Cuento de Navidad. Charles Dickens

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Cuento de Navidad - Charles Dickens

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lanzó un espeluznante quejido y sacudió la cadena con un ruido tan lúgubre y aterrador que Scrooge tuvo que agarrarse a los brazos del sillón para no caer desvanecido. Pero el espanto fue todavía mayor cuando al quitar el fantasma la venda que enmarcaba su rostro, como si dentro de la casa le sofocara el calor, ¡se le desmoronó la mandíbula inferior sobre el pecho!

      Scrooge cayó de rodillas y, con manos entrelazadas, imploró ante él:

      –¡Piedad! —exclamó—. Horrenda aparición, ¿por qué me atormentas?

      –¡Materialista! —replicó el fantasma—. ¿Crees o no crees en mí?

      –Sí, sí —dijo Scrooge—. Por fuerza. Pero ¿por qué los espíritus deambulan por la tierra y por qué tienen que aparecerse a mí?

      –Está ordenado para cada uno de los hombres que el espíritu que habita en él se acerque a sus congéneres humanos y se mueva con ellos a lo largo y a lo ancho; y si ese espíritu no lo hace en vida, será condenado a hacerlo tras la muerte. Quedará sentenciado a vagar por el mundo, ¡ay de mí!, y ser testigo de situaciones en las que ahora no puede participar, aunque en vida debió haberlo hecho para procurar felicidad.

      El espectro volvió a lanzar otro alarido, sacudió la cadena y se retorció con desesperación sus manos espectrales.

      –Estás encadenado —dijo Scrooge tembloroso—. Cuéntame por qué.

      –Arrastro la cadena que en vida me forjé —repuso el fantasma—. Yo la hice, eslabón a eslabón, yarda a yarda; por mi propia voluntad me la ceñí y por mi propia voluntad la llevo. ¿Te resulta extraño el modelo?

      Scrooge cada vez temblaba más.

      –¿O ya conoces —prosiguió el fantasma— el peso y la longitud de la apretada espiral que tú mismo arrastras? Hace siete Navidades ya era tan pesada y tan larga como ésta. Desde entonces, has trabajado en ella aún más. ¡Tienes una cadena impresionante!

      Scrooge miró de reojo a su alrededor como si esperase encontrarse rodeado por cincuenta o sesenta brazas de cadenas, pero no vio nada.

      –Jacob —dijo implorante—. Querido Jacob Marley, cuéntame más. Dime algo tranquilizador, Jacob.

      –No puedo —contestó el fantasma—. Eso tiene que venir de otras regiones, Ebenezer Scrooge, y son otros ministros quienes lo aplican a otra clase de personas. Tampoco puedo decirte todo lo que quisiera; solo un poquito más me está permitido. Yo no tengo reposo, no puedo quedarme en ninguna parte, no puedo demorarme. Mi espíritu nunca salió de nuestra contaduría, ¡óyeme bien!, en vida mi espíritu jamás se aventuró más allá de los mezquinos límites de nuestro tugurio de cambistas. ¡Y ahora me esperan jornadas agotadoras!

      Siempre que se ponía meditabundo, Scrooge tenía la costumbre de meter las manos en los bolsillos de los pantalones. Así lo hizo ahora, pero sin alzar la mirada y sin ponerse en pie, mientras ponderaba las palabras del fantasma.

      –Has debido estar un poco torpe, Jacob —comentó Scrooge con tono de negociante profesional, aunque con humildad y deferencia.

      –¡Torpe! —repitió el fantasma.

      –Siete años muerto —musitó Scrooge— ¿y viajando todo el tiempo?

      –Todo el tiempo —dijo el fantasma—. Sin descanso, sin paz, con la incesante tortura de los remordimientos.

      –¿Viajabas rápido? —dijo Scrooge.

      –En las alas del viento —contestó el fantasma.

      –Has debido pasar por encima de muchos terrenos en siete años —dijo Scrooge.

      Al oír esto el fantasma dio otro alarido y restalló la cadena en el silencio de muerte de la noche, con tal estrépito que la Patrulla Nocturna habría tenido toda la razón si le hubiera denunciado por escándalo público.

      –¡Oh! cautivo, preso, aherrojado —gimió el fantasma— ¡sin saber que son necesarios años y años de incesante labor de criaturas inmortales para que esta tierra entre en la eternidad después de haber hecho en ella todo el bien que sea posible. Sin saber que todo espíritu cristiano, actuando caritativamente en su pequeña esfera, sea la que sea, se encontrará con que su vida mortal es demasiado breve para sus grandes posibilidades de servicio. Sin saber que ninguna clase de arrepentimiento podrá enmendar la oportunidad perdida en vida! ¡Y ése fui yo! ¡Ay, eso me sucedió!

      –Pero tú siempre fuiste un buen hombre de negocios, Jacob —balbuceó Scrooge, que ahora empezaba a aplicarse el cuento.

      –¡Negocios! —exclamó el fantasma entrelazando otra vez las manos—. El género humano era asunto mío. El bienestar general era negocio mío; la caridad, compasión, paciencia y benevolencia eran todas de mi incumbencia. Mis relaciones comerciales no eran más que una gota de agua en el anchuroso océano de mis asuntos.

      Levantó la cadena con el brazo extendido, como si ella fuera la causa de su irreparable dolor, y la tiró con violencia contra el suelo.

      –En esta época del año es cuando sufro más —dijo el espectro—. ¿Por qué habré andado entre la multitud de mis semejantes con la mirada baja, sin alzar nunca mis ojos hacia esa bendita Estrella que guio a los Santos Reyes hasta el humilde portal? ¡Como si no existieran hogares a los que me hubiera podido conducir su luz!

      Al oír al espectro expresarse en aquellos términos, Scrooge se sentía sumamente acongojado y empezó a temblar como una hoja.

      –¡Escúchame! —exclamó el fantasma—. Mi tiempo se acaba.

      –Lo haré —dijo Scrooge— ¡pero no seas cruel! ¡No te pongas poético, Jacob! ¡Te lo suplico!

      –No podría decirte cómo me aparezco ante ti de manera visible, pero he estado sentado a tu lado, invisible, durante días y días.

      No era una idea muy agradable. Scrooge se estremeció y enjugó el sudor de su frente.

      –Y no es una parte ligera de mi penitencia —prosiguió el fantasma—. Esta noche estoy aquí para advertirte que aún te queda una oportunidad para escapar a un destino como el mío. Una oportunidad, una esperanza que yo te he conseguido, Ebenezer.

      –Siempre fuiste un buen amigo —dijo Scrooge—. ¡Gracias!

      –Vas a ser hechizado por Tres Espíritus —continuó el fantasma.

      El semblante de Scrooge se quedó casi tan desencajado como el del fantasma.

      –¿Era esa la oportunidad y la esperanza que mencionaste, Jacob? —preguntó con voz quebrada.

      –Lo es.

      –Yo…, yo casi estoy pensando que mejor no —dijo Scrooge.

      –Sin esas visitas —dijo el fantasma— no tendrás esperanza de evitar un destino como el mío. El primero vendrá mañana, cuando las campanas den la una.

      –¿No podrían venir los tres y acabar de una vez, Jacob? —insinuó Scrooge.

      –Espera al segundo a la noche siguiente a la misma hora. El tercero, a la siguiente noche, cuando se extinga la vibración de la última campanada de las doce. No volverás a verme y, por la cuenta que te sigue, ¡recuerda todo lo que ha sucedido entre nosotros!

      Tras

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