Don Quijote. Miguel de Cervantes Saavedra

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Don Quijote - Miguel de Cervantes Saavedra

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FURIOSO A DON QUIJOTE DE LA MANCHA

      Soneto

      Si no eres par, tampoco le has tenido:

       que par pudieras ser entre mil pares;

       ni puede haberle donde tú te hallares,

       invito vencedor, jamás vencido.

       Orlando soy, Quijote, que, perdido

       por Angélica, vi remotos mares,

       ofreciendo a la Fama en sus altares

       aquel valor que respetó el olvido.

       No puedo ser tu igual; que este decoro

       se debe a tus proezas y a tu fama,

       puesto que, como yo, perdiste el seso.

       Mas serlo has mío, si al soberbio moro

       y cita fiero domas, que hoy nos llama

       iguales en amor con mal suceso.

      EL CABALLERO DEL FEBO A DON QUIJOTE DE LA MANCHA

      Soneto

      A vuestra espada no igualó la mía,

       Febo español, curioso cortesano,

       ni a la alta gloria de valor mi mano,

       que rayo fue do nace y muere el día.

       Imperios desprecié; la monarquía

       que me ofreció el Oriente rojo en vano

       dejé, por ver el rostro soberano

       de Claridiana, aurora hermosa mía.

       Améla por milagro único y raro,

       y, ausente en su desgracia, el propio infierno

       temió mi brazo, que domó su rabia.

       Mas vos, godo Quijote, ilustre y claro,

       por Dulcinea sois al mundo eterno,

       y ella, por vos, famosa, honesta y sabia.

      DE SOLISDÁN A DON QUIJOTE DE LA MANCHA

      Soneto

      Maguer, señor Quijote, que sandeces

       vos tengan el cerbelo derrumbado,

       nunca seréis de alguno reprochado

       por home de obras viles y soeces.

       Serán vuesas fazañas los joeces,

       pues tuertos desfaciendo habéis andado,

       siendo vegadas mil apaleado

       por follones cautivos y raheces.

       Y si la vuesa linda Dulcinea

       desaguisado contra vos comete,

       ni a vuesas cuitas muestra buen talante,

       en tal desmán, vueso conorte sea

       que Sancho Panza fue mal alcagüete,

       necio él, dura ella, y vos no amante.

      DIÁLOGO ENTRE BABIECA Y ROCINANTE

      Soneto

      B. ¿Cómo estáis, Rocinante, tan delgado?

       R. Porque nunca se come, y se trabaja.

       B. Pues, ¿qué es de la cebada y de la paja?

       R. No me deja mi amo ni un bocado.

       B. Andá, señor, que estáis muy mal criado,

       pues vuestra lengua de asno al amo ultraja.

       R. Asno se es de la cuna a la mortaja.

       ¿Queréislo ver? Miraldo enamorado.

       B. ¿Es necedad amar? R. No es gran prudencia.

       B. Metafísico estáis. R. Es que no como.

       B. Quejaos del escudero. R. No es bastante.

       ¿Cómo me he de quejar en mi dolencia,

       si el amo y escudero o mayordomo

       son tan rocines como Rocinante?

      Primera parte del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha

       Índice

      En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años; era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada, o Quesada, que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben; aunque, por conjeturas verosímiles, se deja entender que se llamaba Quejana. Pero esto importa poco a nuestro cuento; basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad.

      Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso, que eran los más del año, se daba a leer libros de caballerías, con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza, y aun la administración de su hacienda. Y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballerías en que leer, y así, llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos; y de todos, ningunos le parecían tan bien como los que compuso el famoso Feliciano de Silva, porque la claridad de su prosa y aquellas entricadas razones suyas le parecían de perlas, y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafíos, donde en muchas partes hallaba escrito: La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura. Y también cuando leía: ...los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas os fortifican, y os hacen merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza.

      Con estas razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni las entendiera el mesmo Aristóteles, si resucitara para sólo ello. No estaba muy bien con las

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