Agente Cero . Джек Марс
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Agente Cero - Джек Марс страница 19
“Este es el mensajero de los Iraníes”, respondió Yuri. “Tiene la información que estamos buscando…”
“¿Lo trajiste aquí?” intervino el hombre. Su voz profunda se elevó a un rugido. “¡Se suponía que irías a Francia y te reunirías con los Iraníes, no arrastrar a ‘sus hombres’ hacia mí! ¡Estás comprometiendo todo con tu estupidez!” Hubo un fuerte chasquido — un sólido revés sobre una cara — y un jadeo de Yuri. “¡¿Debo escribir la descripción de tu trabajo en una bala para atravesarla en tu grueso cráneo?!”
“Otets, por favor…” balbuceó Yuri.
“¡No me llames así!” gritó el hombre ferozmente. Una pistola amartillada — una pistola pesada, por su sonido. “¡No me llames por ningún nombre en la presencia de este extraño!”
“¡No es ningún extraño!” gritó Yuri. “¡Él es el Agente Cero! ¡Te he traído a Kent Steele!”
CAPÍTULO SIETE
Kent Steele.
El silencio reinó por varios segundos que se sintieron como minutos. Cientos de visiones destellaron rápidamente a través de la mente de Reid como si estuviera siendo alimentada por una máquina. Servicio Nacional Clandestino, División de Actividades Especiales, Grupo de Operaciones Especiales. Operaciones de Psicoanálisis.
Agente Cero.
Si eres expuesto, estás muerto.
Nunca hablamos. Nunca.
Imposible.
Sus dedos temblaban de nuevo.
Era simplemente imposible. Cosas como los borrados de memoria o implantes o supresores eran materia de teorías de conspiración y películas de Hollywood.
No importaba de todos modos. Ellos supieron todo el tiempo quién era él — desde el bar hasta el paseo en carro y todo el camino hasta Bélgica, Yuri sabía que Reid no era quien decía que era. Ahora estaba cegado y atrapado detrás de una puerta de acero con al menos cuatro hombres armados. Nadie más sabía dónde estaba o quién era. Un nudo pesado de miedo se formó en su estómago y amenazó con causarle nauseas.
“No”, dijo la voz del barítono lentamente. “No, estás equivocado. Estúpido Yuri. Este no es el hombre de la CIA. Si lo fuera, ¡no estarías parado aquí!”
“¡A menos que él viniera aquí a encontrarte!” contraatacó Yuri.
Dedos agarraron la venda y se la quitaron. Reid entrecerró los ojos ante la repentina rudeza de las luces fluorescentes del techo. Parpadeó ante la cara de un hombre de unos cincuenta, con cabello canoso, una barba tupida ceñida a la mejilla, y unos afilados y discernientes ojos. El hombre, probablemente Otets, llevaba un traje gris carbón, con los dos botones superiores de su camisa desabrochados y con vellos grises en el pecho que salían debajo de ella. Estaban parados en una oficina, con las paredes pintadas de rojo oscuro y adornadas con pinturas llamativas.
“Tú”, el hombre dijo en Inglés acentuado. “¿Quién eres?”
Reid tomó un respiro entrecortado y luchó con la urgencia de decirle al hombre que él simplemente ya no lo sabía. En cambio, con voz trémula, él dijo: “Mi nombre es Ben. Soy un mensajero. Trabajo con los Iraníes”.
Yuri, quien estaba de rodillas detrás de Otets, se levantó de un salto. “¡Él miente!” gritó el Serbio. “¡Sé que miente! ¡Él dice que los Iraníes lo enviaron, pero ellos nunca confiarían en un Estadounidense!” Yuri miró maliciosamente. Un delgado riachuelo de sangre brotó del rincón de su boca, dónde Otets lo había golpeado. “Pero sé más. Verás, le pregunté sobre Amad”. Él negó con la cabeza mientras enseñaba los dientes. “No hay ningún Amad entre ellos”.
Le pareció extraño a Reid que estos hombres parecían conocer a los Iraníes, pero no con quién trabajaban o a quién podrían enviar. Estaban ciertamente conectados de alguna manera, pero cuál podía ser esa conexión, él no tenía idea.
Otets murmuró maldiciones en Ruso en voz baja. Luego dijo en Inglés: “Le dices a Yuri que eres un mensajero. Yuri me dice que eres el hombre de la CIA. ¿A qué voy a creer? Ciertamente no te ves como imaginé que Cero se vería. Sin embargo, mi chico encargado idiota dice una verdad: Los Iraníes detestan a los Estadounidenses. Esto no se ve bien para ti. O me dices la verdad o te dispararé en tu rótula”. Levantó la pesada pistola — una Desert Eage TIG Series.
Reid perdió su aliento por un momento. Era un arma muy grande.
Cede, su mente le estimuló.
No estaba seguro de cómo hacer eso. No estaba seguro de que podría pasar si lo hiciera. La última vez que estos nuevos instintos tomaron el control, cuatro hombres terminaron muertos y él, literalmente, tenía sangre en sus manos. Pero no había salida de esto para él — eso es, para el Profesor Reid Lawson. Pero Kent Steel, quien sea que fuera, podría encontrar una manera. Quizás el no sabía quién era, pero no importaría mucho si no sobrevivía lo suficiente para averiguarlo.
Reid cerró sus ojos. Asintió una vez, con un consentimiento a la voz de su cabeza. Sus hombros se aflojaron y sus dedos dejaron de temblar.
“Estoy esperando”, dijo Otets bruscamente.
“No querrías dispararme”, dijo Reid. Él estaba sorprendido de escuchar su propia voz tan calmada y uniforme. “Un disparo a quemarropa de esa arma no me volaría la rodilla. Me rompería la pierna y me desangraría en el piso de esta oficina en segundos”.
Otets encogió un hombro. “¿Cómo es que les gusta decir a los Estadounidenses? No puedes hacer omelets sin…”
“Tengo la información que necesitas”, lo interrumpió Reid. “La localización del jeque. Lo que me dio. A quién se lo di. Sé todo acerca de su plan, y no soy el único”.
Las esquinas de la boca de Otets se curvaron en una sonrisa. “Agente Cero”.
“¡Te lo dije!” dijo Yuri. “Lo hice bien, ¿verdad?”
“Cállate”, rugió Otets. Yuri se encogió como un perro golpeado. “Llévatelo bajando las escaleras y obtén todo lo que sabe. Comienza removiendo sus dedos. No quiero perder tiempo”.
En cualquier día común, la amenaza de que le cortaran sus dedos habría enviado un choque de miedo a través de Reid. Sus músculos se tensaron por un momento, los pequeños vellos de su nuca se pusieron de punta — pero su nuevo instinto luchó contra él y lo forzó a relajarse. Espera, le dijo. Espera por una oportunidad…
El matón calvo asintió bruscamente y agarró de nuevo el brazo de Reid.
“¡Idiota!” Otets chasqueó. “¡Átalo primero! Yuri, ve al archivo de documentos. Debe haber algo allí”.