Viajes por Filipinas: De Manila á Tayabas. Juan Alvarez Guerra
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De Magdalena á Majayjay puede hacerse el camino en tiempo de secas en carruaje, empleando dos horas, siendo expuesta esta forma de locomoción cuando reinan las aguas, en cuya época, lo accidentado del terreno y los aguaceros torrenciales que manda el Banajao, ponen el camino intransitable. En dicho camino es notable un puente que se eleva sobre el río Olla, dedicado á Nuestra Señora de la Sacristía, según leímos en la piedra.
En Majayjay, fuí á parar á la casa del suizo D. Gustavo Tóbler, excelente naturalista, radicado y casado en el país. Jamás olvidaré las horas que pasé al lado de aquella inteligencia verdaderamente cosmopolita, y de aquella actividad incansable. Interpretaba al piano con envidiable maestría las más delicadas melodías de Beethoven, y fotografiaba con su cáustico lápiz, ó su correcta pluma, las costumbres filipinas. El tiempo que le dejaba libre el cuidado de un magnífico cafetal, lo repartía entre el amor de su esposa, el cariño de sus hijos, el estudio, y el preparado y conservación de sus colecciones.
Amante, hasta el delirio, de su país, vivía feliz entre las agrestes fragosidades que rodean á Majayjay, las cuales le recordaban las pintorescas montañas de Suiza. Efecto de su laboriosidad contrajo una afección al hígado, que le condujo al sepulcro siendo aún joven. Murió en Hong-kong, dejando algunos trabajos inéditos, que el autor de estas líneas le vió escribir en una temporada que vivieron juntos.
La tarde que llegué á Majayjay y en la que por primera vez hablé al Sr. Tóbler, se concertó que á la madrugada siguiente visitaríamos la cascada. El resto de tarde y noche hasta que nos acostamos, la ocupamos en recorrer y examinar el pequeño museo que constituía la casa del Sr. Tóbler, quien con su acostumbrada amabilidad explicaba objeto por objeto. Pájaros, mariposas, reptiles, herbarios y parásitas, había por doquier. Al lado de Linneo y Cuvier, se veía á Goethe y Cervántes, confundidos con espátulas y bisturís, lápices y pinceles, mezclándose en este conjunto los tarros de jabones arsenicales, con los tubos de colores. Lo artificial, juntamente con lo natural, las obras del hombre, con las obras de Dios.
En la época á que me refiero, concluía el Sr. Tóbler un precioso álbum de costumbres filipinas, que más tarde mandó litografiar á Alemania, formando un curiosísimo tomo, del cual conservo un ejemplar que me regaló.
Ya era bien entrada la noche, cuando dejamos la conversación, yendo en busca del lecho, en el que no tardé en quedarme dormido al arrullo de un riachuelo que corre cerca de la casa.
CHAPTER II
CAPÍTULO II.
Horizontes intertropicales.—Suelo y cielo de Filipinas.—Panoramas indescriptibles.—La cascada del Botocan.—La grandiosidad ante los ojos del alma.—Evocaciones y recuerdos.—Un ateo.—El camarín del Botocan.—Almuerzo al borde del abismo.—Chismografía al por menor.—Cuentos y anécdotas.—Las mujeres filipinas.—Tipos y registros.—Opiniones.—Amor desgraciado.—Leyenda y autógrafo.—Camino de Tayabas.—Llegada á Lucban.
Hay panoramas en este país imposibles de describir ni pintar. La más fácil pluma y el más valiente pincel vacilan en la cuartilla y en la paleta; ni en la primera se pueden coordinar ideas, ni en la segunda combinar colores que remotamente se aproximen á la realidad. Me decía un pintor en una ocasión que presenciábamos la puesta del sol:—Vea usted ese horizonte desconocido completamente fuera de las regiones intertropicales, y dígame si habrá quien pueda soñar esa clase de tintas.—Aquel artista tenía muchísima razón. El pincel es impotente ante la insondable bóveda de los trópicos.
Si imposible es pintar el cielo de este país, tanto lo es el describir algunos panoramas de su suelo. Muchas y magistrales descripciones de la cascada del Botocan conozco; respetables firmas suscriben aquellas; eminencias en la república de las letras la han admirado; buenos poetas le han consagrado sus inspiraciones, y hasta extraviados amantes la han popularizado haciendo á sus hirvientes espumas, cómplices de amargos desengaños; mas soy franco, ni la tradicional leyenda, ni el fugaz artículo, ni el profundo libro, ni el cuadro, ni la narración, ni nada de lo que hasta entonces había leído, visto ú oído referente á la cascada, se evocó á mi memoria cuando llegamos al borde del grandioso precipicio. La emoción y la sorpresa son instantáneas, pues la situación y configuración del terreno donde la masa de agua se precipita, tiene una depresión particular que no permite al viajero apreciar detalle alguno, sino todo el conjunto. Una sola visual descorre el grandioso cuadro, y el estupor invade la materia, concentrando la admiración en el espíritu.
El vértigo, la grandiosidad, lo insondable, lo indefinido; masas de agua que se coloran, que chocan, que ensordecen; abismo que atrae y que fascina; transparentes trombas que se cristalizan, se retuercen, y por último se esparcen en gigantescas cabelleras, cuyos hilos de plata al rozar en la roca se descomponen y se elevan en tenues vapores; millones de preciosos cambiantes con los que se ilumina la granítica cárcel, en la que el Sumo Hacedor guarda una de sus más bellas creaciones; sombras queridas que forja la fantasía envueltas en transparentes encajes de espuma; tiernas evocaciones de otras edades y otros tiempos; gratas reminiscencias de seres amados; consoladoras fantasmas surgidas de las compactas brumas; misteriosos ruidos que suplican, amenazan, suspiran ó maldicen, es lo que instantáneamente se agolpa y embarga nuestros sentidos al llegar al borde de aquel abismo, en cuyo negro fondo truena la grandeza del Dios del Sinaí, recordando á los mortales el terrible Dios ira de los inmutables y eternos fallos.
Todo lo grande despierta en el alma cuantos sublimes ensueños se elaboran en los misterios de la admiración. El espectador se encarna con el cuadro que presencia, se paralizan sus sentidos y el éxtasis alienta las más tiernas creaciones. Un poeta ante la cascada del Botocan, resucita todos los colosos del sentimiento, y al murmurio de las ondas, recuerda sus inmortales producciones.
El artista aprecia con los ojos del alma las más sublimes imágenes y sueña con la realización de su ideal, viendo surgir de las tornasoladas espumas los rayos de luz que iluminaron la mente de Murillo y Rafael; las columnas monolíticas, imperecederas memorias de edades prehistóricas; las atrevidas afiligranadas ojivas moriscas, síntesis de la mas grande de las epopeyas; las medrosas siluetas de las esfinges faraónicas con sus impenetrables jeroglíficos; los derruídos circos romanos, compendio de la salvaje barbarie, al par que del sibaritismo de los antiguos imperios; los truncados altares druídicos con los tiernos recuerdos de sus vestales, y lo horrible de sus sacrificios; los almenados cubos de las feudales torres, con sus severas damas, sus tiernos trovadores, sus rientes bufones, sus turbulentos caballeros; la estalactítica gruta, débil remedo del sumo poder; el triunfo, el genio, la gloria, las aspiraciones, la esperanza, el amor, las titánicas empresas; todo, todo cuanto embellece la vida desfila ante el letárgico estupor á que predispone la contemplación de todo lo grande..
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El plano por el que se precipitan las aguas del Botocan, no tiene rampa, siendo perfectamente perpendicular.
Las paredes que forman el abismo, tienen casi la misma altura, y en cuanto á su circunferencia es muy limitada, tanto, que cuando las aguas son caudalosas, rompen en el muro paralelo al en que se precipitan, cubriéndose de vapores, tanto el total del fondo como la boca de la sima.
Hecha esta pequeña explicación, se comprende que no hay preparación alguna para el espectáculo; á cinco pasos del borde solo se ve un bello paisaje y un raquítico río, con un puente de bongas y cañas; percibiendo el oído el ruido repercutido, que llega muy amortiguado al romper las ondas en las encadenadas rocas.
Muchas