La Odisea. Homer

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La Odisea - Homer

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entorpeció la mente en tanto que bebían, é hizo que las copas les cayeran de las manos. Todos se apresuraron á irse por la ciudad y acostarse, pues no estuvieron mucho tiempo sentados desde que el sueño les cayó sobre los párpados. Y Minerva, la de los brillantes ojos, que había tomado la figura y la voz de Méntor, dijo á Telémaco después de llamarle afuera del cómodo palacio:

      402 «¡Telémaco! Tus compañeros, de hermosas grebas, ya se han sentado en los bancos para remar, y sólo esperan tus órdenes. Vámonos y no tardemos en comenzar el viaje.»

      405 Cuando así hubo hablado, Palas Minerva echó á andar aceleradamente, y Telémaco fué siguiendo las pisadas de la diosa. Llegaron á la nave y al mar, y hallaron en la orilla á los compañeros de larga cabellera. Y el esforzado y divinal Telémaco les habló diciendo:

      410 «Venid, amigos, y traigamos los víveres; que ya están dispuestos y apartados en el palacio. Mi madre nada sabe, ni las criadas tampoco; á excepción de una, que es la única persona á quien se lo he dicho.»

      Acomodáronse en la popa Minerva y Telémaco, los marineros soltaron las amarras y el navío echó á andar al soplo del Céfiro

      (Canto II, versos 416 á 421.)

      413 Cuando así hubo hablado, se puso en camino y los demás le siguieron. En seguida se lo llevaron todo y lo cargaron en la nave de muchos bancos, como el amado hijo de Ulises lo ordenara. Acto continuo embarcóse Telémaco, precedido por Minerva que tomó asiento en la popa y él á su lado, mientras los compañeros quitaban las amarras y se acomodaban en los bancos. Minerva, la de los brillantes ojos, envióles próspero viento: el fuerte Céfiro, que resonaba por el vinoso ponto. Telémaco exhortó á sus compañeros, mandándoles que aparejasen la jarcia, y su amonestación fué atendida. Izaron el mástil de abeto, lo metieron en el travesaño, lo ataron con sogas, y al instante descogieron la blanca vela con correas bien torcidas. Hinchió el viento la vela, y las purpúreas olas resonaban en torno de la quilla mientras la nave corría siguiendo su rumbo. Así que hubieron atado los aparejos á la veloz nave negra, levantaron crateras rebosantes de vino é hicieron libaciones á los sempiternos inmortales dioses y especialmente á la hija de Júpiter, la de los brillantes ojos. Y la nave continuó su rumbo toda la noche y la siguiente aurora.

      Néstor ha reconocido á Minerva, al partir esta diosa, y le ofrece un sacrificio

       Índice

      LO DE PILOS

      1 Ya el sol desamparaba el hermosísimo lago, subiendo al broncíneo cielo para alumbrar á los inmortales dioses y á los mortales hombres sobre la fértil tierra; cuando Telémaco y los suyos llegaron á Pilos, la bien construída ciudad de Neleo, y hallaron en la orilla del mar á los habitantes, que inmolaban toros de negro pelaje al que sacude la tierra, al dios de cerúlea cabellera. Nueve asientos había, y en cada uno estaban sentados quinientos hombres y se sacrificaban nueve toros. Mientras los pilios quemaban los muslos para el dios, después de probar las entrañas, los de Ítaca tomaron puerto, amainaron las velas de la bien proporcionada nave, ancláronla y saltaron en tierra. Telémaco desembarcó, precedido por Minerva. Y la deidad de los brillantes ojos rompió el silencio con estas palabras:

      14 «¡Telémaco! Ya no te cumple mostrar vergüenza en cosa alguna, habiendo atravesado el ponto con el fin de saber noticias de tu padre: cuál tierra lo tiene oculto y qué suerte le ha cabido. Ea, ve directamente á Néstor, domador de caballos, y sepamos qué guarda allá en su pecho. Ruégale tú mismo que sea veraz, y no mentirá porque es muy sensato.»

      21 Repuso el prudente Telémaco: «¡Méntor! ¿Cómo quieres que yo me acerque á él, cómo puedo ir á saludarle? Aún no soy práctico en hablar con discreción y da vergüenza que un joven interrogue á un anciano.»

      25 Díjole Minerva, la deidad de los brillantes ojos: «¡Telémaco! Discurrirás en tu mente algunas cosas y un numen te sugerirá las restantes, pues no creo que tu nacimiento y tu crianza se hayan efectuado contra la voluntad de los dioses.»

      29 Cuando así hubo hablado, Palas Minerva caminó á buen paso y Telémaco fué siguiendo las pisadas de la deidad. Llegaron adonde estaba la junta de los varones pilios en los asientos: allí se había sentado Néstor con sus hijos y á su alrededor los compañeros preparaban el banquete, ya asando carne, ya espetándola en los asadores. Y apenas vieron á los huéspedes, adelantáronse todos juntos, los saludaron con las manos y les invitaron á sentarse. Pisístrato Nestórida fué el primero que se les acercó, y asiéndolos de la mano, los hizo sentar para el convite en unas blandas pieles, sobre la arena del mar, cerca de su hermano Trasimedes y de su propio padre. En seguida dióles parte de las entrañas, echó vino en una copa de oro y, ofreciéndosela á Palas Minerva, hija de Júpiter que lleva la égida, así le dijo:

      43 «¡Forastero! Eleva tus preces al soberano Neptuno, ya que al venir acá os habéis encontrado con el festín que en su honor celebramos. Mas, tan pronto como hicieres la libación y hubieres rogado, como es justo, dale á ése la copa de dulce vino para que lo libe también, pues supongo que ruega asimismo á los dioses; como que todos los hombres están necesitados de las deidades. Pero á causa de ser el más joven—debe de tener mis años—te daré primero á ti la áurea copa.»

      51 En diciendo esto, púsole en la mano la copa de dulce vino. Minerva holgóse de ver la prudencia y la equidad del varón que le daba la copa de oro á ella antes que á Telémaco. Y al punto hizo muchas súplicas al soberano Neptuno:

      55 «¡Óyeme, Neptuno, que circundas la tierra! No te niegues á llevar al cabo lo que ahora te pedimos. Ante todo llena de gloria á Néstor y á sus vástagos; dales á los pilios grata recompensa por tan ínclita hecatombe y concede también que Telémaco y yo no nos vayamos sin realizar aquello por lo cual vinimos en la veloz nave negra.»

      62 Tal fué su ruego, y ella misma cumplió lo que acababa de pedir. Entregó en seguida la hermosa copa doble á Telémaco, y el caro hijo de Ulises oró de semejante manera. Asados ya los cuartos delanteros, retiráronlos, dividiéronlos en partes y celebraron un gran banquete. Y cuando hubieron satisfecho el deseo de comer y de beber, Néstor, el caballero gerenio, comenzó á decirles:

      69 «Ésta es la ocasión más oportuna para interrogar á los huéspedes é inquirir quiénes son, ahora que se han saciado de comida: ¡Forasteros! ¿Quiénes sois? ¿De dónde llegasteis, navegando por los húmedos caminos? ¿Venís por algún negocio ó andáis por el mar, á la ventura, como los piratas que divagan, exponiendo su vida y produciendo daño á los hombres de extrañas tierras?»

      75 Respondióle el prudente Telémaco, muy alentado, pues la misma Minerva le infundió audacia en el pecho para que preguntara por el ausente padre y adquiriera gloriosa fama entre los hombres:

      79 «¡Néstor Nelida, gloria insigne de los aqueos! Preguntas de dónde somos. Pues yo te lo diré. Venimos de Ítaca, situada al pie del Neyo, y el negocio que nos trae no es público, sino particular. Ando en pos de la gran fama de mi padre, por si oyere hablar del divino y paciente Ulises; el cual, según afirman, destruyó la ciudad troyana, combatiendo

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