Viajes por España. Pedro Antonio de Alarcón

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Viajes por España - Pedro Antonio de Alarcón

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como la porfiada lucha que acabamos de reseñar, ni creemos oportuno diferir demasiado la narración de nuestra visita á los venerables restos de aquella santa casa.

      Diremos, pues, sucintamente, que D. Juan II, D. Enrique IV y los Reyes Católicos heredaron del piadoso hermano de D. Enrique III el decidido empeño de proteger el Monasterio de Yuste; y que, del propio modo, los Condes de Oropesa siguieron en estos reinados la tradición de Garci-Álvarez de Toledo y consagraron al propio fin gran parte de sus rentas.

      Al principio se edificó, además de la magnífica iglesia que ya describiremos, un extenso y cómodo convento, á la verdad nada suntuoso; pero, á mediados del siglo xvi, los mismos Condes de Oropesa costearon casi solos otro gran Monasterio (todo de piedra y en el soberbio orden arquitectónico del Renacimiento), dejando para Noviciado el adyacente primitivo edificio. La nueva obra, que había de vivir menos que la antigua, fué terminada en 1554.

      Cuando Carlos V concibió la primera idea de retirarse del mundo, fijó desde luego su atención, como en lugar muy á propósito para acabar tranquilamente su vida, en el Monasterio de Yuste, cuya fama llenaba ya el orbe cristiano, no sólo por la grandiosidad de su fábrica y por la riqueza de la Comunidad, sino también por lo ameno, sosegado y saludable de aquel solitario sitio. Así es que algunos años antes de su abdicación, hallándose el César en los Países Bajos, encargó á su hijo D. Felipe que, antes de partir á casarse con la Reina de Inglaterra, fuese al célebre convento y plantease en él las habitaciones que debían construirse para recibirlo y albergarlo en su día.—

      El que pronto había de llamarse Felipe II cumplió la orden paterna, y muy luego empezaron las obras del apellidado Palacio del Emperador, palacio modestísimo, reducido á cuatro grandes celdas, cuyo destino fué al principio un secreto para los mismos religiosos que allí vivían, excepción hecha del Prior y de algún otro.

      Más adelante veremos cómo Felipe II volvió algún tiempo después á Yuste. Ahora nos toca decir, con la misma fórmula que emplea el mencionado cronista de la casa, que Carlos V se estableció definitivamente en ella el día de San Blas de 1557, y murió el día de San Mateo de 1558, de modo que permaneció allí, haciendo hasta cierto punto vida de anacoreta, un año, siete meses y diez y ocho días.

      Pero no adelantemos los sucesos, pues su viaje desde Flandes al Monasterio ofreció algunas particularidades dignas de mención, que merecen párrafo aparte.

      *

       * *

      «Renunciadas así una tras otra las coronas—dice la Historia[5]—determinó ya Carlos su viaje á España..... La flota en que había de venir, que se componía de sesenta naves guipuzcoanas, vizcaínas, asturianas y flamencas, se reunió en Zuitburgo, en Zelanda, donde se dirigió Carlos (28 de Agosto), acompañado del rey D. Felipe, su hijo, de sus hermanas las reinas viudas de Francia y de Hungría, de su hija María y su yerno Maximiliano, Rey de Bohemia, que habían ido á despedirle, y de una brillante comitiva de flamencos y españoles.—Al pasar por Gante no pudo menos de enternecerse, contemplando la casa en que nació, los lugares y objetos que le recordaban los bellos días de la infancia, y que visitaba por última vez para no volver á verlos jamás.

      »Despidióse tiernamente de sus hijos, abrazó á Felipe, le dió algunos consejos para su gobierno y conducta, y se hizo á la vela (17 de Septiembre), trayendo consigo á sus dos hermanas D.ª Leonor y D.ª María, reinas viudas ambas, que después de tantos años volvían á su patria y suelo natal. El 28 de Septiembre arribó la flota al puerto de Laredo.—«Yo te saludo, madre común de los hombres, exclamó Carlos al tomar tierra. Desnudo salí del vientre de mi madre: desnudo volveré á entrar en tu seno.»—A pesar de esta abnegación, todavía se incomodó mucho por no haber hallado allí el recibimiento que esperaba, y no haber llegado aún la remesa de 4.000 ducados que preventivamente había pedido á la Gobernadora de Castilla, su hija, la princesa D.ª Juana, ni el Condestable, los capellanes y médicos que necesitaba, pues los más de los capellanes y criados venían enfermos y algunos habían muerto en la navegación. El mismo Luis Quijada, mayordomo de la Princesa regente, no pudo llegar hasta unos días después, por el fatal estado de los caminos; todo lo cual puso al Emperador de malísimo humor y le hacía prorrumpir en desabridas quejas, no pudiendo sufrir verse en tal especie de desamparo el que tan acostumbrado estaba á mandar y ser servido.

      »Partió el 6 de Octubre de Laredo para Medina de Pomar, acompañado del alcalde de Durango, de la Chancillería de Valladolid, con cinco alguaciles, disgustado y como avergonzado de verse entre tantas varas de justicia, que parecía le llevaban preso. No quería que le hablaran de negocios; huía de que le tocaran asuntos políticos, y mostraba no tener otro anhelo que sepultarse cuanto antes en Yuste. Al fin le llegaron los 4.000 ducados, con lo cual prosiguió ya más contento á Burgos, donde llegó el 13 y permaneció hasta el 16, no queriendo que el Condestable de Navarra le hiciese ningún recibimiento. Las dos reinas hermanas marchaban una jornada detrás por falta de medios de transporte, que esto le sucedía en su antiguo reino de Castilla al mismo que tantas veces y con tanta rapidez y tanto aparato había cruzado y atravesado la Europa. Marchaba tan lentamente, que empleó cerca de seis días desde Burgos á Valladolid. Alojóse en la casa de Rui Gómez de Silva, dejando el palacio para las reinas sus hermanas, que entraron después. Ocupóse el Emperador en Valladolid en el arreglo de ayudas de costa y mercedes que había de dejar á los que hasta entonces le habían servido, en lo de la paga que se había de dar á los que con él habían venido de Flandes, y en lo que había de quedar para el gasto de su casa. Con esto partió de Valladolid (4 de Noviembre), con tiempo lluvioso y frío, caminando en litera.

      »Siguió su marcha por Valdestillas, Medina del Campo, Horcajo de las Torres, Alaraz y Tornavacas, y para franquear el áspero y fragoso puerto que separa este pueblo del de Jarandilla[6], fué conducido en hombros de labradores, porque á caballo no le permitían sus achaques caminar sin gran molestia, y en la litera no podía ir sin grave riesgo de que las acémilas se despeñasen. El mismo Luis Quijada anduvo á pie al lado del Emperador las tres leguas que dura el mal camino. Por fortuna encontraron en Jarandilla (14 de Noviembre) magnífico alojamiento en casa del Conde de Oropesa, bien provisto de todo, y con bellos jardines poblados de naranjos, cidras y limoneros. Detuviéronse allí todos bastante tiempo, por las malas noticias que comenzaron á correr acerca de la temperatura de Yuste. En el invierno era castigado de frecuentes lluvias y de frías y densísimas nieblas, y en el verano le bañaba un sol abrasador. Proclamaban á una voz sus criados que los monjes habían cuidado bien de hacer sus viviendas al Norte y defendidas del calor por la iglesia, mientras la morada del Emperador y de sus sirvientes se había hecho al Mediodía y tenía que ser insufrible en la estación del estío. Con esto todos estaban disgustados y todos aconsejaban al Emperador, inclusa su hermana la Reina de Hungría, que desistiera de su empeño de ir á Yuste y buscase otro lugar más favorable para su salud.

      »Obligó esto al Emperador á ir un día (23 de Noviembre) á visitar personalmente su futura morada, y cuando todos esperaban que regresaría disgustado, volvió diciendo que le había parecido todo bien, y aun mucho mejor que se lo pintaban; que en todos los puntos de España hacía calor en el verano y frío en el invierno, y que no desistiría de su propósito de vivir en Yuste, aunque se juntase el cielo con la tierra.

      »Seguía reteniendo al Emperador en Jarandilla la falta de dinero para pagar y despedir la gente que había traído consigo, y aun para los precisos gastos de manutención, hasta que, habiendo llegado el dinero que tenía pedido á Sevilla (16 de Enero de 1557), fué dando orden en la paga de los criados que más impacientes se mostraban por marchar. Con esto apresuró ya los preparativos para su entrada en Yuste, cosa que apetecían vivamente los monjes, tanto como la repugnaban y sentían cada vez más cuantos componían su casa y servicio.

      »Entró, pues, el emperador Carlos V en el Monasterio de Yuste el 3 de Febrero de 1557. Su primera visita fué á la iglesia,

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