Maestría. Robert Greene

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Maestría - Robert Greene Biblioteca Robert Greene

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ha enfrentado más terriblemente este destino que Temple Grandin. En 1950, a los tres años de edad, se le diagnosticó autismo. Ella estaba aún por realizar grandes progresos en el habla, y se pensó que permanecería en esa condición, lo que implicaba internarla de por vida. Pero su madre quiso probar una última opción antes de rendirse y la envió con un terapeuta del lenguaje que, milagrosa aunque lentamente, le enseñó a hablar, lo que le permitió asistir a la escuela y aprender igual que los demás niños.

      Pese a esta mejora, su futuro parecía limitado, en el mejor de los casos. Su mente funcionaba de otro modo; pensaba en imágenes, no en palabras. Para poder aprender una palabra tenía que representarla en su mente. Esto le dificultaba entender palabras abstractas o aprender matemáticas. Tampoco era buena para socializar con otros niños, quienes a menudo se burlaban de sus diferencias. Con tales trabas de aprendizaje, ¿qué podía esperar Temple hacer en la vida más allá de labores modestas? Peor todavía, tenía una mente muy activa, y sin algo en lo cual concentrarse, cedía a sensaciones de intensa ansiedad.

      Cada vez que se alteraba, se refugiaba instintivamente en dos actividades de su agrado: interactuar con animales y producir cosas con las manos. En relación con los animales, en particular los caballos, poseía una misteriosa capacidad para percibir lo que pensaban y sentían. Se convirtió así en experta jinete. Y puesto que tendía a pensar en imágenes, cuando hacía cosas con las manos (como coser o trabajar madera), podía imaginar el producto terminado y armarlo después con toda facilidad.

      Cuando tenía once años, Temple fue a visitar a una tía que era dueña de un rancho en Arizona. Ahí se dio cuenta de que ella tenía aún mayor empatía con las vacas que con los caballos. Un día observó con particular interés que algunas vacas eran colocadas en una tolva plegadiza que apretaba sus costados para relajarlas antes de que se les vacunara. Ella siempre había deseado que se le abrazara fuertemente, aunque no podía soportar que lo hiciera un adulto; sentía que no tenía control en esa situación y se aterraba. Pidió entonces a su tía que le permitiera meterse en aquella tolva. La tía accedió, y durante treinta minutos Temple experimentó la sensación de presión que había soñado siempre. Al terminar, sintió una tranquilidad enorme. Luego de esta experiencia, se obsesionó con ese aparato, y años más tarde logró producir una versión primitiva de él, que podía usar en casa.

      Se obsesionó entonces con el tema de las vacas, las tolvas y el efecto del tacto y la presión en niños autistas. Para satisfacer su curiosidad, tuvo que desarrollar habilidades de lectura e investigación. Una vez que lo hizo, descubrió que poseía una fantástica capacidad de concentración; podía leer horas enteras acerca de un tema sin aburrirse en lo más mínimo. Sus investigaciones se extendieron poco a poco a libros de psicología, biología y ciencias en general. Dadas las habilidades intelectuales que había desarrollado, se le admitió en una institución universitaria. Sus horizontes se ampliaban pausadamente.

      Años después cursaba ya la maestría en ciencias animales en la Arizona State University. Ahí resurgió su obsesión con las vacas; quería hacer un análisis detallado de comederos y tolvas en particular, para comprender las reacciones conductuales de los animales. Sus profesores no entendían ese interés y rechazaron su proyecto. Pero no siendo de quienes aceptan un no por respuesta, Grandin halló profesores de otras áreas que la apoyaron. Hizo su investigación y justo en ella percibió un destello de su tarea en la vida.

      Grandin no estaba destinada a la vida universitaria. Era una persona práctica a la que le gustaba armar cosas y que necesitaba constante estimulación mental. Así, decidió forjarse una senda profesional peculiar. Comenzando como freelance, ofreció sus servicios a diversos ranchos y comederos, diseñando tolvas mucho más convenientes para los animales, y más eficientes. Poco a poco, con su sentido visual del diseño y la ingeniería, aprendió los rudimentos del oficio. Luego amplió sus servicios al diseño de mataderos más humanos y sistemas de gestión de animales de granja.

      Una vez asentada esta carrera, Grandin dio otros pasos: convertirse en escritora; regresar a la universidad como maestra; transformarse en talentosa conferencista sobre animales y autismo. Había logrado vencer todas las obstrucciones aparentemente insuperables en su camino y hallar un sendero a su tarea en la vida que le acomodaba a la perfección.

      ***

      Cuando enfrentas deficiencias en lugar de fortalezas e inclinaciones, asume esta estrategia: ignora tus debilidades y resiste la tentación de ser como los demás. En cambio, como Temple Grandin, dirige tu atención a las cosas menudas para las que eres bueno. No sueñes ni hagas grandes planes para el futuro; concéntrate en adquirir destreza en esas habilidades simples e inmediatas. Esto te dará seguridad y servirá de base para otras actividades. Si procedes así, paso a paso, darás con tu tarea en la vida.

      Entiende: tu tarea en la vida no siempre se te revelará por medio de una inclinación grandiosa o promisoria. Podría aparecer bajo el disfraz de tus deficiencias, obligándote a centrarte en el par de cosas para las que eres inevitablemente bueno. Trabajando en estas habilidades, aprenderás el valor de la disciplina y verás frente a ti las recompensas de tus esfuerzos. Al igual que la flor de loto, tus habilidades se extenderán a partir de un centro de fuerza y seguridad. No envidies a quienes parecen estar naturalmente dotados; esto suele ser una maldición, pues dichas personas rara vez aprenden el valor de la diligencia y la concentración, y después pagan las consecuencias. Esta estrategia se aplica, asimismo, a todo revés y dificultad que experimentemos. En esos momentos suele ser prudente apegarse a las pocas cosas que conocemos y hacemos bien, y restablecer nuestra seguridad en nosotros mismos.

      Si alguien como Temple Grandin, con tanto en su contra al nacer, pudo abrirse camino a su tarea en la vida y la maestría, todos podemos hacerlo.

      Tarde o temprano, algo parece llamarnos a una senda particular. Quizá recuerdes ese “algo” como una señal en tu infancia, cuando un impulso salido de la nada, una fascinación o giro peculiar de los acontecimientos, se te presentó como una anunciación: “Esto es lo que debo hacer, lo que debo tener. Esto es lo que soy”. [...] Si no es vivido y firme, quizá ese llamado haya sido como suaves presiones en el río en que sin querer fuiste a dar a un punto específico en la orilla. Viéndolo ahora, sientes que el destino intervino en ello. [...] Un llamado puede posponerse, eludirse, ignorarse de modo intermitente. También puede poseerte por entero. Comoquiera que sea, terminará por manifestarse, por emitir su reclamo. [...] Las personas extraordinarias son las que más evidentemente exhiben su llamado. Tal vez es por eso que fascinan. Quizá, asimismo, son extraordinarias porque su llamado se manifiesta con claridad extrema, y ellas le son leales. [...] Las personas extraordinarias dan el mejor de los testimonios, porque demuestran que los mortales ordinarios sencillamente no pueden hacerlo. Al parecer, tenemos menos motivación y más distracción. No obstante, a nuestro destino lo empuja el mismo motor universal. Las personas extraordinarias no son una categoría aparte; simplemente, la operación de ese motor en ellas es más transparente.

      –JAMES HILLMAN

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