Héroe, Traidora, Hija . Морган Райс

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Héroe, Traidora, Hija  - Морган Райс De Coronas y Gloria

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el interminable polvo? ¿Por qué arrastrar a los esclavos de vuelta a una tierra condenada por las guerras de los Antiguos, cuando podías tomar también la tierra en la que estaban? ¿Y quién estaría allí para asegurarse de que se llevaba la parte más grande de esta nueva tierra?

      ¿Por qué atacar y marcharse cuando se podía eliminar lo que había allí y gobernar?

      Primero, sin embargo, había obstáculos que superar. Había una flota delante de la ciudad, si se le podía llamar así. Irrien se preguntaba si los barcos centinela que habían dejado ir ya habían regresado a casa. Si habían visto las cosas que les aguardaban. Puede que no sintiera el miedo de la batalla, pero sabía cómo avivarlo en los hombres más débiles.

      Se puso de pie para tener una mejor visión y para que aquellos que observaban desde la orilla pudieran ver quién estaba al mando de esto. Solo aquellos con la vista más aguda lo distinguirían, pero quería que comprendieran que esta era su guerra, su flota y, pronto, su ciudad.

      Sus ojos divisaron las preparaciones que los defensores estaban empezando a hacer. Los pequeños barcos que, sin duda alguna, pronto estarían en llamas. La forma en que la flota estaba formando grupos, dispuestos a hostigarlos. Las armas en los muelles, preparadas para ser disparadas contra ellos cuando se acercaran.

      —Vuestro comandante sabe lo que hace —dijo Irrien, arrastrando a su último preso hasta sus pies—. ¿Quién es?

      —Akila es el mejor general vivo —dijo el antiguo marinero y, después, miró a Irrien a los ojos—. Perdóneme, mi señor.

      Akila. Irrien había escuchado el nombre y había escuchado más de Lucio. Akila, quien había ayudado a liberar a Haylon del Imperio y resistir contra su flota. Quien se decía que luchaba con toda la astucia de un zorro, atacando y moviéndose por donde menos esperaban los rivales.

      —Siempre he valorado a los contrincantes fuertes —dijo Irrien—. Una espada necesita hierro para afilarse.

      Sacó su espada de su vaina de cuero negro como para ilustrar el comentario. La hoja era de un azul-negro con aceite, el filo era el de una cuchilla. Era el tipo de cosa que podría haber sido la herramienta de un verdugo para con otro hombre, pero él había aprendido su equilibrio y construido la fuerza para empuñarla bien. Tenía otras armas: cuchillos y alambres para estrangular, una espada curvada en forma de luna y un puñal sol con muchos pinchos. Pero esta era la que la gente conocía. No tenía nombre, pero solo porque Irrien creía que esas cosas eran estúpidas.

      Vio el miedo en el rostro de su nuevo esclavo al verla.

      —En los viejos tiempos, los sacerdotes ofrecían la vida de un esclavo antes de la batalla, con la esperanza de saciar la sed de muerte antes de que se posara sobre un general. Después, se cambió a ofrecer al esclavo a los dioses de la guerra, con la esperanza de que favorecieran a su bando. Arrodíllate.

      Irrien vio que el hombre lo hacía instintivamente, a pesar de su pánico. Quizás a causa de él.

      —Por favor —suplicó.

      Irrien le dio un puntapié, tan fuerte que el esclavo cayó sobre su barriga, sacando la cabeza por encima de la proa del barco.

      —Te dije que estuvieras callado. Quédate allí, y da gracias que no tengo nada que ver con los sacerdotes y sus estupideces. Si existen los dioses de la muerte, su sed no se puede apagar. Si existen los de la guerra, su favor va al hombre que tiene más tropas.

      Se giró hacia el resto de su barco. Alzó su espada con una mano y los esclavos que habían estado esperando sus órdenes se apresuraron a coger un cuerno. Cuando él hizo una señal con la cabeza, los cuernos resonaron una vez. Irrien vio que echaban las catapultas y las balistas hacia atrás y prendían fuego a sus cargas.

      Allí estaba él, oscuro contra la luz del sol, su piel bronceada y su ropa oscura lo convertían en una mancha de sombra ante la ciudad.

      —¡Os dije que vendríamos hasta Delos, y así lo hemos hecho! —exclamó—. ¡Os dije que tomaríamos la ciudad, y así lo hemos hecho!

      Esperó hasta que se apagó la ovación que le siguió.

      —A los vigilantes que les mandé de vuelta les di un mensaje, ¡y es el que pretendo cumplir! —Esta vez, Irrien no esperó—. Cada hombre, mujer y niño del Imperio ahora es un esclavo. Cualquiera que encontréis sin la marca de un maestro está allí para que lo cojáis y hagáis lo que vuestra fuerza os permita. Cualquiera que asegure que tiene propiedades os está mintiendo, y podéis tomarlo. Cualquiera que nos desobedezca debe ser castigado. Cualquiera que se nos resista está en rebelión, ¡y se le tratará sin misericordia!

      Irrien había aprendido que la misericordia era otro de aquellos chistes que a la gente le gustaba fingir que era real. ¿Por qué un hombre iba a perdonar la vida al enemigo, a menos que sacara algo de ello? El polvo enseñaba lecciones simples: Si eras débil, morías. Si eras fuerte, tomabas lo que podías del mundo.

      Ahora, Irrien tenía la intención de tomarlo todo.

      Lo más grande de todo aquello era lo vivo que se sentía ahora mismo. Había luchado hasta convertirse en la Primera Piedra, para darse cuenta después de que no había ningún lugar al que ir. Había sentido que se estancaba en la política de la ciudad, representando las riñas sin importancia de las demás piedras para divertirse. Pero esto… esto prometía ser mucho más.

      —¡Preparaos! —gritó a sus hombres—. Obedeced mis órdenes y triunfaremos. Fallad y seréis menos que tierra para mí.

      Volvió hacia el lugar donde todavía yacía el antiguo marinero, con la cabeza tendida sobre el borde del barco. Probablemente pensaba que era lo máximo a lo que podía llegar. Irrien había descubierto que ellos esperaban que las cosas no empeoraran, en lugar de ver el peligro y actuar.

      —Podrías haber muerto luchando —dijo, con su gran espada todavía levantada—. Podrías haber muerto como un hombre, en lugar de como un patético sacrificio.

      El hombre se giró y lo miró fijamente.

      —Dijiste… dijiste que no creías en eso.

      Irrien encogió los hombros.

      —Los sacerdotes son estúpidos, pero la gente cree sus estupideces. Si eso les inspirará a luchar con más fuerza, ¿quién soy yo para oponerme?

      Inmovilizó al esclavo con una bota, asegurándose de que todos los que estaban allí podían verlo. Quería que todos vieran el momento en el que empezaba su conquista.

      —Te entrego a la muerte —exclamó—. ¡A ti y a todos los que se levantan en nuestra contra!

      Bajó la espada y apuñaló en el pecho a aquella despreciable escoria, hasta clavársela en el corazón. Irrien no esperó. La levantó de nuevo y, por una vez, la espada de verdugo realizó su labor original. Atravesó el cuello del marinero esclavizado de forma limpia. Sin piedad, con orgullo, porque la Primera Piedra nunca tendría un arma con un filo que no fuera perfecto.

      Levantó la espada con el filo todavía ensangrentado.

      —¡Empezad!

      Sonaron los cuernos, el cielo se llenó de fuego cuando las catapultas lanzaron y los arqueros dispararon flechas hacia sus enemigos. Los barcos más pequeños avanzaban como serpientes hacia sus objetivos.

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