que la policía. Colocó la caja de cerillas con cuidado en su bolsillo.
Luego fue donde había dejado su maleta y saco ropa limpia de ella. Rápidamente se cambió, pensando que debería enterrar su ropa vieja en algún lugar a una milla o más de allí para que no la encontraran. Entonces regresaría a la cabaña y haría ver haber encontrado el cuerpo. Ya que el cable del teléfono estaba cortado, tendría que conducir hasta algún lugar para llamar a la policía. El vecino más cercano con teléfono estaba a dos millas de ahí.
Stoneham examinó su trabajo. La sangre estaba embadurnando todo el suelo y parte de los muebles, el cuerpo estaba desmembrado de una horripilante manera, y el mensaje estaba escrito en la pared. Aquella era una escena parecida a una pesadilla surrealista. Ningún asesino hubiera realizado tal carnicería como aquella. Toda la comuna se sentiría culpable, quizás Polaski también. Eso serviría para dos propósitos: cubrir su culpabilidad y quitarse de encima de una vez por todas de aquellos jodidos hippies de San Marcos.
Había una pala dentro de una pequeña caja de herramientas fuera de la cabaña. Stoneham la cogió y caminó hacia el bosque para enterrar su ropa. Puesto que no había llovido durante meses, la tierra estaba seca y compacta; no dejó huellas algunas mientras andaba.
* * *
No le llevó mucho tiempo a la criatura grande matar a la pequeña. Pero tras hacerlo, el asesino parecía no poder hacer nada por culpa de sus acciones. Cautelosamente, Garnna accedió a la mente del asesino. Sus pensamientos eran un batiburrillo de confusión. Todavía quedaban trazos de ira, pero parecían ir desvaneciéndose lentamente. Otros sentimientos iban creciendo. Culpabilidad, pena, miedo al castigo; estas eran todas las cosas que Garnna conocía bien. Profundizó un poco más en su mente y supo que la criatura muerta pertenecía al mismo subgrupo que la superviviente; de hecho, era su pareja.
El horror de Garnna en este punto era tan fuerte que le provocó desconectar de su mente. Por sus capacidades intelectuales podría aceptar la idea de asesinar, incluso la de su propia pareja. Pero emocionalmente el shock de la experiencia en primera persona provocó que su mente se estremeciera.
Permaneció allí durante minutos, esperando que pasara tanto el shock como el disgusto. Al final, su entrenamiento le puso los pies en la tierra y empezó a observar de nuevo los alrededores. La gran criatura estaba dando machetazos al cuerpo de la criatura pequeña con un cuchillo. ¿Qué tipo de costumbre horrible era aquella? Si era habitual, aquellos omnívoros deberían ser evaluados de nuevo por tal potencial. Incluso los carnívoros que Garnna había observado no se comportaban de una forma tan obscena.
Necesitó todo su autocontrol para poder entrar en contacto con el cerebro del extraterrestre una vez más. Lo que vio lo confundió y perturbó. Por primera vez, había sido testigo en directo de un plan individual para llevar a cabo una acción que lo llevaría directamente hacia el dios de aquel Rebaño. Había culpabilidad y vergüenza en su mente, lo que le llevó a Garnna a creer que aquel asesinato estaba lejos de una práctica común. El instinto de rebaño todavía funcionaba, pero estaba bastante reprimido.
E ignorarlo todo era el miedo al castigo. La criatura sabía que lo que había echo estaba mal, y aquella serie de horribles acciones eran un intento de evasión, algo que Garnna no podía decir, del castigo que llegaría de forma natural.
Era una situación nueva. Nunca antes, según recordaba Garnna, un Explorador había terminado envuelto en una situación individual a este extremo. Lo que siempre había importado era el conjunto. Pero quizás había ganado algunas percepciones observando como se desarrollaba aquella situación. Incluso cuando pensaba en ello, “escuchaba” una campana sonar en su mente. Aquel aviso fue el primero durante la Exploración antes de terminar. Deberían quedar algo más de seis minutos y tendría que volver a casa. Decidió quedarse y contemplar la escena, aunque nunca pensó que terminara ocurriendo lo que ocurrió.
Sondeó un poco más a fondo la mente del extraterrestre y fue testigo de su engaño. La criatura estaba intentando evitar su remordimiento echándole la culpa del crimen a algún inocente. Si el crimen original había sido espantoso para Garnna, todo aquello era innombrable. Había una cosa que dejaba a la pasión entre tanta violación de las normas del Rebaño, pero resultó ser otro engaño más que perjudicaría a cualquiera. La criatura no solamente sobreponía su bienestar por encima del Rebaño, sino que también por encima de otros individuos.
Garnna no podía seguir manteniéndose neutral y despreocupado. Aquella criatura tenía que ser alguien anormal. Incluso aceptando ciertas diferencias en nuestras costumbres, ninguna sociedad aguantaría mucho si aquello fuera la norma. Caería en pedazos debido a tanto odio y desconfianza mutua.
La criatura ya había abandonado la cabaña, y caminaba despacio entre los árboles. Garnna lo siguió. La criatura llevaba consigo la ropa que había llevado puesta dentro de la habitación, sí como la herramienta de fuera la cabaña. Cuando se había alejado una milla del edificio, soltó la ropa y empezó a usar aquella herramienta para cavar un agujero. Cuando este fue lo suficientemente profundo, el extraterrestre enterró la ropa vieja y la tapó de nuevo, sacudiéndose el polvo con cuidado para no levantar sospechas.
Garnna capto imágenes de la mente de la criatura. Había satisfacción por haberlo terminado con éxito. También había un alivio del miedo desde que había evitado el castigo. Y una sensación de triunfo por haber derrotado o quizás haber sido más listo que el Rebaño. Este último sentimiento hizo temblar a Garnna. ¿Qué tipo de criatura era aquella que se revelaba al resto de su Rebaño causando tal daño? Era algo malo para los estandartes, lo tenía que ser. Algo había que hacer para que aquel ser fuera descubierto. Pero...
La segunda alarma sonó dentro de