Agente Cero . Джек Марс

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Agente Cero  - Джек Марс La Serie de Suspenso De Espías del Agente Cero

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el interruptor de un hombre muerto como un mecanismo a prueba de fallos.

      El sudor goteaba por su frente. ¿En serio voy a hacer esto?

      Nuevas visiones destellaron por su mente — fabricantes de bombas afganos perdieron dedos y miembros enteros por incendiarios mal construidos. Edificios que se llenan de humo por un mal movimiento, un solo cable mal conectado.

      ¿Qué opción tienes? Es esto o recibir un disparo.

      El interruptor de hombre muerto era un pequeño rectángulo verde del tamaño de una navaja de bolsillo con una palanca a un lado. Lo cogió con la mano izquierda y contuvo la respiración.

      Luego lo apretó.

      Nada pasó. Era una buena señal.

      Se aseguró de mantener la palanca cerrada en su puño (liberarla detonaría la bomba inmediatamente) y colocó el contador de la maleta en veinte minutos — él no necesitaría tanto después de todo. Luego cogió la AK con su mano derecha y se largó de ahí.

      Se estremeció; la puerta de seguridad chillaba en sus bisagras mientras la abría. Saltó a la oscuridad con la AK levantada. No había nadie allí, no detrás del edificio, pero ciertamente habían oído el chillido revelador de la puerta.

      Su garganta estaba seca y su corazón aún latía como un timbal, pero se mantuvo de espaldas a la fachada de acero y cuidadosamente facilitó su camino hacia la esquina del edificio. Su mano estaba sudando, agarrando el interruptor de hombre muerto con un agarre de muerte. Si lo soltaba ahora, seguramente estaría muerto en un instante. La cantidad de C4 empacada en esa bomba volaría las paredes del edificio y lo aplastaría, si no fuera incinerado primero.

      Ayer mi mayor problema era mantener la atención de mis estudiantes por noventa minutos. Hoy estaba arriesgándose con la palanca de una bomba mientras trataba de eludir terroristas Rusos.

      Concéntrate. Alcanzó la esquina del edificio y echó un vistazo alrededor, pegándose a las sombras lo mejor que pudo. Había una silueta de un hombre, una pistola en su mano, de pie como centinela en la fachada este.

      Reid se aseguró de que tenía un agarre sólido en el interruptor. Puedes hacer esto. Entonces, salió a plena vista. El hombre se volteó rápidamente y comenzó a levantar su pistola.

      “Oye”, dijo Reid. Él levantó su propia mano — no la que sostenía la pistola, sino la otra. “¿Sabes lo que es esto?”

      El hombre se detuvo y ladeó su cabeza ligeramente. Luego sus ojos se ensancharon con tanto miedo que Reid podía ver el blanco de ellos a la luz de la luna. “Un interruptor”, murmuró el hombre. Su mirada se movía del interruptor al edificio y viceversa, pareciendo llegar a la misma conclusión que Reid ya tenía — si soltaba esa palanca, ambos estarían muertos en un latido.

      El fabricante de bombas abandonó su plan de dispararle a Reid, y en cambio corrió hacia el frente del edificio. Reid lo siguió apresuradamente. Escuchó gritos en Árabe —“¡Un interruptor! ¡Tiene el interruptor!”

      Bordeó la esquina del frente de la instalación con la AK apuntada hacia adelante, la culata descansaba en su hombro, y su otra mano sostenía el interruptor de hombre muerto en alto sobre su cabeza. El fabricador de bombas no se detuvo; seguía corriendo, subiendo por el camino de grava que se alejaba del edificio y gritándose a sí mismo con voz ronca. Los otros dos fabricantes de bombas estaban reunidos cerca de la puerta principal, aparentemente listos para entrar y acabar con Reid. Se quedaron desconcertados cuando él llegó a la vuelta de la esquina.

      Reid rápidamente inspeccionó la escena. Los otros dos hombres tenían pistolas — unas Sig Sauer p365, capacidad de trece balas con empuñaduras totalmente extendidas — pero ninguno le apuntó. Como había presumido, Otets había escapado a través de la puerta principal y estaba, en ese momento, a medio camino del todoterreno, cojeando mientras sostenía su pierda herida y apoyado a un hombro con un hombre corto y corpulento con una gorra negra — el conductor, asumió Reid.

      “Armas al suelo”, ordenó Reid, “o lo volaré”

      Los fabricantes de bombas colocaron cuidadosamente sus armas en el suelo. Reid pudo escuchar gritos en la distancia, más voces. Habían otros viniendo desde la dirección de la antigua casa. Probablemente la mujer Rusa les había avisado.

      “Corran”, él les dijo. “Vayan y díganles lo que está a punto de pasar”.

      No hubo que decírselo a los hombres dos veces. Ellos rompieron en una carrera rápida en la misma dirección en la que su cohorte acababa de irse.

      Reid volteó su atención al conductor, quién ayudaba al cojo Otets. “¡Detente!” él rugió.

      “¡No lo hagas!” gritó Otets en Ruso.

      El conductor vaciló. Reid soltó la AK y sacó la Glock del bolsillo de su chaquete. Ellos habían llegado a poco más que la mitad del camino hacia el auto — cerca de veinticinco yardas. Fácil.

      Se acercó unos pasos más y gritó: “Antes de hoy, creía que nunca había disparado un arma. Pues resulta que soy muy buen tirador”.

      El conductor era un hombre sensible — o quizás un cobarde, o incluso ambos. Él liberó a Otets, dejando caer a su jefe sin contemplaciones en la grava.

      “Las llaves”, ordenó Reid. “Suéltalas”.

      Las manos del conductor temblaron mientras sacaba las llaves del todoterreno del interior del bolsillo de su chaqueta. Las tiró a sus propios pies.

      Reid hizo un gesto con el cañón de su pistola. “Vete”.

      El conductor corrió. La gorra negra cayó de su cabeza pero no lo prestó atención.

      “¡Cobarde!” escupió Otets en Ruso.

      Reid recuperó las llaves primero y luego se paró sobre Otets. Las voces en la distancia se hacían más cercanas. La casa estaba a media milla de distancia; a la mujer Rusa le habría llevado unos cuatro minutos llegar a pie, y luego otros pocos minutos para que los hombres bajaran hasta aquí. Se dio cuenta de que tenía menos de dos minutos.

      “Levántate”.

      Otets escupió sus zapatos en respuesta.

      “Hazlo a tu manera”, Reid guardó la Glock, agarró a Otets por la parte trasera de su chaqueta de traje y lo arrastró hacia el todoterreno. El Ruso lloró de dolor mientras su pierda disparada se arrastraba por la grava.

      “Entra”, ordenó Reid, “o te dispararé en la otra pierna”.

      Otets refunfuño en voz baja, siseando a través del dolor, pero se subió al auto. Reid cerró la puerta de un portazo, dio la vuelta rápidamente y se puso al volante. Su mano izquierda aún sostenía el interruptor de hombre muerto.

      Encendió de golpe el todoterreno y aceleró. Las llantas giraron, levantando la grava y la tierra detrás de él, y luego el vehículo se lanzó hacia adelante con una sacudida. Tan pronto como volvió al estrecho camino de acceso, sonaron los disparos. Las balas golpearon el lado del pasajero con una serie de fuertes golpes. La ventana — justo a la derecha de la cabeza de Otets — se astillaba en una tela de araña de vidrio agrietado, pero se mantuvo.

      “¡Idiotas!”

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