La Odisea. Homer
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253 Respondióle Néstor, el caballero gerenio: «Te diré, hijo mío, la verdad pura. Ya puedes imaginar cómo el hecho ocurrió. Si el rubio Menelao Atrida, al volver de Troya, hallara en el palacio á Egisto, vivo aún, ni tan sólo hubiesen cubierto de tierra el cadáver de éste: arrojado á la llanura, lejos de la ciudad, lo despedazaran los perros y las aves de rapiña, sin que le llorase ninguna de las aqueas, porque había cometido una maldad muy grande. Pues mientras nosotros permanecíamos allá, realizando muchas empresas belicosas, él se estaba tranquilo en lo más hondo de Argos, tierra criadora de corceles, y ponía gran empeño en seducir con sus palabras á la esposa de Agamenón. Al principio la divinal Clitemnestra rehusó cometer el hecho infame, porque tenía buenos sentimientos y la acompañaba un aedo á quien el Atrida, al partir para Troya, encargó en gran manera que la guardase. Mas, cuando vino el momento en que, cumpliéndose el hado de los dioses, tenía que sucumbir, Egisto condujo al aedo á una isla inhabitada, donde lo abandonó para que fuese presa y pasto de las aves de rapiña; y llevóse de buen grado á su casa á la mujer, que también lo deseaba, quemando después gran cantidad de muslos en los sacros altares de los dioses y colgando muchas figuras, tejidos y oro, por haber salido con la gran empresa que nunca su ánimo esperara llevar al cabo. Veníamos, pues, de Troya el Atrida y yo, navegando juntos y en buena amistad; pero, así que arribamos al sacro promontorio de Sunio, cerca de Atenas, Febo Apolo mató con sus suaves flechas al piloto de Menelao, á Frontis Onetórida, que entonces tenía en las manos el timón del barco y á todos vencía en el arte de gobernar una embarcación cuando arreciaban las tempestades. Así fué cómo, á pesar de su deseo de proseguir el camino, se vió obligado á detenerse para enterrar al compañero y hacerle las honras funerales. Luego, atravesando el vinoso ponto en las cóncavas naves, pudo llegar á toda prisa al elevado promontorio de Malea, y el longividente Júpiter hízole trabajoso el camino con enviarle vientos de sonoro soplo y olas hinchadas, enormes, que parecían montañas. Entonces el dios dispersó las naves y á algunas las llevó hacia Creta donde habitaban los cidones, junto á las corrientes del Yárdano. Hay en el obscuro ponto una peña escarpada y alta que sale al mar cerca de Gortina: allí el Noto lanza las olas contra el promontorio de la izquierda, contra Festo, y una roca pequeña rompe la grande oleada. En semejante sitio fueron á dar y costóles mucho escapar con vida; pues, habiendo las olas arrojado los bajeles contra los escollos, padecieron naufragio. Menelao, con cinco naves de cerúlea proa, aportó á Egipto, adonde el viento y el mar le habían conducido; y en tanto que con sus galeras iba errante por extraños países, juntando riquezas y mucho oro, Egisto tramó en el palacio aquellas deplorables acciones. Siete años reinó éste en Micenas, rica en oro, y tuvo sojuzgado al pueblo, con posterioridad á la muerte del Atrida. Mas, por su desgracia, en el octavo fué de Atenas el divinal Orestes, quien hizo perecer al matador de su padre, al doloso Egisto, que le había muerto su ilustre progenitor. Después de matarle, Orestes dió á los argivos el banquete fúnebre en las exequias de su odiosa madre y del cobarde Egisto; y aquel día llegó Menelao, valiente en el combate, con muchas riquezas, tantas como los barcos podían llevar. Y tú, amigo, no andes mucho tiempo fuera de tu casa, habiendo dejado en ella las riquezas y unos hombres tan soberbios: no sea que se repartan tus bienes y los devoren y luego el viaje te resulte inútil. Pero yo te exhorto é incito á que endereces tus pasos hacia Menelao; el cual poco ha que volvió de gentes de donde no esperara tornar quien se viera, desviado por las tempestades, en un piélago tal y tan extenso que ni las aves llegarían del mismo en todo un año, pues es dilatadísimo y horrendo. Ve ahora en tu nave y con tus compañeros á encontrarle, y si deseas ir por tierra, aquí tienes carro y corceles, y á mis hijos que te acompañarán hasta la divina Lacedemonia, donde se halla el rubio Menelao, y, en llegando, ruégale tú mismo que sea veraz, y no mentirá porque es muy sensato.»
329 Así se expresó. Púsose el sol y sobrevino la obscuridad. Y entonces habló Minerva, la diosa de los brillantes ojos:
331 «¡Oh anciano! Todo lo has referido discretamente. Pero, ea, cortad las lenguas y mezclad vino, para que, después de hacer libación á Neptuno y á los demás inmortales, pensemos en acostarnos, que ya es hora. La luz del sol se fué al ocaso y no conviene permanecer largo tiempo en el banquete de los dioses, pues es preciso recogerse.»
337 Así habló la hija de Júpiter, y todos la obedecieron. Los heraldos diéronles aguamanos; unos mancebos llenaron las crateras y distribuyeron el vino á los presentes, después de haber ofrecido en copas las primicias; y, una vez arrojadas las lenguas en el fuego, pusiéronse de pie é hicieron libaciones. Ofrecidas éstas y habiendo bebido cuanto desearan, Minerva y el deiforme Telémaco quisieron retirarse á la cóncava nave. Pero Néstor los detuvo, reprendiéndolos con estas palabras:
346 «Júpiter y los otros dioses inmortales nos libren de que vosotros os vayáis de mi lado para volver á la velera nave, como si os fuerais de junto á un varón que carece de ropa, del lado de un pobre, en cuya casa no hay mantos ni gran cantidad de colchas para que él y sus huéspedes puedan dormir blandamente. Pero á mí no me faltan mantos ni lindas colchas. Y el caro hijo de Ulises no se acostará ciertamente en las tablas de su bajel, mientras yo viva ó queden mis hijos en el palacio para alojar á los huéspedes que á mi casa vengan.»
356 Díjole Minerva, la deidad de los brillantes ojos: «Bien hablaste, anciano querido, y conviene que Telémaco te obedezca porque es lo mejor que puede hacer. Iráse, pues, contigo para dormir en tu palacio, y yo volveré al negro bajel á fin de animar á los compañeros y ordenarles cuanto sea oportuno. Pues me glorío de ser entre ellos el más anciano; que todos los hombres que vienen con nosotros por amistad son jóvenes y tienen los mismos años que el magnánimo Telémaco. Allí me acostaré en el cóncavo y negro bajel, y al rayar el día, me llegaré á los magnánimos caucones en cuyo país he de cobrar una deuda antigua y no pequeña; y tú, puesto que Telémaco ha venido á tu casa, envíale en compañía de un hijo tuyo, y dale un carro y los corceles que más ligeros sean en el correr y mejores por su fuerza.»
371 Dicho esto, partió Minerva, la de los brillantes ojos, de igual modo que si fuese un águila; y pasmáronse todos al contemplarlo. Admiróse también el anciano cuando lo vió con sus propios ojos y, asiendo de la mano á Telémaco, pronunció estas palabras:
375 «¡Amigo! No temo que en lo sucesivo seas cobarde ni débil, ya que de tan joven te acompañan y guían los propios dioses. Pues esa deidad no es otra, de las que poseen olímpicas moradas, que la hija de Júpiter, la gloriosísima Tritogenia, la que también honraba á tu esforzado padre entre los argivos. Mas tú, oh reina, sénos propicia y danos gloria ilustre á mí, y á mis hijos, y á mi venerable consorte; y te sacrificaré una novilla añal de espaciosa frente, que jamás hombre alguno haya domado ni uncido al yugo, inmolándola en tu honor después de verter oro alrededor de sus cuernos.»
385 Tal fué su plegaria, que oyó Palas Minerva. Néstor, el caballero gerenio, se puso al frente de sus hijos y de sus yernos, y con ellos se encaminó al hermoso palacio. Tan presto como llegaron á la ínclita morada del rey, sentáronse por orden en sillas y sillones. De allí á poco mezclábales el viejo una cratera de dulce vino, el cual había estado once años en una tinaja que abrió la despensera; mezclábalo, pues, el anciano y, haciendo libaciones, rogaba fervientemente á la hija de Júpiter, que lleva la égida.
395 Hechas las libaciones y habiendo bebido todos cuanto les plugo, fueron á recogerse á sus respectivas casas; pero Néstor, el caballero gerenio, hizo que Telémaco, el caro hijo del divinal Ulises, se acostase allí, en torneado lecho, debajo del sonoro pórtico, y que á su lado durmiese el belicoso Pisístrato, caudillo de los hombres, que era en el palacio el único hijo que se conservaba mozo. Y Néstor durmió, á su vez, en el interior de la excelsa morada, donde se hallaba la cama en que su esposa, la reina, le aderezó el lecho.
404 Mas, apenas se descubrió la hija de la mañana, la Aurora