Semblanzas literarias. Armando Palacio Valdes
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Lo dicho basta para comprender que, si bien el Sr. Valera es un bravo campeón de la idea democrática, no se juzga obligado por esto á comer callos y caracoles. Ama la atmósfera perfumada de los salones y se aleja del pueblo que no se lava con jabón de olor. Ó lo que es igual, algunos sienten al pueblo en el corazón; el Sr. Valera lo siente en la nariz.
Doy de mano al carácter del Sr. Valera, porque me siento sin fuerzas para llevar adelante mi exploración. Temo llegar á ser indiscreto (si es que ya no lo he sido) levantando un poco más la punta de la cortina. Veamos si para terminar logro dar mayor precisión al género de su oratoria.
Es una elocuencia original la del Sr. Valera. Procede en sus discursos con un tan ameno desorden, que nadie echa de menos la ausencia de proporciones y la excesiva copia de incisos y paréntesis. Es una conversación que el Sr. Valera sostiene con el público, sin que nadie le interrumpa. Dice todo cuanto le viene bien; pero por un extraño capricho quiere hacer pasar por pueriles indiscreciones las más acerbas de sus diatribas. Es regla general que yo entrego á la delicada observación de mis lectores; cuando el Sr. Valera hace una salvedad, es que nada deja á salvo; cuando vacila, es que está muy decidido; cuando su intención era otra, no lo duden ustedes, era la misma.
Pero esto es llamarle embustero, me dirá alguno. Distingo, digo yo siguiendo el ejemplo del padre Sánchez. Cuando Moisés, por encargo divino, escribió las tablas de la ley, prohibió en absoluto la mentira, pero lo hizo sin contar con el Sr. Valera. Al lado de la regla debió establecer, á mi juicio, la excepción y conceder carta blanca á nuestro orador para decir cuanto se le ocurriese, fuese verdad ó no. Pues qué, ¿no valen más las mentiras del Sr. Valera que las verdades de todos los demás? ¿Cuánto más chistoso es el Sr. Valera que Pero Grullo, con ser éste el hombre de más verdad que se ha conocido? Además, nuestro orador sabe desenterrar con mucha oportunidad verdades que yacen en el polvo injustamente olvidadas. Cuando alguno de esos señores que pasan la vida sobando manuscritos, echa sobre los tiempos pasados todo el color rosa de su paleta, ¡con qué alegría veo al Sr. Valera tomar el pincel y arrojar sobre el rosado cuadro unas docenas de manchas rojas ó negras! ¿Sale un orador lamentándose de la inmoralidad del teatro moderno? Pues ahí tienen ustedes al Sr. Valera demostrándole inmediatamente que no sabe lo que se dice, porque nuestro teatro de los siglos XVI y XVII es bastante más inmoral que el presente. ¿Quiere algún otro ensalzar el fervor religioso de otras épocas? Pues el Sr. Valera pone con presteza de relieve cuanto había de brutal é irrespetuoso en este fervor. Todo sazonado con tan graciosos y picantes ejemplos, que ordinariamente el inadvertido reaccionario vuelve á su guarida maltrecho y amoscado para no salir más de ella.
Doy fin á estos renglones haciendo presente á mis lectores que cuando sientan impulsos de ahuyentar por algún tiempo sus pesares sin menoscabo de la pureza del espíritu, dirijan sus pasos al Ateneo de Madrid, y si el Sr. Valera está hablando, siéntense para escuchar humildemente la palabra más culta, más ingeniosa y más chispeante de nuestra patria.
D. JOSÉ MORENO NIETO
ARGOS años hace que el Ateneo de Madrid guarda en su seno como precioso tesoro un hombre estudioso, modesto y elocuente.
Cuando este hombre, arrobado por el canto de la sirena política, ha querido lanzarse en sus revueltas aguas, se le ha visto, como el que después de un plácido sueño abre los ojos en lúbrica estancia donde el vicio desentona con procaz algarabía, llevarse á ellos las manos, vacilar y estremecerse como si le doliera aquel contacto, é inclinando de nuevo la cabeza, sumergirse en el éter de los gratos sueños.
¡Silencio! No le despertemos.
Este hombre, moviéndose con embarazo por las sinuosidades y asperezas de la política, es el ruiseñor que bate sus alas y mueve su lengua en medio de los buitres.
Todo consiste en que no es hábil, según dicen.
Acaso consista en que no sabe arrastrarse, pensamos nosotros. De todas suertes, poco nos importa la personalidad política del Sr. Moreno Nieto, puesto que se halla eclipsada totalmente por la del orador y la del sabio. Vamos á decir algunas palabras sobre la oratoria del Sr. Moreno Nieto, en cumplimiento del compromiso formal que con el público hemos contraído.
El Sr. Moreno Nieto estudia mucho, acaso más de lo que fuera menester, y escribe poco, casi nada. Esto produce un doble resultado: primero, una asombrosa erudición en las ciencias á que predominantemente se consagra, que son las llamadas morales y políticas; después, cierta vaguedad é indisciplina en el pensamiento, que le hacen aparecer á los ojos de sus adversarios como desprovisto de convicción y de firmeza en sus opiniones. Cualesquiera que sean las mudanzas á que el Sr. Moreno Nieto haya cedido en el curso de su laboriosa vida, yo sé con toda certeza, sin embargo, y así lo declaro paladinamente, que no responden ni al cálculo ni á la ligereza; fruto son del examen y el estudio.
El Sr. Moreno Nieto no escribe, volvemos á decir; pero habla, y habla con pasmosa facilidad. Con mayor, jamás hemos oído hablar á nadie. Esos soplos débiles y fugaces del pensamiento, que en los demás no bastan á despertar la lengua, en él son chispas que le abrasan y retuercen; esos inefables sentimientos que en el fondo del corazón duermen, sin definirse, se hablan y definen por su boca; los vagos y tenues rumores que se escuchan apenas en los profundos abismos del alma llegan á su oído distintos y atronadores. Pudiera decirse que el señor Moreno Nieto cuando habla pone un cristal en su pecho para que todos, grandes y pequeños, vayamos á contemplar las alegrías y las tristezas, los triunfos y los desmayos, las luchas y los dolores de un corazón elevado y generoso. El resultado de esto es que, á pesar del ímpetu y violencia con que salen las palabras de su boca, verdadera lava que va á caer derretida sobre las cabezas de sus adversarios, le miren éstos con particular cariño, contentándose con sonreir maliciosamente mientras habla, y con exponer alguna de las contradicciones en que incurre, después que cesa. ¡Maravilloso poder de la ingenuidad! Los mismos que levantan murmullos de protesta cuando algún orador atusado y relamido empuña la bandera de la tradición, acogen con salvas de aplausos las descargas cerradas del señor Moreno Nieto. Y en esto puede reconocerse con toda precisión la antigüedad que cada cual goza en la casa. Los que por primera vez acuden al Ateneo para sentarse en los bancos de la izquierda, véseles alterados é impacientes al escuchar aquella granizada de denuestos con que el Sr. Moreno Nieto salpica sin cesar las doctrinas que combate, y es indispensable que los veteranos, para evitar conflictos, los sujeten por los faldones, diciéndoles al oído al propio tiempo: «Sosiéguese usted, compañero; ya verá usted cómo no es nada».
La facundia de este orador es imponderable. Después de hablar dos horas y media, sale sigilosamente del salón con ánimo de engullir un sorbete, célebre ya en los fastos del Ateneo. ¡Desdichado! Los sabuesos que dejó malparados en la contienda le siguen de cerca y le alcanzan en la puerta de la Biblioteca. Acorralado allí, se defiende siempre hasta quemar el último cartucho, que es la postrera palabra que expira de sus labios.