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Es una época caracterizada por procesos de cambio, donde se evidencian novedades modernas, pero a la vez perduran continuidades medievales. En estas páginas dedicaremos especial atención a los elementos que manifiestan el inicio del proceso de secularización, entendido en los dos sentidos antes descritos: el de la afirmación de la autonomía absoluta del hombre y el de desclericalización o toma de conciencia de la autonomía relativa de las realidades temporales.
1. Renacimiento y antropocentrismo
Con el término Renacimiento se designa una serie de procesos culturales que tuvieron lugar en los siglos XV y XVI, pero cuyos primeros atisbos se pueden encontrar ya en el siglo XIV.
Quizá el elemento principal del espíritu renacentista sea el de la vuelta a los clásicos. La llegada de humanistas griegos a Italia favoreció los estudios de la antigüedad greco-romana. El análisis minucioso de las fuentes y los esfuerzos por comprender los textos en el contexto histórico en el que nacieron dieron vida a este renacimiento de la cultura clásica.
Durante el medioevo se utilizaron muchas fuentes clásicas para la elaboración de los sistemas teológicos escolásticos. Pero dichas fuentes eran prevalentemente instrumentos puestos al servicio de la exposición sistemática de la fe. Ahora se trataba de valorar las fuentes en sí mismas: Platón, Aristóteles, los estoicos, Cicerón cobraban nueva vida a partir de los estudios filológicos, retóricos, lingüísticos. Los humanistas se propusieron imitar la elocuencia greco-latina, superando las decadencias estilísticas bajomedievales.
Un proceso análogo se verificó en el terreno de las artes plásticas: los ejemplos de la antigüedad mediterránea en arquitectura, pintura, escultura fueron seguidos por un altísimo número de artistas italianos, que lograron imponer sus técnicas al servicio del nuevo estilo de reminiscencias clásicas en el resto de Europa. Basta citar los nombres de Leonardo, Miguel Angel, Rafael, Botticelli, Ticiano para comprender la importancia que ejerció el Renacimiento en el naciente mundo moderno.
La tendencia a volver a los orígenes de la civilización europea también se concretó en un creciente interés por el estudio de los orígenes del cristianismo. Durante el Renacimiento se llevan a cabo numerosas ediciones de la Sagrada Escritura, que intentaban establecer el texto original de la Biblia, para reemplazar la edición tradicional de la Vulgata, considerada plagada de errores. Al mismo tiempo, se inician ediciones de los Padres de la Iglesia, a quienes se veneraba como los más autorizados testimonios de la vida cristiana primitiva. En esta labor destacó el famoso humanista holandés Erasmo de Rotterdam.
En el ámbito científico, durante estos años de cambio se formulan teorías cosmológicas que terminarán por modificar la visión del universo. Los descubrimientos de Copérnico, Ticho Brahe y Kepler en astronomía marcan una nueva época, aunque esta nueva visión tardará décadas en suplantar las ideas populares al respecto. A su vez, se realizan avances tecnológicos importantes en materia de navegación, arte militar, minería, etc., que si bien se apoyaban en invenciones medievales, en este periodo se aceleran, preparando el terreno al desarrollo tecnológico todavía más sostenido y revolucionario del siglo XVII.
No es posible en estas páginas detenernos en cuestiones de detalle. Como ya hemos advertido, sólo nos interesa señalar los elementos propios del proceso de secularización que caracteriza a la Modernidad. En este sentido, el Renacimiento presenta muchas facetas ricas en diversidad, y no es factible ofrecer un juicio sumario sobre los efectos que dicho movimiento ejerció en la secularización moderna. La primera impresión que podría obtener un analista superficial sería la siguiente: el Renacimiento redescubre el mundo clásico en su radical antropocentrismo, que se opone a la tradición medieval cristiana teocéntrica. A partir del siglo XV se abandona la visión trascendente de la vida, para centrarse en el valor intrínseco de las cosas naturales. Evidentemente, esta somera descripción peca de simplista, y se impone un análisis más sereno e integral de las cosas.
Respecto a la filosofía renacentista, es evidente que cambia el ambiente intelectual respecto a la escolástica bajomedieval, por lo menos en cuanto a estilo, métodos y temáticas. Tal filosofía no se presenta como un bloque monolítico: hay corrientes platónicas, desarrolladas fundamentalmente en Florencia, que intentan una síntesis entre pensamiento clásico y cristianismo, mientras que otras escuelas tienden al naturalismo. En las corrientes de inspiración platónica la temática fundamental es el hombre, entendido como microcosmos en armonía con el universo, y que contempla la perfección de Dios como modelo que el hombre debe reflejar. Autores como Nicolás de Cusa (1401-1464), Pico della Mirandola (1463-1494) o Marsilio Ficino (1433-1499) pueden ser tildados de antropocéntricos, no en el sentido de negación de lo trascendente, sino sólo por el puesto que el estudio del hombre ocupa en sus doctrinas. Pero se trata de un hombre que no se concibe sin su referencia a Dios. Serán otras las corrientes renacentistas más naturalistas, que en cierta medida ponen las bases para la afirmación de la autonomía absoluta del hombre, como el aristotelismo de la escuela de Padua, que niega que se pueda demostrar con argumentos racionales la inmortalidad del alma. En general se puede afirmar que el influjo platónico permitió síntesis armoniosas entre razón y fe, entre cultura clásica y visión cristiana del hombre, mientras que los aristotélicos tendieron hacia un naturalismo autónomo que entraba en colisión con algunas verdades religiosas.
En el ámbito de las artes, la ambigüedad del Renacimiento se manifiesta, por un lado, en la secularización de muchos motivos estéticos, con la proliferación de las temáticas mitológicas y representaciones sensuales, y por otro, en la exaltación de la fe cristiana a través de edificios, pinturas, esculturas y composiciones musicales. Es significativo el hecho de que los materiales de las ruinas clásicas fueron utilizados para la construcción de los templos más importantes de la Roma cristiana. Lo que sí se observa como elemento común en las expresiones artísticas de uno u otro signo es el aprecio por la naturaleza, concretada en las nuevas técnicas para reproducir espacios según las leyes de la perspectiva y en el papel preponderante del cuerpo humano. Este elemento común implicaba una valoración positiva de la creación y de la vida terrena, que no se oponía necesariamente a la visión trascendente de la existencia humana. El predominio del sentido de la vista, defendido por Leonardo da Vinci (1425-1519) —«el ojo es el más digno de los sentidos»—, anunciaba algunas características de la Modernidad: la primacía de lo experimentable sobre lo recibido por tradición (ámbito en el que reinaba el sentido del oído, a través del cual se reciben las autoridades), y la tendencia a implantar la lógica del dominio del hombre en su relación con la naturaleza, recalcada más tarde por Galileo, Descartes y Francis Bacon.
El deseo de volver a las fuentes de la vida cristiana no signicaba una crítica a la religión en cuanto tal, sino más bien un deseo de purificación de la vivencia cristiana, distinguiendo elementos auténticos de supersticiones y costumbres humanas que se habían ido solidificando en los siglos medios. Los estudios filológicos de Lorenzo Valla, por ejemplo, llegaron a la conclusión de que la llamada “Donación de Constantino” —supuesta entrega al Papa del poder temporal en el centro de Italia por parte del Emperador— era una invención medieval carente de fundamentación histórica. A veces, las intenciones de los humanistas fueron meramente eruditas, pero en muchos otros casos, los estudios filológicos estaban animados de un sincero deseo de reforma moral, como lo demuestran las obras de Tomás Moro, Juan Luis Vives o, con algunas reservas, Erasmo de Rotterdam.
La revaloración de la antigüedad clásica presentó algunas veces la tentación de “superar” el cristianismo, ofreciendo modelos de vida estoico-epicúreos, como es el caso del libertinismo renacentista.
Pero también abrió una posibilidad de presentar el cristianismo como culminación de lo verdaderamente