Lucero. Aníbal Malvar
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Akal / Literaria / 83
Aníbal Malvar
Lucero
Las vidas de los poetas malditos están sometidas al capricho de quien quiera interpretarlas. Lucero es y no es una novela sobre la vida y el tiempo de Federico García Lorca. Quizá sí el relato de cómo un país se confabula para conceder a un poeta el derecho a morir asesinado.
Es 1916 en la Vega de Granada, la tierra más rica de Andalucía y escenario de incendiarios conflictos sociales y políticos, donde los alpargateros pasan hambre y los terratenientes –como el padre del Lucero– se hacen ricos con el contrabando de alimentos básicos hacia los frentes de la Gran Guerra. Es tiempo de jinetes y pistolas, revientahuelgas sanguinarios, bolchevistas iracundos y guardiaciviles borrachos.
En ese paisaje se forjará la primera agitación poética del Lucero antes de sumergirse en el vanguardismo irreverente de la madrileña Residencia de Estudiantes, con Dalí y Buñuel y las «sinsombrero». Vivirá estrepitosos fracasos teatrales y hasta el mordisco censor de la dictadura de Primo de Rivera. La persecución al maricón de la tenebrosa España. La singladura de La Barraca, su compañía teatral, bajo la constante amenaza de los falangistas...
Con mezcla de realidad, jaleo, ficción, noticias de prensa, cartas, entrevistas y publicidades, Lucero se convierte en un puzle cubista donde cabe todo. Quizá, también, el correcto manual de instrucciones para asesinar a un poeta.
Aníbal Malvar nació una noche de martes 13 y nordés en A Coruña. Con 26 años publicó su primer libro y empezó a trabajar en los periódicos, especializándose en asuntos de narcotráfico, ETA y otras mafias. Aquí yace un hombre (Ronsel, 1994) fue su primera novela, una ficción negra sobre la búsqueda de un escritor desaparecido durante la dictadura y cuyo fantasma enturbia el presente de los protagonistas. En 2008, Inéditor publica, traducida del gallego, su novela Una noche con Carla, radiografía de la corrupción política en la Galicia de los 90, por la que recibió el premio Xerais 1995. Y en 2012 ve la luz en Akal La balada de los miserables, cuya traducción al francés recibió el premio Violeta Negra 2015. En esta misma editorial ha publicado también Ala de mosca, ficción negra sobre los servicios secretos españoles, el 23–F, el narco... Ha trabajado en El Correo Gallego, Antena3 Radio, Radiovoz y El Mundo. En la actualidad es columnista en Público y colaborador de otros medios.
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RAG
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© Aníbal Malvar, 2019
© Ediciones Akal, S. A., 2019
para lengua española
Sector Foresta, 1
28760 Tres Cantos
Madrid - España
Tel.: 918 061 996
Fax: 918 044 028
ISBN: 978-84-460-4773-5
El historiador colecta datos para retratar la realidad.
El poeta y las sinsombrero los deforman para entenderla.
Las vidas de los poetas malditos están sometidas al capricho de quien quiera interpretarlas. Lucero no es una biografía de FGL. Ni falta que le hace.
ACM
Lo que no sabía lo inventaba y coincidía con la verdad
(Dámaso Alonso sobre FGL)
La palabra maricón, en español, tiene una fuerza terrible.
El odio hacia los homosexuales en España es terrible.
Si eres rojo y al mismo tiempo maricón de
mierda –que es como habla esta gente, y
sigue hablando–, esto ya es tremendo.
(Ian Gibson)
ATRIO
Asquerosa, 1906
El Lucero cojea por la calle de la Iglesia, en Asquerosa, Granada, caminito de casa de tía Aurelia. El Lucero es algo cojo. Los luceros tienen defectos, como todas las cosas que dan luz. Se le quedó, de nacimiento, una pierna más corta que otra, y por eso alabea los brazos como un funambulista para no perder el equilibrio.
Al llegar ante la puerta de tía Aurelia, casa baja enjalbegada y con exceso de macetas balconeras, el Lucero se queda quieto. Firme como un soldado de plomo. Casi ridículo con el pantalón corto de paño negro, la blusa de lino blanco y la pajarita gris de niño rico. El polvo que levanta el viento de la Vega granadina enturbia los aires de Asquerosa, de Pinos Puente, de Pulianas y de Viznar, y se pelea con los ojos oscuros del niño.
La tía Aurelia canta como habla, envuelta en notas bemoles, como si de pequeña se hubiera tragado un pájaro de risa.
—¿Pero qué haces, Lucerito? No te quedes quieto ahí. Que el viento se te va a llevar por el aire arriba.
—El peligro –dice el niño.
—¿No ves que no pasa nada? –responde tía Aurelia saltando el peligro de atrás adelante con el halda arremangada.
—Ya. Y, entonces, ¿por qué lo llaman el peligro?
Se cuenta que el Lucero siempre le tuvo pavor al peligro. Así se llamaba al escalón que protege del polvo los umbrales de las puertas de las casas de pueblo: el peligro. El Lucero necesitó siempre, o eso se cuenta, una mano adulta para superar el peligro. Lo relatan incluso los historiadores, que casi nunca se fijan en estas naderías. Y, si lo relatan algunos historiadores, es porque el peligro debe de tener algo de importancia en esta historia.
***
Fue por el año 1906. Mi tierra, tierra de agricultores, había sido arada por los viejos arados de madera, que apenas arañaban la superficie. Y, en aquel año, algunos labradores adquirieron los nuevos arados Brabant –el nombre me ha quedado para siempre en el recuerdo–, que habían sido premiados por su eficacia en la Exposición de París del año 1900. Yo, niño curioso, seguía por todo el campo al vigoroso arado de mi casa. Me gustaba ver cómo la enorme púa de acero abría un tajo en la