La Odisea. Homer
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538 »Tal dijo. Sentí destrozárseme el corazón y, sentado en las arenas, lloraba y no quería vivir ni contemplar ya la lumbre del sol. Mas, cuando me sacié de llorar y de revolcarme por el suelo, hablóme así el veraz anciano de los mares:
543 «No llores, oh hijo de Atreo, mucho tiempo y sin tomar descanso, que ningún remedio se puede hallar. Pero haz por volver lo antes posible á la patria tierra y hallarás á aquél, vivo aún; y, si Orestes se te adelantara y lo matase, llegarás para el banquete fúnebre.»
548 »Así se expresó. Regocijéme en mi corazón y en mi ánimo generoso, aunque me sentía afligido, y hablé al anciano con estas aladas palabras:
551 «Ya sé de éstos. Nómbrame el tercer varón, aquél que, vivo aún, se encuentra detenido en el anchuroso ponto, ó quizás haya muerto. Pues, á pesar de que estoy triste, deseo tener noticias suyas.»
554 »Así le dije, y me respondió en el acto: «Es el hijo de Laertes, el que tiene en Ítaca su morada. Le vi en una isla y echaba de sus ojos abundantes lágrimas: está en el palacio de la ninfa Calipso, que le detiene por fuerza, y no le es posible llegar á su patria tierra porque no dispone de naves provistas de remos ni de compañeros que le conduzcan por el ancho dorso del mar. Por lo que á ti se refiere, oh Menelao, alumno de Júpiter, el hado no ordena que acabes la vida y cumplas tu destino en Argos, país fértil de corceles, sino que los inmortales te enviarán á los campos Elíseos, al extremo de la tierra, donde se halla el rubio Radamanto—allí se vive dichosamente, allí jamás hay nieve, ni invierno largo, ni lluvia, sino que el Océano manda siempre las brisas del Céfiro, de sonoro soplo, para dar á los hombres más frescura,—porque siendo Helena tu mujer, eres para los dioses el yerno de Júpiter.»
570 »Cuando esto hubo dicho, sumergióse en el agitado ponto. Yo me encaminé hacia los bajeles, con mis divinales compañeros, y mi corazón revolvía muchos propósitos. Así que hubimos llegado á mi embarcación y al mar, aparejamos la cena; vino muy pronto la divina noche y nos acostamos en la playa. Y al punto que se descubrió la hija de la mañana, la Aurora de rosáceos dedos, echamos las bien proporcionadas naves en el mar divino y les pusimos sus mástiles y velas; después, sentáronse mis compañeros ordenadamente en los bancos y comenzaron á herir con los remos el espumoso mar. Volví á detener las naves en el Egipto, río que las celestiales lluvias alimentan, y sacrifiqué cumplidas hecatombes. Aplacada la ira de los sempiternos dioses, erigí un túmulo á Agamenón para que su gloria fuera inextinguible. En acabando estas cosas, emprendí la vuelta y los inmortales concediéronme próspero viento y trajéronme con gran rapidez á mi querida patria. Mas, ea, quédate en el palacio hasta que llegue la undécima ó duodécima aurora y entonces te despediré, regalándote como espléndidos presentes tres caballos y un carro hermosamente labrado; y también he de darte una magnífica copa para que hagas libaciones á los inmortales dioses y te acuerdes de mí todos los días.»
593 Respondióle el prudente Telémaco: «¡Atrida! No me detengas mucho tiempo. Yo pasaría un año á tu vera, sin sentir añoranza por mi casa ni por mis padres—pues me deleita muchísimo oir tus palabras y razones;—mas deben de aburrirse mis compañeros en la divina Pilos y hace ya mucho que me detienes. El don que me hagas consista en algo que se pueda guardar. Los corceles no pienso llevarlos á Ítaca, sino que los dejaré para tu ornamento, ya que reinas sobre un gran llano en que hay mucho loto, juncia, trigo, espelta y blanca cebada muy lozana. Ítaca no tiene lugares espaciosos donde se pueda correr, ni prado alguno, que es tierra apta para pacer cabras y más agradable que las que nutren caballos. Las islas, que se inclinan hacia el mar, no son propias para la equitación ni tienen hermosos prados, é Ítaca menos que ninguna.»
609 Así dijo. Sonrióse Menelao, valiente en la pelea, y, acariciándole con la mano, le habló de esta manera:
611 «¡Hijo querido! Bien se muestra en lo que hablas la noble sangre de que procedes. Cambiaré el regalo, ya que puedo hacerlo, y de cuantas cosas se guardan en mi palacio voy á darte la más bella y preciosa. Te haré el presente de una cratera labrada, toda de plata con los bordes de oro, que es obra de Vulcano y diómela el héroe Fédimo, rey de los sidonios, cuando me acogió en su casa al volver yo á la mía. Tal es lo que deseo regalarte.»
620 Así éstos conversaban. Los convidados fueron llegando á la mansión del divino rey: unos traían ovejas, otros confortante vino; y sus esposas, que llevaban hermosas cintas en la cabeza, trajéronles el pan. De tal suerte se ocupaban, dentro del palacio, en preparar la comida.
625 Mientras tanto solazábanse los pretendientes ante el palacio de Ulises, tirando discos y jabalinas en el labrado pavimento donde acostumbraban ejecutar sus insolentes acciones. Antínoo estaba sentado y también el deiforme Eurímaco, que eran los príncipes de los pretendientes y sobre todos descollaban por su bravura. Y fué á encontrarlos Noemón, hijo de Fronio; el cual, dirigiéndose á Antínoo, interrogóle con estas palabras:
632 «¡Antínoo! ¿Sabemos, por ventura, cuándo Telémaco volverá de la arenosa Pilos? Se fué en mi nave y ahora la necesito para ir á la vasta Élide, que allí tengo doce yeguas de vientre y sufridos mulos aún sin desbravar, y traería alguno de éstos para domarlo.»
638 Así les habló; y quedáronse atónitos porque no se figuraban que Telémaco hubiese tomado la rota de Pilos, la ciudad de Neleo; sino que estaba en el campo, viendo las ovejas, ó en la cabaña del porquerizo.
641 Mas al fin Antínoo, hijo de Eupites, contestóle diciendo: «Habla con sinceridad. ¿Cuándo se fué y qué jóvenes escogidos de Ítaca le siguieron? ¿Ó son quizás hombres asalariados y esclavos suyos? Pues también pudo hacerlo de semejante manera. Refiéreme asimismo la verdad de esto, para que yo me entere: ¿te quitó la negra nave por fuerza y mal de tu grado, ó se la diste voluntariamente cuando fué á hablarte?»
648 Noemón, hijo de Fronio, le respondió de esta guisa: «Se la di yo mismo y de buen grado. ¿Qué hiciera cualquier otro, pidiéndosela un varón tan ilustre y lleno de cuidados? Difícil hubiese sido negársela. Los mancebos que le acompañan son los que más sobresalen en el pueblo, entre nosotros, y como capitán vi embarcarse á Méntor ó á un dios que en todo le era semejante. Mas, de una cosa estoy asombrado; ayer, cuando apuntaba la aurora, vi aquí al divinal Méntor y entonces se embarcó para ir á Pilos.»
657 Dicho esto, fuése Noemón á la casa de su padre. Indignáronse en su corazón soberbio Antínoo y Eurímaco; y los demás pretendientes se sentaron con ellos, cesando de jugar. Y ante todos habló Antínoo, hijo de Eupites, que estaba afligido y tenía las negras entrañas llenas de cólera y los ojos parecidos al relumbrante fuego:
663 «¡Oh dioses! ¡Gran proeza ha realizado orgullosamente Telémaco con ese viaje! ¡Y decíamos que no lo llevaría á efecto! Contra la voluntad de muchos se fué el niño, habiendo logrado botar una nave y elegir á los mejores