Al lado . Блейк Пирс
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Pero la respuesta era sencilla. Porque era su hermana. Llevaba unos cuantos años sola y triste y, aunque sonora ridículo, Danielle la necesitaba.
Vio un destello de las dos sentadas en las escaleras de apartamentos en su mente.
—Sabías que eventualmente me comunicaría con ella —dijo Chloe—. No puedo seguir excluyéndola de mi vida ahora que vivimos en el mismo pueblo.
Steven asintió, se acercó a ella y le dijo: —Lo sé, lo sé. Pero un hombre puede soñar.
Ella sabía que el comentario debía molestarle, pero solo era en broma. Al menos estaba cediendo, no queriendo que una discusión sobre su hermana arruinara su día de mudanza.
—Tal vez salir y socializar sería bueno para ella —dijo Chloe—. Creo que podría ayudarla mucho. Simplemente quiero ser parte de su vida.
Steven sabía la historia compleja de ambas. Y aunque Chloe sabía que Danielle no le caía muy bien, siempre la había apoyado y entendido su preocupación por su hermana.
—Entonces haz lo que creas que es mejor para ella —dijo Steven—. Y a lo que cuelgues con ella, ven a ayudarme a armar la cama. Quiero tenerla lista para más tarde.
—¿Sí? ¿Para qué?
—Esta mudanza me tiene agotado. Me voy a quedar bien dormido.
Ambos se echaron a reír y luego encontraron su camino a los brazos del otro. Se dieron un beso que sugería que tal vez su primera noche en su nuevo hogar sí le daría un buen uso a su cama. Pero por ahora, tenían montones de cajas por desempacar.
Y también tenía que llamar a su hermana, lo cual podría ser incómodo.
Solo pensar en eso la hacía sentirse alegre, pero también ansiosa.
Aunque era su hermana gemela, Chloe nunca sabía qué esperar de Danielle. Y debido a que Danielle estaba de regreso en Pinecrest, Chloe estaba bastante segura de que no estaba nada bien.
CAPÍTULO DOS
Danielle Fine se metió una píldora de cafeína en la boca, se la tragó con un trago caliente de una Coca-Cola sin gas y luego abrió el cajón donde guardaba su ropa interior.
Danielle pensó en Martin. Llevaban seis semanas saliendo. Y aunque habían decidido que se tomarían las cosas con calma, Danielle había perdido la paciencia. Había decidido que se le montaría encima esta noche. Detenerse en segunda base cada vez que se veían la hacía sentirse como una adolescente estúpida que no sabía lo que estaba haciendo.
Y ella sí que sabía lo que estaba haciendo. Y estaba bastante segura de que Martin también. Sin embargo, eso lo sabría a ciencia cierta esta noche.
Danielle terminó seleccionando unas bragas con encaje que se veían sexy. Pensó en qué sostén ponerse, pero luego decidió no usar ninguno en absoluto. Ella y Martin no se vestían muy formal y, además, ella no tenía mucho busto. Ningún sostén le sería de mucha ayuda. Además, Martin le había dicho que le gustaba cómo se le veían las tetas sin sostén.
Hoy se verían temprano para cenar antes de entrar al cine a las 6:30. El mero hecho de que iban a cenar y luego al cine en lugar de tomarse unos tragos y luego regresar a su casa para besarse era un punto a su favor. Se preguntó si Martin era el tipo de hombre al que le gustaba sentirse que estaba siendo un caballero.
«Llevas seis semanas con el tipo… ya deberías saber ese tipo de cosas», pensó mientras se ponía las bragas.
Se vistió frente al espejo de cuerpo entero en la pared de su dormitorio. Se probó algunas camisetas antes de decidirse por una camiseta negra apretada y unos jeans muy básicos. Ella no era el tipo de chica que tenía un montón de faldas o vestidos en su clóset. En las mañanas, normalmente se ponía lo primero que encontraba. Sabía que había sido bendecida con el atractivo de su madre y, como también tenía un cutis hermoso, por lo general tampoco usaba mucho maquillaje. Su pelo negro teñido y ojos marrones intensos la hacían verse aún más bonita. En un abrir y cerrar de ojos, podía pasar de ser inocente y dulce a sexy. Esa era una de las razones por las que nunca le habían preocupado sus tetas pequeñas.
Luego de echarse un vistazo en el espejo y ver la misma figura, rostro y camiseta de adolescente, Danielle estaba lista para su salida con Martin. A Martin le gustaba pasar el rato en garajes y pistas de carreteras. Le había dicho que había participado en boxeo amateur hace un tiempo. Ella le había creído porque tenía cuerpo de boxeador (otra razón por la que estaba perdiendo la paciencia) y actualmente trabajaba como especialista en TI independiente. Pero, como ella, no se tomaba la vida demasiado en serio y disfrutaba de beber mucho. Hasta el momento, parecían la pareja perfecta.
Pero seis semanas sin sexo… ya no aguantaba. Se sentía muy presionada. ¿Y si le decía que no? ¿Y si realmente quería seguir yendo despacio y ella simplemente no podía esperar más?
Con un suspiro, se fue a la nevera. Para calmar sus nervios, agarró una cerveza de la nevera, la destapó y tomó un trago. Cayó en cuenta de que estaba mezclando cafeína con alcohol, pero no le importó mucho. Ciertamente había sometido su cuerpo a cosas peores.
Su teléfono sonó. «Si está llamando para cancelar nuestra cita, lo mato», pensó.
Cuando vio que no era su nombre en la pantalla, se relajó. Sin embargo, cuando vio que su hermana era la que estaba llamando, sus hombros se cayeron. Sabía que debía contestarle. Si no lo hacía, Chloe la llamaría otra vez en quince minutos. Persistencia era una de las pocas cosas que tenían en común.
Ella contestó la llamada, no molestándose en saludar como de costumbre. —Bienvenida de nuevo a Pinecrest —dijo Danielle en un tonó monótono—. ¿Ya estás bien mudada?
—Depende de si me lo estás preguntando a mí o a todas estas cajas empacadas —respondió Chloe.
—¿Cuándo llegaste? —preguntó Danielle.
—Esta mañana. Ya bajamos todo del camión. Estamos desempacando todo poco a poco para luego poner todo en su lugar.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó Danielle.
El breve silencio al otro lado de la línea sugirió que Chloe no había estado esperando este tipo de generosidad. A decir verdad, Danielle solamente se había ofrecido porque sabía que Chloe no le diría que sí. O, más bien, Steven no querría que Chloe aceptara su oferta.
—Creo que no, pero gracias. Ojalá se me hubiese ocurrido llamarte cuando estábamos bajando todas las malditas cajas.
—De ser así, tal vez no me habría ofrecido —dijo Danielle con sarcasmo.
—En fin… Mira, ¿recuerdas a Kathleen Saunders de la escuela secundaria?
—Un poco —dijo Danielle, el nombre trayendo a su mente un rostro adolescente brillante y sonriente.
—Resulta que vive en mi vecindario.