La madre naturaleza. Emilia Pardo Bazan

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La madre naturaleza - Emilia Pardo  Bazan

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       Emilia Pardo Bazán

      La madre naturaleza

      2ª parte de Los pazos de Ulloa

      Publicado por Good Press, 2019

       [email protected]

      EAN 4057664185198

       I

       II

       III

       IV

       V

       VI

       VII

       VIII

       IX

       X

       XI

       XII

       XIII

       XIV

       XV

       XVI

       XVII

       XVIII

       LA MADRE NATURALEZA (2. A parte de Los Pazos de Ulloa)

       XIX

       XX

       XXI

       XXII

       XXIII

       XXIV

       XXV

       XXVI

       XXVII

       XXVIII

       XXIX

       XXX

       XXXI

       XXXII

       XXXIII

       XXXIV

       XXXV

       XXXVI

       Índice

      Las nubes, amontonadas y de un gris amoratado, como de tinta desleída, fueron juntándose, juntándose, sin duda á cónclave, en las alturas del cielo, deliberando si se desharían ó no se desharían en chubasco. Resueltas finalmente á lo primero, empezaron por soltar goterones anchos, gruesos, legítima lluvia de estío, que doblaba las puntas de las yerbas y resonaba estrepitosamente en los zarzales; luego se apresuraron á porfía, multiplicaron sus esfuerzos, se derritieron en rápidos y oblicuos hilos de agua, empapando la tierra, inundando los matorrales, sumergiendo la vegetación menuda, colándose como podían al través de la copa de los árboles para escurrir después tronco abajo, á manera de raudales de lágrimas por un semblante rugoso y moreno.

      Bajo un árbol se refugió la pareja. Era el árbol protector magnífico castaño, de majestuosa y vasta copa, abierta con pompa casi arquitectural sobre el ancha y firme columna del tronco, que parecía lanzarse arrogantemente hacia las desatadas nubes: árbol patriarcal, de esos que ven con indiferencia desdeñosa sucederse generaciones de chinches, pulgones, hormigas y larvas, y les dan cuna y sepulcro en los senos de su rajada corteza.

      Al pronto fué útil el asilo: un verde paraguas de ramaje cobijaba los arrimados cuerpos de la pareja, guareciéndolos del agua terca y furiosa; y se reían de verla caer á distancia y de oir cómo fustigaba la cima del castaño, pero sin tocarles. Poco duró la inmunidad, y en breve comenzó la lluvia á correr por entre las ramas, filtrándose hasta el centro de la copa y buscando después su natural nivel. Á un mismo tiempo sintió la niña un chorro en la nuca, y el mancebo llevó la mano á la cabeza, porque la ducha le regaba el pelo ensortijado y brillante. Ambos soltaron la carcajada, pues estaban en la edad en que se ríen

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