La buena hija. Karin Slaughter

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La buena hija - Karin Slaughter Suspense / Thriller

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despidió a Jonah con un ademán al sentarse—. Señora Quinn, procederemos con la mayor brevedad posible. ¿Le importa que grabe la conversación?

      Charlie negó con la cabeza.

      —Como guste.

      Delia tocó varios botones de su teléfono para poner en marcha la grabadora y a continuación comenzó a vaciar su bolso depositando varios cuadernos, libros y papeles sobre la mesa.

      La conmoción cerebral impedía a Charlie leer lo que tenía delante, de modo que abrió el paquete de toallitas y empezó a limpiarse. Se frotó primero entre los dedos, desalojando motas negras que caían flotando al suelo como cenizas de una fogata. La sangre se le había metido en los poros. Sus manos parecían las de una anciana. De pronto la venció el cansancio. Quería irse a casa. Quería darse un baño caliente. Quería pensar en lo que había ocurrido, examinar todas las piezas, reunirlas, meterlas en una caja y guardarlas en una estantería bien alta para no tener que volver a verlas nunca más.

      —¿Señora Quinn? —Delia Wofford le ofreció una botella de agua.

      Charlie estuvo a punto de arrancársela de la mano. Hasta ese instante, no se dio cuenta de la sed que tenía. Engulló la mitad del agua de la botella antes de que la parte lógica de su cerebro le recordara que no era buena idea beber tanta agua teniendo el estómago revuelto.

      —Perdón. —Charlie se llevó la mano a la boca para amortiguar un eructo.

      Evidentemente, la agente había visto cosas peores.

      —¿Lista?

      —¿Está grabando?

      —Sí.

      Charlie sacó otra toallita del paquete.

      —En primer lugar, quiero información sobre Kelly Wilson.

      Delia Wofford tenía experiencia suficiente como para disimular su fastidio.

      —La ha examinado un médico y se encuentra bajo vigilancia permanente.

      No era a eso a lo que se refería Charlie, y la agente lo sabía.

      —Hay nueve factores que tiene que considerar antes de decidir si conviene procesarla como a una mayor de edad y…

      —Señora Quinn —la interrumpió Delia—, deje de preocuparse por Kelly Wilson y empiece a preocuparse por usted. No me cabe duda de que no querrá pasar aquí ni un segundo más de lo estrictamente necesario.

      Charlie habría levantado los ojos al cielo si no hubiera temido marearse.

      —Tiene dieciséis años. No tiene edad suficiente para…

      —Dieciocho.

      Charlie dejó de limpiarse las manos. Miró a Ben, no a Delia Wofford, porque ambos habían acordado al principio de su matrimonio que una mentira por omisión era, con todo, una mentira.

      Ben le sostuvo la mirada inexpresivamente.

      —Según su certificado de nacimiento —prosiguió Delia—, Kelly Wilson cumplió dieciocho años hace dos días.

      —¿Ha…? —Charlie tuvo que apartar los ojos de Ben porque una posible condena a muerte tenía precedencia sobre sus problemas conyugales—. ¿Ha visto su certificado de nacimiento?

      La agente rebuscó entre un montón de portafolios hasta que encontró lo que buscaba. Puso una hoja de papel delante de Charlie, pero ella solo alcanzó a distinguir un sello redondo de aspecto oficial.

      —La fecha coincide con la que figura en los archivos del colegio —añadió Delia—, pero de todos modos hace una hora el Departamento de Salud de Georgia nos envió por fax una copia compulsada del certificado. —Señaló con el dedo la que debía ser la fecha de nacimiento de Kelly—. Cumplió dieciocho años el sábado a la seis y veintitrés de la mañana, pero, como usted sabe, a efectos legales no se la considera adulta hasta la medianoche.

      Charlie se sintió enferma. Dos días. Cuarenta y ocho horas, ese era el plazo que decidiría entre la cadena perpetua con posibilidad de salir en libertad condicional y la muerte por inyección letal.

      —Había repetido un curso. De ahí la confusión, seguramente.

      —¿Qué hacía en el colegio de enseñanza media?

      —Quedan aún muchos interrogantes por resolver. —Delia hurgó en su bolso y encontró un bolígrafo—. Ahora, señora Quinn, para que quede constancia, ¿está usted dispuesta a hacer una declaración? Está en su derecho a negarse. Ya lo sabe.

      Charlie apenas podía seguir el hilo de la conversación. Se llevó la mano a la tripa y se obligó a conservar la calma. Incluso si, por obra de algún milagro, Kelly Wilson lograba evitar la pena capital, la Ley de los Siete Pecados Capitales de Georgia se aseguraría de que no saliera nunca de prisión.

      ¿Acaso estaba mal que así fuera?

      Allí no había ambigüedad posible. Kelly había sido sorprendida literalmente empuñando el arma del crimen.

      Charlie se miró las manos, manchadas todavía con la sangre de la pequeña que había muerto en sus brazos. Que había muerto porque Kelly Wilson le había disparado. Porque la había asesinado. Igual que había asesinado al señor Pinkman.

      —¿Señora Quinn? —Delia consultó su reloj, aunque Charlie sabía que no tenía otra cita más urgente que aquella.

      Sabía también cómo funcionaba el sistema penal. Nadie contaría lo sucedido esa mañana sin la intención consciente de crucificar a Kelly Wilson. Ni los ocho policías que habían estado presentes, ni Huck Huckabee. Quizá ni siquiera la señora Pinkman, cuyo marido había sido asesinado a menos de diez metros de la puerta del aula donde ella daba clase.

      —Estoy de acuerdo en declarar —contestó.

      Delia tenía delante una libreta. Empuñó su bolígrafo.

      —Señora Quinn, en primer lugar quiero expresarle mi pesar porque se haya visto envuelta en esto. Conozco su historia familiar. Estoy segura de que habrá sido muy duro para usted presenciar…

      Charlie hizo un ademán para indicarle que pasara a otro asunto.

      —Está bien —dijo Delia—. Es mi deber decirle lo siguiente. Quiero que sepa que la puerta que tengo a mi espalda no está cerrada con llave. No está usted detenida. Nadie la retiene aquí. Como ya le he dicho, es libre de marcharse en cualquier momento, aunque, puesto que es usted una de las pocas personas que ha presenciado la tragedia, su declaración voluntaria puede sernos de gran ayuda a la hora de dilucidar los hechos.

      Charlie reparó en que no le había advertido que mentir a un agente del GBI –la Oficina de Investigación de Georgia– era un delito que podía castigarse con la cárcel.

      —Quiere que la ayude a apuntalar la acusación contra Kelly Wilson.

      —Solo quiero que me diga la verdad.

      —Y yo solo puedo hacerlo conforme a mi criterio. —No se dio cuenta de que se estaba mostrando beligerante hasta que

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