La Esfera de Kandra . Морган Райс
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу La Esfera de Kandra - Морган Райс страница 12
El chico pecoso y el chico regordete también se levantaron de golpe. parecían igual de atemorizados y hacían ruidos de susto. Chris se levantó de un salto de la silla. Pero no parecía asustado. Parecía furioso.
A lo largo de toda la mesa, otros estudiantes empezaron a girarse para ver de qué iba aquel escándalo. Cuando vieron que las bandejas se elevaban en el aire como por arte de magia, todos empezaron a sentir pánico.
Oliver subió las bandejas más, más y más. Después, cuando estaban más o menos a la altura de la cabeza, las inclinó.
Sus contenidos cayeron como la lluvia encima de las cabezas de los abusones.
«A ver cuánto os gusta estar cubiertos de porquería» —pensó Oliver.
El caos estalló en el comedor. Los chicos empezaron a chillar, corriendo por todas partes, empujándose los unos a los otros con prisas por llegar a la salida. Uno de los torturadores de Oliver –cubierto de puré de patata de pies a cabeza-resbaló con las judías que habían caído. Derrapó en el suelo e hizo tropezar a otro que estaba corriendo.
A través del caos, Oliver vio que Chris estaba en el otro extremo del comedor, con los ojos entrecerrados y clavados en Oliver. Se le puso la cara roja por la rabia. Hinchó toda su corpulencia para tener un aspecto más amenazador.
Pero Oliver no se sentía en absoluto amenazado. Ni en lo más mínimo.
—¡Tú! —vociferó Chris—. ¡Sé que eres tú! ¡Siempre lo has sido! Tienes poderes raros, ¿verdad? ¡Eres un friqui!
Fue a toda velocidad hacia Oliver.
Pero Oliver ya estaba dos pasos por delante. Lanzó sus poderes hacia fuera y cubrió el suelo bajo los pies de Chris con aceite espeso y resbaladizo. Chris empezó a bambolearse, después se tambaleó y, finalmente, patinó. No pudo mantener el equilibrio y cayó de culo. Patinó por el suelo, deslizándose a toda prisa hacia Oliver como si estuviera en un tobogán de agua.
Oliver abrió la puerta de salida de un empujón. Chris pasó deslizándose por delante de él y la atravesó, chillando todo el rato. Deslizándose, llegó al patio y siguió hacia delante, montado en el tobogán invisible de Oliver, hasta que desapareció a lo lejos.
—¡Adiós! —gritó Oliver, saludando con la mano.
Con suerte, esta sería la última vez que vería a Christopher Blue.
Cerró de un portazo las puertas y se dio la vuelta.
Con la cabeza en alto, Oliver se abrió paso a través del caótico comedor y anduvo con confianza por los pasillos del Campbell Junior High. Nunca se había sentido mejor. Nada podía superar esa sensación.
Cuando llegó a la salida, abrió de un empujón con ambas manos las dobles puertas principales. Una ráfaga de aire limpio y fresco le golpeó. Respiró profundamente, sintiéndose fortalecido.
Y entonces fue cuando la vio.
A pie de las escaleras y mirando hacia arriba había una figura solitaria. Con el pelo negro. Los ojos verde esmeralda.
Oliver no podía creerlo. El corazón le dio un brinco, de repente estaba latiendo a un kilómetro por segundo en su pecho. Su cerebro empezó a dar vueltas mientras desesperadamente intentaba entender cómo… por qué…
Empezaron a sudarle las manos. Se le secó la garganta. Un escalofrío de emoción le recorrió la espalda.
Pues allí delante de él había una visión de belleza.
Era nada más y nada menos que Ester Valentini.
CAPÍTULO SEIS
—¿Ester? —exclamó Oliver.
La cogió por los hombros, empapándose de la visión de cada trocito de ella. No podía creer lo que estaba viendo.
—Oliver —Se dibujó una sonrisa en la cara de Ester. Lo rodeó con sus brazos—. Te encontré.
Su voz era muy dulce, como la miel. Era como una canción para su oído. Oliver la abrazó con fuerza. Era maravilloso envolverla con sus brazos. Pensaba que nunca la volvería a ver.
Pero, inmediatamente, se apartó de ella, sobresaltado de repente.
—¿Por qué estás aquí?
Ester le lanzó una sonrisa pilla.
—En la escuela hay una máquina del tiempo. Escondido dentro del árbol del Kapok. Vi que había una X pequeña grabada allí y, como en todas las entradas que solo pueden usar los profesores hay una X, imaginé que eso significaba que allí dentro había una entrada. Así que cotilleé un poco, vi que algunos profesores desaparecían, y entendía que dentro debía de haber una máquina del tiempo. De uso estrictamente prohibido para los estudiantes, por supuesto.
Oliver negó con la cabeza. Estaba claro que la genialmente prodigiosa Ester Valentini encontraría una máquina del tiempo escondida. Pero nadie viajaría a través de una sin una muy buena razón, ¡en especial no a una línea de tiempo que no es la suya! Por lo que Oliver había aprendido en la Escuela de Videntes, pasar una cantidad significativa de tiempo en la línea temporal equivocada sobrecargaba mucho el tiempo. De hecho, él se había sentido muy raro al viajar a la suya.
Por no hablar del sacrificio. No había ninguna garantía de que volviera. A Oliver, dejar la Escuela de Videntes le había roto el corazón y solo lo había hecho para salvarle la vida a Armando. Así que algo debía de haber llevado a Ester hasta aquí. Una cruzada, quizás. Una misión. ¿Tal vez la escuela volvía a estar en peligro?
—¿No cómo? —dijo Oliver—. ¿¡Por qué!?
Para gran sorpresa de él, Ester hizo una sonrisa de satisfacción.
—Me prometiste una segunda cita.
Oliver se quedó parado, frunciendo el ceño.
—¿Quieres decir que viniste aquí por mí?
No podía comprenderlo. Ester podría no regresar. Podía estar atrapada para siempre en la línea de tiempo equivocada. ¿Y lo había hecho por él?
Se le sonrojaron las mejillas. Intentó ignorarlo, sintiéndose más tímida—. Pensé que necesitarías ayuda.
Aunque no podía entenderlo, Oliver estaba agradecido por el sacrificio que había hecho Ester. Puede que estuviera atrapada para siempre en al línea de tiempo equivocada y lo había hecho por él. Se preguntaba si eso significaba que lo quería. No se le ocurría otra razón por la que alguien pasara por eso.
El pensamiento le hizo sentir una calidez por todo el cuerpo. Cambió rápidamente de tema, pues de repente se sintió tímido y vergonzoso.
—¿Cómo te fue el viaje por el tiempo? —preguntó—. ¿Llegaste aquí sin ningún daño?
Ester se dio golpecitos en la barriga.
—Me encontré