El ocaso del antiguo régimen en los imperios ibéricos. Margarita Rodríguez
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El artículo de Gabriel Ramón desciende un poco más en las jerarquías de los gobiernos urbanos, para interrogarse sobre el impacto de las reformas borbónicas sobre los cargos relacionados con la gestión del abastecimiento de agua en Lima. A lo largo del siglo XVIII se llevaron a cabo varias reformas con el objetivo de mejorar las condiciones de salubridad de las ciudades coloniales y sus espacios públicos, pero también de homogenizarlas mediante la aplicación de nuevos sistemas de organización, recogidos en los reglamentos de policía o la creación de edificios que aglutinaban funciones antes dispersas, como el caso de los cementerios.
El sistema de abastecimiento de agua, compuesto por múltiples elementos repartidos por el tejido urbano que reflejaban las relaciones jerárquicas entre los diferentes grupos, no escapó a este espíritu reformista. En este proceso, las autoridades directamente relacionadas con la gestión del agua vieron modificados sus ámbitos de jurisdicción, especialmente los cargos superiores como el de juez de aguas. Sin embargo, los niveles inferiores de esta jerarquía, aparentemente menos importantes, pero estrechamente relacionados con el conocimiento real de la ciudad y de los diferentes puntos de distribución del agua, se vieron mucho menos afectados. El autor, a partir del plano topográfico de 1787, creado para obtener un conocimiento actualizado del tejido urbano y de las personas que se beneficiaban con conexiones hidráulicas, demuestra el poder real de esas autoridades subalternas que conocían esos entramados, como los fontaneros e incluso los esclavos que los ayudaban en sus tareas.
De esta forma, su artículo y el de Roberta Stumpf, llegando a conclusiones diferentes, incorporan los cargos menores e intermedios de la administración urbana —mucho menos visibles— a las discusiones sobre las transformaciones de las sociedades coloniales, en el período del reformismo borbónico.
El siguiente conjunto de artículos reúne dos trabajos que abordan el comportamiento cotidiano de las élites urbanas iberoamericanas en el período final del dominio colonial, a través del análisis del ámbito doméstico privado.
El primero de ellos, de Alberto Baena Zapatero, se ocupa de la vida material de los grupos de poder en Lima, Lisboa y México, tal y como la reflejan los inventarios post-mortem de las élites de las tres ciudades. Varios son los objetivos que persigue su trabajo: establecer algunas de las características que definieron el comportamiento de estos grupos en su vida cotidiana; considerar en que forma sus propiedades materiales reflejaron el contexto político, económico y social de los territorios en que vivían; y, finalmente, analizar la relación entre las piezas recogidas en los inventarios y las rutas comerciales de las que participaba cada uno de los territorios, un análisis que este autor venía realizando en torno a los biombos desde hace años. De esta forma, su trabajo contribuye también a las discusiones que la historiografía dedica a los procesos de mundialización en curso durante la Edad Moderna, a partir del enfoque de la vida material.
Si las pertenencias materiales en el espacio doméstico reflejaron las novedades propias del ambiente cultural del siglo XVIII o la incorporación de un gusto cada vez más globalizado como consecuencia de los cambios que se iban sucediendo en el comercio internacional, el trabajo de Baena Zapatero ofrece también varias evidencias de que los valores sociales de sus propietarios se vieron alterados en mucha menor medida, revelándose más similitudes que diferencias entre las élites de las tres ciudades.
El artículo de Irma Barriga complementa el trabajo y enfoque del anterior, centrando su atención en un espacio muy concreto: el de los oratorios de la élite limeña. La autora se interroga por la forma en que, cuando el período colonial llegaba a su fin, los cambios en el mundo de la política, de la cultura o de las ideas tuvieron un reflejo sobre la religiosidad privada. Interesada por la relación entre regalismo y ámbito privado, concluye que estos oratorios representaron para las élites una cuota de poder en el ámbito de lo espiritual. La presencia, teóricamente obligatoria, de los dueños en las celebraciones eucarísticas reforzaba simbólicamente el absolutismo imperante, a través del ejercicio de un poder paternalista, del varón sobre la mujer y de los señores sobre los criados y dependientes. El oratorio permitía al mismo tiempo un mayor y más efectivo control y sujeción de los subordinados, a través de devociones a advocaciones religiosas que podían representar los valores de la sumisión y la obediencia, pero también los de la suavidad y la amabilidad en el ejercicio del poder. En definitiva, la autora se interroga sobre la distancia que poco a poco iban tomando las élites frente al mundo barroco y su exaltación del sufrimiento, con la incorporación paulatina de una piedad ilustrada.
Los dos artículos siguientes vienen a dar continuidad a los debates historiográficos que, desde hace años, vienen cuestionando la interpretación de las luces en la Europa meridional y sus espacios ultramarinos como un movimiento débil, estatal y tardío. Como alternativa, Junia Furtado y Víctor Peralta se interrogan sobre las adaptaciones locales de los paradigmas ilustrados en los imperios ibéricos, sin considerarlos necesariamente copias defectuosas de un modelo surgido en la Europa central y septentrional. Ambos dedican una especial atención a los proyectos historiográficos patrocinados por las coronas ibéricas y desarrollados en base a las nuevas reglas metodológicas y de análisis crítico de las fuentes, que conferían al discurso histórico un carácter científico, requisito esencial para alcanzar el reconocimiento de la Europa ilustrada.
El artículo de Junia Furtado se retrotrae a la primera mitad del siglo XVIII y demuestra hasta qué punto varias de las instituciones erigidas en ese período en el imperio portugués deben necesariamente analizarse en conexión con lo que estaba sucediendo en la «República de las Luces» europea. La autora apunta algunas de las articulaciones entre esos intelectuales portugueses y la red europea más amplia de los savants iluministas, cuestionando con ello los circuitos que la historiografía tradicionalmente ha establecido en el movimiento del saber producido en la época.
En ese contexto analiza el surgimiento de instituciones como la Academia de la Historia en Lisboa y su proyecto de reescritura de la historia portuguesa, proyecto en el que los territorios ultramarinos —y en particular el Brasil desde el descubrimiento del oro y más tarde los diamantes— adquirían un nuevo protagonismo. Se pretendía así ensalzar la figura de D. João V y engrandecer a la monarquía portuguesa y sus conquistas frente al mundo occidental, recuperando en el discurso el papel central de Portugal en la configuración de las naciones europeas. La autora destaca cómo las élites americanas, a través del movimiento académico surgido en el Brasil, buscaron también contribuir al proyecto cultural del período joanino y lograr una mejor inserción propiamente para sí y para ese espacio colonial en la balanza del imperio.
Si el artículo de Junia Furtado analiza la importancia de la Torre do Tombo como repositorio de fuentes documentales en el que basar la escritura de esa nueva historia imperial, el trabajo de Víctor Peralta aborda también, en su primera parte, el contexto que rodeó la conformación del Archivo de Indias y la organización de su documentación como medio al servicio de la causa discursiva de la monarquía hispánica y, de manera particular, en su polémica con los escritores europeos que, respaldados por sus respectivos gobiernos imperiales, cuestionaban las aportaciones hispanas al mundo civilizado. Dando continuidad a las investigaciones interesadas por la escritura de la historia del nuevo mundo en el siglo de las luces, Peralta pone de relieve la relación entre la creación del archivo y la necesidad de reescribir la historia imperial ante las críticas de la Europa del Norte hacia el comportamiento de España en las Indias, analizando esta relación a partir de las figuras de Juan Bautista Muñoz y Martín Fernández de Navarrete.
El primero desempeñó un papel fundamental en la creación y organización del Archivo de Indias en la antigua Casa Lonja de Sevilla en 1785, así como en la elaboración de sus ordenanzas. El autor de la Historia del Nuevo Mundo, en sintonía con el espíritu de la Ilustración, estaba convencido de que la organización