Héroe, Traidora, Hija . Морган Райс
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Incluso una parte de él deseaba hacerlo. Quizás incluso estarían a salvo si consiguieran llegar a Haylon. En Felldust verían las fuerzas que tenían, las defensas de su puerto y serían cautelosos antes de ir tras ellos.
Al menos durante un tiempo.
—Amigos —gritó, lo suficientemente alto para que pudieran oírlo todos los que estaban en el barco—. Ya veis la amenaza que nos espera y, sí, oigo a los hombres que quieren escapar.
Extendió las manos para silenciar el murmullo que hubo a continuación.
—Lo sé. Os oigo. He navegado con vosotros y no sois unos cobardes. No hay un hombre que pudiera decir que lo sois.
Pero si escapaban ahora, los llamarían cobardes. Akila lo sabía. Culparían a los guerreros de Haylon, a pesar de todo lo que habían hecho. Sin embargo, él no quería decirlo. No quería obligar a sus hombres a hacerlo.
—Yo también quiero escapar. Hemos hecho nuestra parte. Hemos derrotado al Imperio. Nos hemos ganado el derecho de volver a casa, en lugar de quedarnos aquí muriendo por las causas de otros.
Aquello era evidente. Al fin y al cabo, solo habían ido allí después de que Thanos se lo suplicara.
Hizo una señal de negación con la cabeza.
—Pero no lo haré. No huiré cuando eso signifique abandonar a la gente que confía en mí. No huiré cuando nos han dicho lo que sucederá con la gente de Delos. No huiré, porque ¿quiénes son ellos para decirme que huya?
Señaló con el dedo a la flota que iba avanzando y, a continuación, lo convirtió en el gesto más grosero que se le ocurrió en aquel momento. Al menos, aquello hizo reír a sus hombres. Bien, ahora mismo necesitaban todas las risas posibles.
—Lo cierto es que el mal es la causa de todos. ¡Si un hombre me dice que me arrodille o muera, le doy un puñetazo en la cara!” —Aquello les hizo reír más todavía—. Y no lo hago porque me haya amenazado. ¡Lo hago porque la clase de hombre que va diciendo a la gente que se arrodille necesita un puñetazo!
Aquello provocó otra ovación. Al parecer, Akila había acertado. Hizo un gesto hacia el lugar donde había un barco centinela, amarrado junto a su buque insignia.
—Allí abajo hay uno de los nuestros —dijo Akila—. Se lo llevaron a él y a su tripulación. Lo azotaron con el látigo hasta que la sangre le salía a borbotones. Lo azotaron en la rueda y le sacaron los ojos.
Akila esperó un instante hasta que captaron aquel horror.
—Lo hicieron porque pensaban que nos asustaría —dijo Akila—. Lo hicieron porque pensaban que escaparíamos más rápido. Yo digo que si un hombre hace daño de esta manera a uno de mis hermanos, ¡esto hace que me den ganas de liquidarlo como al perro que es!
Aquello provocó otra ovación.
—Pero no os lo ordenaré —dijo Akila—. Queréis ir a casa… bueno, nadie puede decir que no os lo hayáis ganado. Y cuando vengan por vosotros, quizás quedará alguien para ayudar—. Encogió los hombros a propósito. —Yo me quedaré. Si es necesario, me quedaré solo. Me quedaré en los muelles, y que vengan los de su ejército de uno en uno para que los liquide.
Entonces miró a su alrededor, miró fijamente a los hombres que conocía, a los hermanos de Haylon y a los esclavos liberados, a reclutas transformados en luchadores por la libertad y a hombres que probablemente habían empezado como poco más que degolladores.
Sabía que si pedía a estos hombres que lucharan con él, la mayoría de ellos probablemente moriría. Seguramente nunca volvería a ver las cascadas que se precipitaban a través de las colinas de Haylon. Probablemente moriría sin ni siquiera saber si lo que hizo fue suficiente para salvar a Delos o no. Una parte de él deseaba no haber conocido nunca a Thanos, o no haber sido arrastrado hasta esta rebelión más grande.
Aún así, tomó aire.
—¿Estaré solo, chicos? —preguntó—. ¿Tendré que abrirme camino entre ellos a puñetazos hasta el imbécil con la cabeza más pedregosa yo solo?
El rugido de “¡No!” resonó a través del agua. Esperaba que la flota enemiga lo oyera. Esperaba que lo oyeran y que estuvieran aterrorizados.
Los dioses sabían que él lo estaba.
—Bien entonces, chicos —vociferó Akila—, poneos a vuestros remos. ¡Tenemos una batalla que ganar!
Entonces vio que corrían hacia ellos y no pudo sentirse más orgulloso. Empezó a pensar, a dar órdenes. Había mensajes que enviar de vuelta al castillo, defensas que debían prepararse.
Akila ya podía escuchar el ruido de las campanas sonando en la ciudad a modo de aviso.
—¡Vosotros dos, subid las banderas de señal! ¡Scirrem, quiero barcas pequeñas y brea para los barcos de fuego en la boca del puerto! ¿Estoy hablando solo?
—Es muy posible —le respondió gritando el marinero—. Dicen que los locos lo hacen. Pero ya lo haré yo.
—¿Te das cuenta de que en un ejército de verdad te darían una paliza? —respondió bruscamente Akila, aunque sonriendo mientras lo hacía. Esta era la parte más rara cuando se está a punto de entrar en batalla. Ahora estaban muy cerca de una posible muerte y era el momento en el que Akila se sentía más vivo.
—Bueno, Akila —dijo el marinero—. Sabes que nunca han dejado entrar a los de nuestra calaña en un ejército de verdad.
Entonces Akila rio, y no solo porque aquello era probablemente cierto. ¿Cuántos generales podían decir que no solo tenían el respeto de sus hombres, sino verdadera camaradería? ¿Cuántos podían pedir a sus tropas que se lanzaran al peligro, no por lealtad, o miedo, o disciplina, sino porque se lo pedían ellos? Akila sentía que podía estar orgulloso de aquella parte, por lo menos.
El marinero salió pitando y a él le quedaban más órdenes que dar.
—Una vez esté despejado, tendremos que levantar la cadena del puerto —dijo.
A uno de los marineros jóvenes que estaban cerca de él aquello pareció preocuparle. Akila podía ver el miedo que allí había, a pesar de sus discursos. Pero era normal.
—Si levantamos la cadena, ¿no significa eso que no podemos retirarnos hacia el puerto? —preguntó el chico.
Akila asintió.
—Sí, pero ¿de qué serviría retirarse a una ciudad que está abierta al mar? Si fracasamos allí, ¿crees que la ciudad será un lugar seguro para esconderse?
Vio que el chico pensaba en ello, con toda seguridad, intentando adivinar dónde estaría más a salvo. O eso, o deseando no haberse unido nunca.
—Si quieres, puedes ser uno de los que ayudan a levantar las cadenas —le ofreció Akila—. Después dirígete a las catapultas. Necesitaremos gente buena para dispararlas.
El chico negó con la cabeza.