Semblanzas literarias. Armando Palacio Valdes
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Su lanza salta en mil pedazos. Empuña la espada y se revuelve dando furiosos mandobles. Pero ¿qué es lo que va persiguiendo allá abajo? ¡Ah! ya lo veo, es la filosofía de Krause. Rechina su armadura y el polvo enturbia los aires.
Torna y vuelve á arremeter con creciente denuedo. ¡Quién resiste al diluvio de estos golpes! Huyamos. ¿Tendrá al menos un tendón vulnerable como Aquiles?
Quizá, y á buscarlo se aplican con ahinco varios campeones.
Muchos años hace que el caballero viene ejercitando su valor y bizarría en estas contiendas, y la experiencia no le ha enseñado á preparar traidoras emboscadas ni á tejer insidiosas asechanzas. Lucha con bravura, pero siempre de frente y alzada la visera.
Como la pitonisa que asciende sobre el trípode, y al recibir en su frente los vapores pestilentes de la cisterna, siente el fuego de misteriosa llama, y se agita y se retuerce presa de fatal impulso, así el Sr. Moreno Nieto, subiendo á la tribuna y al aspirar los húmedos vapores de la pelea, se ve poseído de un calor desconocido que forja sin cesar pensamientos cada vez más luminosos y frases cada vez más hermosas. El alma sube entonces á los ojos y quiere salir al exterior.
El orador vive para leer, como la sibila, los secretos inextricables del porvenir, y llora también con sublime emoción sobre las ruinas poéticas del pasado. Espíritu generoso, escruta con ansia los lazos invisibles que unen las aspiraciones del presente con la historia, y los presenta á nuestros ojos con vigorosa elocuencia.
Algunas veces se vislumbra que su alma, poseída de espanto ante las recias y fragosas contiendas del pensamiento filosófico, se aferra con más ansia que absoluta convicción á una creencia. Esto, no puedo menos de confesarlo, me inspira hacia él profunda simpatía. Los dolores que sufre nuestro cuerpo son tan crueles, que nos hacen exhalar agudos gritos. Pero ¿qué me decís de esas luchas invisibles en que el alma se tortura y se abrasa día y noche, latiendo sin cesar dentro del pecho como si albergáramos en él pequeña bestia? ¿No veis con qué ardor lima ese cautivo las rejas de su cárcel? ¿No le veis caer rendido y jadeante, con el llanto y la angustia en los ojos? ¡Qué cosas tan tristes volarán por su pensamiento! Respetemos este dolor y amemos á los hombres que trabajan por abrirnos las puertas del infinito.
Dicen que los árabes, forzados en sus largos paseos por el desierto á un ayuno continuado de palabras, si la ocasión se presenta, saben darse harturas más que regulares de plática. El Sr. Moreno Nieto, después de peregrinar largamente de un cabo á otro de la Biblioteca durante varios días, se dirige á la sección, y con tal apetito entra en el debate, que no le bastan para saciarlo varias horas. Nos hace recorrer con velocidad que causa vértigo todo el panorama de las cuestiones vitales, y saltando de astro en astro, visitamos en corto tiempo todos los puntos luminosos que brillan en el cielo del pensamiento. ¿Quién se atreverá á censurar las metamórfosis de sus ideas? ¿Por acaso no hay hermosuras en todos los parajes del camino recorrido? ¿No hay también en todos ellos indignidades y torpezas? Son muchas las flores de donde su inteligencia podrá extraer la miel sabrosa. Mucho también es el cieno donde sus alas corren peligro de mancharse. Si la humanidad muda diariamente de creencias y opiniones, ¡qué podrá ser la individual firmeza!
Jamás emplea la chanza ó la burla para atacar las doctrinas que tiene enfrente. Cuando es objeto de ellas, su indignación sube de punto y se irrita y exaspera, pero la rabia de que se siente poseído á nadie infunde pavor ni miedo. Tiene un dejo de infantil inocencia que la hace simpática más que repugnante.
El conocimiento que del auditorio tiene es, si la paradoja valiera, inconsciente; sabe apreciar en globo los efectos, pero no llega su penetración á graduar los últimos registros. El período sale terso casi siempre, pero el ímpetu que trae lo prolonga á menudo más de lo conveniente, rebajando un poco su belleza.
Aunque la palabra es fogosa y la entonación acalorada, apenas se vale de imágenes para expresar su pensamiento. Cuando las emplea, son animadas y del mejor gusto.
Resumamos el carácter del Sr. Moreno Nieto.
Elocuente y un poco más impetuoso de lo que fuera necesario. Carece de los recursos del orador experto, porque en el Sr. Moreno Nieto nada pende de la experiencia, y todo de su genio vigoroso y espontáneo. Es en el ademán arrebatado, pero noble y simpático. Por último, en la incontestable vacilación que se observa en sus ideas, creemos ver reflejada esa lucha sorda, pero profunda, en que viven los entendimientos de este siglo ¡tan grande y tan desgraciado!
E aquí que el Sr. Revilla surge ante mis ojos y ya adopta la figura más graciosa para ser retratado. No le hagamos esperar. Tiene fama de impaciente, y pudiera marcharse dejando á mis lectores defraudados, y á mí corrido y boquiabierto con la pluma tras la oreja.
Todo el mundo ha puesto las manos sobre el señor Revilla. Y por si estas metafóricas manos le hacen cosquillas, me apresuro á explicar el tropo diciendo que el Sr. Revilla ha dado ya mucho que decir en el curso de su vida. Yo mismo, que soy una especialidad en no decir nada, sobre todo cuando no me preguntan, confieso que he murmurado de este orador un poco, en cierto número de La Política, que no recuerdo en qué mes ni en qué año vió la luz. Algo de lo que entonces dije habré de repetir ahora. Mas no será poco lo que necesite callar, pues la fisonomía moral, como la física, sufre por virtud de los años grande y atendible mudanza.
Al hablar del Sr. Revilla, juzgo necesario despojarme de aquella simpatía personal que pudiera conducirme á un entusiasmo sobrado ruidoso, para manifestar, con toda imparcialidad, mi serio y leal entender sobre su persona. Ninguna prueba más clara de aprecio puede darse á un grande espíritu que presentar sus defectos al lado de los méritos que lo realzan. Porque de esta suerte asegura su reputación contra la malevolencia, y la guarda también de una vil y funesta lisonja.
Una de las cualidades que la opinión se empeña en señalar con más insistencia al carácter de nuestro orador, es la de ser profundamente escéptico. Sobre tal escepticismo, fuerza es que discurramos brevemente. El Sr. Revilla no es un escéptico de pura sangre, de aquellos que salen al mundo haciendo muecas al cura que los bautiza y lo dejan con una helada sonrisa de desdén; almas provistas de concha como la tortuga, en las cuales el sol de la religión no consigue hacer entrar sus rayos, ni el amor humano logra introducir su elixir de vida. No; el Sr. Revilla es un escéptico de ayer, un escéptico novicio, y por eso incurre en todas las imprudencias y sinrazones del neófito. Más que escéptico, es un creyente avergonzado, que perdió su fe en la verdad porque la halló ridícula. Si la verdad se ostentase siempre bella ó fuese de buen tono, como ahora se dice, nunca dejaría de contar al Sr. Revilla entre sus adeptos. Mas aquélla afecta en ocasiones formas rudas y desgraciadas, y el Sr. Revilla ama demasiado á la estética para consentir en privarse, ni por un instante, de sus tiernos halagos. De aquí que se preocupe más por seguir con escrupulosa exactitud los vaivenes de la moda en el mundo científico que de aquilatar con paciencia la verdad ó el error de cada nueva teoría. Su inteligencia, un tanto impresionable, le arrastra todos los días por distintos y peregrinos senderos. Y hago observar que así como el escepticismo corriente