La Odisea. Homer

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La Odisea - Homer

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consejero igual á los dioses; pero ya éste, vencido por la Parca, se hallaba en el Orco, y entonces quien ocupaba aquel sitio era Néstor, el caballero gerenio, el protector de los aquivos, cuya mano empuñaba el cetro. En torno suyo juntáronse los hijos, que iban saliendo de sus habitaciones—Equefrón, Estratio, Perseo, Areto, Trasimedes, igual á un dios, y el héroe Pisístrato que llegó el sexto,—y juntos acompañaron al deiforme Telémaco y le hicieron sentar cabe al anciano. Á la hora comenzó á decirles Néstor, el caballero gerenio:

      418 «¡Hijos amados! Cumplid pronto mi deseo, para que sin tardar me haga propicia á Minerva, la cual acudió visiblemente al opíparo festín que celebramos en honor del dios. Ea, uno de vosotros vaya al campo para que el vaquero traiga con la mayor prontitud una novilla; encamínese otro al negro bajel del magnánimo Telémaco y conduzca aquí todos los compañeros, sin dejar más que dos; y mande otro al orífice Laerces que venga á verter el oro alrededor de los cuernos. Los demás permaneced reunidos y decid á los esclavos que están dentro de la ínclita casa, que preparen un banquete y saquen asientos, leña y agua clara.»

      430 Así habló, y todos se apresuraron á obedecerle. Vino del campo la novilla; llegaron de junto á la velera y bien proporcionada nave los compañeros del magnánimo Telémaco; presentóse el broncista trayendo en la mano las broncíneas herramientas—el yunque, el martillo y las bien construídas tenazas,—instrumentos de su oficio con los cuales trabajaba el oro; compareció Minerva para asistir al sacrificio; y Néstor, el anciano jinete, dió el oro, y el artífice, después de prepararlo, lo vertió alrededor de los cuernos de la novilla para que la diosa se holgase de ver tal adorno. Estratio y el divinal Equefrón trajeron la novilla asiéndola por las astas; Areto salió de su estancia con un lebrillo floreado, lleno de agua para lavarse, en una mano, y una cesta con las molas en la otra; el intrépido Trasimedes empuñaba aguda segur para herir la novilla; Perseo sostenía el vaso para recoger la sangre; y Néstor, el anciano jinete, comenzó á derramar el agua y á esparcir las molas, y, ofreciendo las primicias, oraba con gran fervor á Minerva y arrojaba en el fuego los pelos de la cabeza de la víctima.

      447 Hecha la plegaria y esparcidas las molas, aquel hijo de Néstor, el magnánimo Trasimedes, dió desde cerca un golpe á la novilla y le cortó con la segur los tendones del cuello, dejándola sin fuerzas; y gritaron las hijas y nueras de Néstor, y también su venerable esposa, Eurídice, que era la mayor de las hijas de Clímeno. Seguidamente alzaron de la espaciosa tierra la novilla, sostuviéronla en alto y degollóla Pisístrato, príncipe de hombres. Tan pronto como la novilla se desangró y los huesos quedaron sin vigor, la descuartizaron, cortáronle luego los muslos, haciéndolo según el rito, y, después de pringarlos con gordura por uno y otro lado y de cubrirlos con trozos de carne, el anciano los puso sobre leña encendida y los roció de vino tinto. Cerca de él, unos mancebos tenían en sus manos asadores de cinco puntas. Quemados los muslos, probaron las entrañas; é incontinenti dividieron lo restante en pedazos muy pequeños, lo atravesaron con pinchos y lo asaron, sosteniendo con sus manos las puntiagudas varillas.

      464 En esto lavaba á Telémaco la bella Policasta, hija menor de Néstor Nelida. Después que lo hubo lavado y ungido con pingüe aceite, vistióle un hermoso manto y una túnica; y Telémaco salió del baño, con el cuerpo parecido al de los dioses, y fué á sentarse junto á Néstor, pastor de pueblos.

      470 Asados los cuartos delanteros, retiráronlos de las llamas; y, sentándose todos, celebraron el banquete. Varones excelentes se levantaban á escanciar el vino en áureas copas. Y una vez saciado el deseo de comer y de beber, Néstor, el caballero gerenio, comenzó á decirles:

      475 «Ea, hijos míos, aparejad caballos de hermosas crines y uncidlos al carro, para que Telémaco pueda llevar á término su viaje.»

      477 De tal suerte habló; ellos le escucharon y obedecieron, enganchando prestamente al carro los veloces corceles. La despensera les trajo pan, vino y manjares como los que suelen comer los reyes, alumnos de Jove. Subió Telémaco al magnífico carro y tras él Pisístrato Nestórida, príncipe de hombres, quien tomó con la mano las riendas y azotó á los caballos para que arrancasen. Y éstos volaron gozosos hacia la llanura, dejando atrás la excelsa ciudad de Pilos y no cesando en todo el día de agitar el yugo.

      487 Poníase el sol y las tinieblas empezaban á ocupar los caminos, cuando llegaron á Feras, á la morada de Diocles, hijo de Orsíloco, á quien engendrara Alfeo. Allí durmieron aquella noche, aceptando la hospitalidad que Diocles se apresuró á ofrecerles.

      491 Mas, apenas se descubrió la hija de la mañana, la Aurora de rosáceos dedos, engancharon los bridones, subieron al labrado carro y guiáronlo por el vestíbulo y el pórtico sonoro. Pisístrato azotó á los corceles, para que arrancaran, y éstos volaron gozosos. Y habiendo llegado á una llanura que era un trigal, en seguida terminaron el viaje: ¡con tal rapidez los condujeron los briosos caballos! Y el sol se puso y las tinieblas ocuparon todos los caminos.

      Minerva manda á Penélope un fantasma semejante á Iftima, para decirle que Telémaco volverá sano y salvo

       Índice

      LO DE LACEDEMONIA

      1 Apenas llegaron á la vasta y cavernosa Lacedemonia, fuéronse derechos á la mansión del glorioso Menelao y halláronle con muchos amigos, celebrando el banquete de la doble boda de su hijo y de su hija ilustre. Á ésta la enviaba al hijo de Aquiles, el desbaratador de escuadrones; pues allá en Troya prestó su asentimiento y prometió entregársela, y los dioses hicieron que por fin las nupcias se llevasen al cabo. Mandábala, pues, con caballos y carros, á la ínclita ciudad de los mirmidones donde aquél reinaba. Y al propio tiempo casaba con una hija de Aléctor, llegada de Esparta, á su hijo, el fuerte Megapentes, que ya en edad madura había procreado en una esclava; pues á Helena no le concedieron las deidades otra prole que la amable Hermione, la cual tenía la belleza de la dorada Venus.

      15 Así se holgaban en celebrar el festín, dentro del gran palacio de elevada techumbre, los vecinos y amigos del glorioso Menelao. Un divinal aedo estábales cantando al son de la cítara y, tan pronto como tocaba el preludio, dos saltadores hacían cabriolas en medio de la muchedumbre.

      20 Entonces fué cuando los dos jóvenes, el héroe Telémaco y el preclaro hijo de Néstor, detuvieron los corceles en el vestíbulo del palacio. Vióles, saliendo del mismo, el noble Eteoneo, diligente servidor del ilustre Menelao, y fuése por la casa á dar la nueva al pastor de hombres. Y, en llegando á su presencia, le dijo estas aladas palabras:

      26 «Dos hombres acaban de llegar, oh Menelao alumno de Júpiter, dos varones que se asemejan á los descendientes del gran Jove. Dime si hemos de desuncir sus veloces corceles ó enviarlos á alguien que les dé amistoso acogimiento.»

      30 Replicóle, poseído de vehemente indignación, el rubio Menelao: «Antes no eras tan simple, Eteoneo Boetida; mas ahora dices tonterías como un muchacho. También nosotros, hasta que logramos volver acá, comimos frecuentemente en la hospitalaria mesa de otros varones; y quiera Júpiter librarnos de la desgracia para en adelante. Desunce los caballos de los forasteros y hazles entrar á fin de que participen del banquete.»

      37 Tal dijo. Eteoneo salió corriendo del palacio y llamó á otros diligentes servidores para que le acompañaran. Al punto desuncieron los corceles, que sudaban debajo del yugo, los ataron á sus pesebres y les echaron espelta, mezclándola con blanca cebada; arrimaron el carro á las relucientes paredes, é introdujeron á los huéspedes en aquella divinal morada.

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