La IlÃada. Homer
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461 Así dijo el Atrida, y los demás aqueos aplaudieron.
Júpiter y los demás dioses deliberan sobre la suerte de Troya. Hebe les sirve el néctar
CANTO IV
VIOLACIÓN DE LOS JURAMENTOS.—AGAMENÓN REVISTA LAS TROPAS
1 Sentados en el áureo pavimento á la vera de Júpiter, los dioses celebraban consejo. La venerable Hebe escanciaba néctar, y ellos recibían sucesivamente la copa de oro y contemplaban la ciudad de Troya. Pronto el Saturnio intentó zaherir á Juno con mordaces palabras; y hablando fingidamente, dijo:
7 «Dos son las diosas que protegen á Menelao, Juno argiva y Minerva alalcomenia; pero sentadas á distancia, se contentan con mirarle; mientras que la risueña Venus acompaña constantemente al otro y le libra de las Parcas, y ahora le ha salvado cuando él mismo creía perecer. Pero como la victoria quedó por Menelao, caro á Marte, deliberemos sobre sus futuras consecuencias; si conviene promover nuevamente el funesto combate y la terrible pelea, ó reconciliar á entrambos pueblos. Si á todos pluguiera y agradara, la ciudad del rey Príamo continuaría poblada y Menelao se llevaría la argiva Helena.»
20 Así se expresó. Minerva y Juno, que tenían los asientos contiguos y pensaban en causar daño á los teucros, se mordieron los labios. Minerva, aunque airada contra su padre y poseída de feroz cólera, guardó silencio y nada dijo; pero á Juno no le cupo la ira en el pecho, y exclamó:
25 «¡Crudelísimo Saturnio! ¡Qué palabras proferiste! ¿Quieres que sea vano é ineficaz mi trabajo y el sudor que me costó? Mis corceles se fatigaron, cuando reunía el ejército contra Príamo y sus hijos. Haz lo que dices, pero no todos los dioses te lo aprobaremos.»
30 Respondióle muy indignado Júpiter, que amontona las nubes: «¡Desdichada! ¿Qué graves ofensas te infieren Príamo y sus hijos para que continuamente anheles destruir la bien edificada ciudad de Ilión? Si trasponiendo las puertas de los altos muros, te comieras crudo á Príamo, á sus hijos y á los demás troyanos, quizás tu cólera se apaciguara. Haz lo que te plazca; no sea que de esta disputa se origine una gran riña entre nosotros. Otra cosa voy á decirte que fijarás en la memoria: cuando yo tenga vehemente deseo de destruir alguna ciudad donde vivan amigos tuyos, no retardes mi cólera y déjame obrar; ya que ésta te la cedo espontáneamente, aunque contra los impulsos de mi alma. De las ciudades que los hombres terrestres habitan debajo del sol y del cielo estrellado, la sagrada Troya era la preferida de mi corazón, con Príamo y su pueblo armado con lanzas de fresno. Mi altar jamás careció en ella de libaciones y víctimas, que tales son los honores que se nos deben.»
50 Contestó Juno veneranda, la de los grandes ojos: «Tres son las ciudades que más quiero: Argos, Esparta y Micenas, la de anchas calles; destrúyelas cuando las aborrezca tu corazón, y no las defenderé, ni me opondré siquiera. Y si me opusiere y no te permitiere destruirlas, nada conseguiría, porque tu poder es muy superior. Pero es preciso que mi trabajo no resulte inútil. También yo soy una deidad, nuestro linaje es el mismo y el artero Saturno engendróme la más venerable, por mi abolengo y por llevar el nombre de esposa tuya, de ti que reinas sobre los inmortales todos. Transijamos, yo contigo y tú conmigo, y los demás dioses nos seguirán. Manda presto á Minerva que vaya al campo de la terrible batalla de los teucros y los aqueos, y procure que los teucros empiecen á ofender, contra lo jurado, á los envanecidos aqueos.»
68 Tal dijo. No desobedeció el padre de los hombres y de los dioses; y dirigiéndose á Minerva, profirió estas aladas palabras:
70 «Ve pronto al campo de los teucros y de los aqueos, y procura que los teucros empiecen á ofender, contra lo jurado, á los envanecidos aqueos.»
73 Con tales voces instigóle á hacer lo que ella misma deseaba; y Minerva bajó en raudo vuelo de las cumbres del Olimpo. Cual fúlgida estrella que, enviada como señal por el hijo del artero Saturno á los navegantes ó á los individuos de un gran ejército, despide numerosas chispas; de igual modo Palas Minerva se lanzó á la tierra y cayó en medio del campo. Asombráronse cuantos la vieron, así los teucros, domadores de caballos, como los aqueos, de hermosas grebas, y no faltó quien dijera á su vecino:
82 «Ó empezará nuevamente el funesto combate y la terrible pelea, ó Júpiter, árbitro de la guerra humana, pondrá amistad entre ambos pueblos.»
85 De esta manera hablaban algunos de los aqueos y de los teucros. La diosa, transfigurada en varón—parecíase á Laódoco Antenórida, esforzado combatiente,—penetró por el ejército teucro buscando al deiforme Pándaro. Halló por fin al eximio y fuerte hijo de Licaón en medio de las filas de hombres valientes, escudados, que con él llegaran de las orillas del Esepo; y deteniéndose á su lado, le dijo estas aladas palabras:
93 «¿Querrás obedecerme, hijo valeroso de Licaón? ¡Te atrevieras á disparar una veloz flecha contra Menelao! Alcanzarías gloria entre los teucros y te lo agradecerían todos, y particularmente el príncipe Alejandro; éste te haría espléndidos presentes, si viera que al belígero Menelao le subían á la triste pira, muerto por una de tus flechas. Ea, tira una saeta al ínclito Menelao, y vota sacrificar á Apolo Licio, célebre por su arco, una hecatombe perfecta de corderos primogénitos cuando vuelvas á tu patria, la sagrada ciudad de Zelea.»
104 Así dijo Minerva. El insensato se dejó persuadir, y asió en seguida el pulido arco hecho con las astas de un lascivo buco montés, á quien él acechara é hiriera en el pecho cuando saltaba de un peñasco: el animal cayó de espaldas en la roca, y sus cuernos de dieciséis palmos fueron ajustados y pulidos por hábil artífice y adornados con anillos de oro. Pándaro tendió el arco, bajándolo é inclinándolo al suelo, y sus valientes amigos le cubrieron con los escudos, para que los belicosos aqueos no arremetieran contra él antes que Menelao, aguerrido hijo de Atreo, fuese herido. Destapó el carcaj y sacó una flecha nueva, alada, causadora de acerbos dolores; adaptó á la cuerda del arco la amarga saeta, y votó á Apolo Licio sacrificarle una hecatombe perfecta de corderos primogénitos cuando volviera á su patria, la sagrada ciudad de Zelea. Y cogiendo á la vez las plumas y el bovino nervio, tiró hacia su pecho y acercó la punta de hierro al arco. Armado así, rechinó el gran arco circular, crujió la cuerda, y saltó la puntiaguda flecha deseosa de volar sobre la multitud.
127 No se olvidaron de ti, oh Menelao, los felices é inmortales dioses y especialmente la hija de Júpiter, que impera en las batallas; la cual, poniéndose delante, desvió la amarga flecha: apartóla del cuerpo como la madre ahuyenta una mosca de su niño que duerme plácidamente, y la dirigió al lugar donde los anillos de oro sujetaban el cinturón y la coraza era doble. La amarga saeta atravesó el ajustado cinturón, obra de artífice; se clavó en la magnífica coraza, y rompiendo la chapa que el héroe llevaba para proteger el cuerpo contra las flechas y que le defendió mucho, rasguñó la piel y al momento brotó de la herida la negra sangre.
141 Como una mujer meonia ó caria tiñe en púrpura el marfil que ha de adornar el freno de un caballo, muchos jinetes desean llevarlo y aquélla lo guarda en su casa para un rey á fin de que sea ornamento para el caballo y motivo de gloria para el caballero; de la misma manera, oh Menelao, se tiñeron de sangre tus bien formados muslos, las piernas y los hermosos tobillos.
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